La semana pasada el jefe de la Policía Bonaerense, el comisario general Fabián Perroni, se despachó con “frases polémicas” que causaron malestar al interior del staff de Cambiemos y la administración de justicia.

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A la justicia le molestó otra vez la alusión a la puerta giratoria. Los policías hacen su trabajo pero los jueces ponen en libertad a las personas que ellos atraparon. Para decirlo con las palabras del comisario: “Muchos de los que detenemos han ingresado 10, 12 o 20 veces, y más también.  No tengo dudas de que hay una puerta giratoria”. “Un gran porcentaje de las personas que detenemos tiene antecedentes, eso responde si hay puerta giratoria. Más allá de que no nos guste, igual debemos ir a detenerlo”.

Al gobierno, por el contrario, le hizo más ruido otro tramo de la entrevista que le hizo Luis Novaresio en La Red, cuando señaló: “La violencia permanente de los delincuentes es producto de la droga, pero también hay una situación social que hace que la persona que tenga la necesidad de comer delinca”. “Hay gente que delinque –que antes no lo hacía– por una necesidad, por un apremio económico”.

Por eso la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, ni lenta ni perezosa, salió rápidamente a cruzarlo diciéndole que el comisario no sabía nada, que las declaraciones eran “poco felices”. Concretamente: “La verdad que los policías hablando de política son un poquito… me parece que su declaración no fue muy feliz”.

Se entiende el enojo de la funcionaria. Para el gobierno no sólo el delito está bajando sino también la pobreza. Las declaraciones del comisario contradicen el relato del gobierno, para quien está bajando el delito porque está disminuyendo la pobreza. Pero en el fondo, tanto la ministra como el comisario, están diciendo lo mismo, es decir, la matriz que utilizan para arribar a esas conclusiones, por más contradictorias sean estas, es exactamente la misma, cual es la existencia de una relación mecánica entre la pobreza y el delito callejero.

Pero Perroni no está solo en la tarima porque las expresiones fueron acompañadas con las declaraciones de Néstor Roncaglia, jefe de la Policía Federal, que insistió: “El que tiene hambre roba un supermercado”. Roncaglia quiso matizar sus palabras impugnando el “disfrute personal” del botín. El límite de la comprensión es el hambre, más allá de la necesidad biológica, el robo se vuelve inmoral.

Ahora bien, no son frases originales sino clises muy difundidos en distintos ámbitos sociales, proposiciones que escuchamos en boca de la derecha pero también en sectores de la izquierda, en el countrie y en la villa. Un sentido común que cementa las conversaciones pero elude las reflexiones en esta materia. Se trata de una interpretación economicista del delito que sostiene que el robo sería la respuesta espasmódica a una necesidad insatisfecha: tengo hambre, entonces robo. Detrás del delito predatorio están las carencias económicas, es decir, la desocupación y la marginalidad social.

Una interpretación que, dicho sea de paso, hace tiempo ha sido dejada de lado en la teoría social. No vamos a decir acá que la pobreza no sea un dato relevante que no debamos tener en cuenta a la hora de comprender y explicar el delito callejero. Lo que se sostiene es que la pobreza no es el factor fundamental, que hay otros factores que habría que tener presentes a la hora de analizar estas conflictividades sociales. Quiero decir: la pobreza genera delito siempre y cuando esa relación esté mediada por otros factores. ¿Cuáles son esos otros factores? Enumeremos algunos de ellos, por lo menos las más importantes.

  1. En primer lugar, la pobreza relativa, el descontento social. El problema no es la privación absoluta sino la privación relativa, es decir, la pobreza experimentada como algo injusto. Lo que cuenta es la percepción de la injusticia (la privación relativa comparada con los otros), descontento que se genera en contextos sociales polarizados, en sociedades verticalizadas con fuertes contrastes sociales. Si yo vivo en una casilla de chapa y al lado mío hay un countrie pueda que tienda a experimentar la pobreza con injusticia. Si yo me muevo en bicicleta y pasa un BMW al lado mío, esos contrastes, en esos contextos polarizados, muy desiguales, pueden ser experimentados con indignación.
  2. La fragmentación social o el debilitamiento de los lazos sociales: el deterioro de los marcos de entendimiento que pautaban la vida de relación. La ausencia o desdibujamiento de espacios de encuentro y mediaciones sociales que organizan el diálogo y los ritos de paso entre las distintas generaciones.
  3. La estigmatización social o los veredictos de la sociedad: las etiquetas negativas que destilan los vecinos para nombrar al otro como una persona peligrosa constituyen una suerte de profecía autocumplida. Dale a un grupo un nombre malo que ese grupo tenderá a vivir según él. Es decir, una manera de transformar el estigma en emblema consiste en tomar ese estigma y cargarlo de prácticas a través de las cuales la vergüenza se transforme en orgullo. “¿Así que soy el pibe chorro?, entonces me comportaré como un pibe chorro!”
  4. La violencia institucional, en especial el hostigamiento policial, es decir, el trato elusivo que dispensan las agencias policiales que van empujando a determinados actores a que asocien su tiempo a una economía ilegal.
  5. El encarcelamiento masivo y preventivo que agrega más estigma a las personas encerradas pero como contrapartida les aporta capital social, simbólico y cultural. Capitales que serán importante para resolver problemas materiales concretos.
  6. El fetichismo del mercado que interpela a los jóvenes para que asocien sus estilos de vida a determinadas pautas de consumo. Como canta el Indio Solari: “Si Nike es la cultura, Nike es mi cultura hoy”. Eso quiere decir que si papá y mamá no me pueden comprar las zapatillas porque la economía familiar está desfondada, entonces empezá a correr porque yo también quiero existir.
  7. La expansión de los mercados ilegales que son referenciados por los jóvenes como la oportunidad para resolver problemas muy distintos.

De modo que no hay determinación sino condiciones de posibilidad; no hay causas sino factores. Entre la pobreza y el delito hay un montón de factores que pueden intervenir y contribuir de esa manera a generar este tipo de conflictividades.

Pero cuidado: la pobreza, con todos los otros factores que mencionamos recién, no es una fatalidad, una ruta que conduce indefectiblemente al delito. No hay un vínculo mecánico. La pobreza puede generar muchísimas cosas. Puede, por ejemplo, generar activismo y compromiso (participación en movimientos, protesta social, adscripción a redes políticas clientelares, militancia partidaria) y puede generar pasividad y fatalismo (resignación, vergüenza, estrés, angustia, ansiedad, depresión). Sólo en algunos casos puede, finalmente, y me atrevería decir, muy excepcionalmente, empujar a determinados actores hacia el delito predatorio. La gran mayoría de las veces esos actores desarrollan otras estrategias de sobrevivencia y pertenencia para enfrentar los problemas con los que se miden cotidianamente.