juicios por jurados en Argentina

Sandra Saidman*.-

Sin una Justicia de Paz y Faltas fortalecida el acceso a la justicia es solo una proclama. Y si a esa justicia la vaciamos de los métodos alternativos de resolución de conflictos, ese acceso se transforma en una quimera. Los papeles nada sienten, nada ven.

Alberto Escalante es un hombre grandote, morocho y de manos curtidas. Barrios, el que lo denunció, es en cambio bajito y mucho más joven. Los dos son empleados municipales, recolectores de basura. Llegaron a la conciliación casi un mes después del hecho por el cual se formó una causa contravencional. Ingresaron a la oficina, distantes, serios, casi con temor. Con ese temor que ha sabido forjar el sistema judicial, mirando desde arriba y decidiendo sobre la vida, libertad y sentimientos de los otros.
Les expliqué el objetivo de la audiencia de conciliación, qué tipo de servicio de justicia se pretendía brindar y que había tiempo para hablar y escuchar. Pablo Barrios comenzó a relatar el hecho.
Primero aclaró que Alberto era un buen hombre y un buen compañero de laburo y que jamás habían tenido problemas. Pero ese día “parecía que estaba tomado”. Alberto le había “tirado una piña” y lo había amenazado con hincarlo. Todo delante de otros compañeros del turno. Pablo se asustó y por eso hizo la denuncia. Nunca más volvieron a tener un problema pero fue a la policía a dejar constancia del episodio porque en esos días había muerto su madre y andaba sensible. Él no sabía que lo escrito por la policía era una denuncia: sólo quería dejar constancia, no otra cosa.

Escalante estuvo incómodo durante el relato, un poco enojado. Se movía y murmuraba para sus adentros. Se alcanzó a escuchar “si te hubiera pegado no estás acá”. Insistí en que se tranquilizara. Se notaba que era un hombre rudo y de pocas palabras. Le costaba mucho expresarse. Dijo que “el tema” no había sido así, pero que sí habían tenido un problema y que fue “esa vez no más”. Que sí estaba nervioso y que “¿quién sabe?”, era porque no puede ver a sus hijos y eso “lo tiene mal”. Conversamos un tiempo más y aunque jamás se miraron, acordaron no volver a agredirse. Se hizo el acta y antes de retirarse Barrios le estiró la mano y dijo:
– Don Escalante, acá adelante de la señora le pido disculpas por haberlo denunciado. No me gustó tener estos problemas y me alegra que todo esto haya terminado.
Se dieron un fuerte apretón de manos.
Antes de que Barrios saliera de la oficina Escalante se apuró a decirme lo único que hasta ese momento pudo expresar con firmeza.
-Señora, por favor, no comunique nada de esto a la municipalidad. Yo me estoy jubilando. Él es joven y tiene hijos chicos.

Le pedí a Alberto que se quedara unos minutos y le pregunté por qué no podía ver a sus hijos. ”Hace más de cuatro años la justicia me prohibió acercarme a la casa donde viven con la madre”, dijo. Era alcohólico, con períodos buenos y otros no tanto. Siempre había sido violento con la madre de sus hijos, que ahora tienen 21 y 17 años. Lleno de orgullo me contó que la hija mayor estudia para enfermera profesional y que el varón terminó la secundaria. Todo por la madre, dijo.

Dos años atrás una médica del lugar a donde lo habían mandado a hacer un tratamiento por su adicción le había explicado que la violencia ejercida hacia la esposa también era violencia contra los hijos. Él no lo sabía. Criado en un hogar violento, jamás lo había entendido así. La violencia para él era algo natural, era lo que había aprendido, el modo de relacionarse con una mujer. A su madre también la habían tratado así. El tipo rudo terminó el relato con los ojos llenos de lágrimas.

Pensaba en acercarse a sus hijos para pedirles perdón, pero no sabía cómo. Le ofrecí el espacio del juzgado, me dijo que iba a pensarlo. Pasaron más de veinte días de la audiencia y hoy volvió para pedirme esa colaboración.

*Jueza de Faltas de Barranqueras,Chaco y miembro de la Asociación Pensamiento Penal

Foto: Juiciosporjurado.org