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Por Maximiliano Manzoni*

Dos mujeres fueron a la universidad, pero nadie les da trabajo en Paraguay por ser trans.

Alejandra y Natasha hicieron todo bien. Terminaron el bachillerato, algo que sólo la mitad de las paraguayas lo consiguen. Ambas ingresaron a la Universidad Nacional de Asunción, Alejandra a Psicología y Natasha a Diseño.

Natasha ganó el concurso para diseñar el logo de una embajada y fue elegida para presentar su trabajos en el Asunción Fashion Week, el evento de moda más grande del país. Alejandra tiene el mérito de terminar su carrera universitaria. De cada tres que ingresan, solo una lo logra.

Pero hacer todo bien no basta.

Ninguna de las dos conseguía un trabajo en sus profesiones. Porque Alejandra y Natasha son dos mujeres trans.

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Luego de intentar ser vendedoras de frutas y verduras, limpiadoras de casas y empleadas en una tienda de ropa, ambas tuvieron que ir a la calle. Al trabajo sexual. Aunque ellas no lo consideran trabajo: «Será trabajo cuando podamos decidir entre varias opciones», dice Natasha.

La prostitución, como prefieren llamarle, es el destino del 98% de las mujeres trans en Paraguay. El trabajo sexual no es ilegal, pero tampoco se encuentra reconocido ni protegido como un empleo.

En ese limbo las mujeres trans de Gran Asunción deambulan cada noche en sus «paradas»: las esquinas y lugares de la ciudad donde se encuentran. Esperando al próximo cliente. Porque si hay oferta es porque hay demanda.

En la necesidad, las trabajadoras sexuales están obligadas a negociar todo, incluyendo su salud. Alejandra fue violada a punta de pistola por un cliente por negarse a tener sexo sin preservativo.

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Nueve de cada diez agresiones denunciadas por mujeres trans suceden en el ejercicio del trabajo sexual.

Los clientes no son el único problema. La policía, que actúa como dueña de las calles de Asunción y Gran Asunción, es acusada de extorsionar a las trabajadoras sexuales. Si no pagan o dan servicios sexuales, son obligadas a abandonar sus paradas o terminan presas bajo cualquier cargo. El chantaje se extiende a los clientes, que pagan para que la policía no haga públicas sus actividades en los medios.

Las pocas que escapan de la imposición y los peligros del trabajo sexual deben conformarse con un par de oficios aceptados para las mujeres trans, como la peluquería y la manicura.

Natasha y Alejandra quieren, como cualquiera, poder trabajar de lo que les gusta, de lo que estudiaron. Tienen sueños y aspiraciones, como todas las personas. Quieren salir adelante.

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Pero pensar en salir adelante también es un privilegio. «Digo que quiero salir adelante, pero la verdad que lo que hago es sobrevivir», dice Alejandra. Natasha consiguió un empleo como diseñadora en una agencia de publicidad que buscaba contratar personas trans.

Alejandra logró hace unos meses una entrevista de trabajo como sicóloga por primera vez. Luego de varias citas, consiguió ser contratada. El día que debía empezar, la llamaron para decirle que finalmente no vaya.

*Este texto se editó en el marco de la Beca Cosecha Roja. Es parte de “Transgresoras” un especial en cómic de El Surtidor.