El 18 de abril de 2002 Ivana Rosales le dijo a su pareja, Mario Garoglio, que se quería separar. Él la ahorcó con un alambre. Cuando vio que seguía viva, la golpeó en la cara con una piedra y, creyéndola muerta, se entregó.

Pero Ivana sobrevivió milagrosamente y se convirtió en referente de la lucha contra la violencia machista.

En el juicio, a Garoglio le atenuaron la pena con el comportamiento de Ivana como fundamento. “Ella se lo buscó”, llegó a decir el fiscal, pronunciando la frase que daría título a un valioso documental de Susana Nieri. La condena fue de cinco años, pero el imputado, manteniéndose prófugo, nunca la cumplió.

Una de las secuelas que le quedaron a Ivana de aquel ataque fue la epilepsia.  Quince años después,  el 6 de septiembre de este año,  apareció muerta en Plottier, en la provincia de Neuquén. Murió en el baño de su casa de manera no traumática. Cursaba un embarazo de 20 semanas.

Pero no sólo Ivana fue víctima de la violencia machista de Garoglio. El hombre abusaba sexualmente de las hijas de ambos, Mayka y Abril. Ya adolescente, Mayka se suicidó. El abuso sexual le valió otra condena de 4 años que tampoco cumplió.

Aunque para el Derecho Penal Mario Garoglio no es el autor material de las muertes de Ivana y Mayka, su violencia machista es la causa principal y no parece exagerado afirmar que se trata de femicidios impunes y amparados por el estado.

“La mató el patriarcado”. Más de una vez escuchamos esa frase y hay quienes perciben en ella un exceso de ideologización.

Pero el comportamiento de la justicia neuquina frente al caso es la prueba más clara de que no hay nada de excesivo en la afirmación. La lógica que estructura el funcionamiento de la sociedad patriarcal tiene a la mujer como víctima permanente de la discriminación. Aunque esté en disputa, el Estado es una herramienta esencialmente patriarcal y mata. Garoglio llevó el estereotipo del macho dominante y propietario hasta las últimas consecuencias. Su conducta contó con la complicidad del estado.

“No tengo recuerdos, era muy chiquita, lo que no me voy a olvidar es lo que me pasó a mi. Nos cagaba a palos, a mí me hacía dormir la siesta con él y ahí empezaba el abuso. Lo que me acuerdo es que teníamos un montón de niñeras que siempre se iban. Yo a mi mamá le hacía así (estira la mano y frunce los dedos), la agarraba. Yo a mi mamá la lloraba, me acuerdo, y ella siempre nos decía que cuando estemos lejos, cuando estemos separadas y llueva eran besitos de ella. Entonces yo me ponía en el techo, cerraba la ventana para que no me pudieran agarrar y me ponía a recibir los besitos de mi mamá”. Es el testimonio de Abril, la hermana de Mayka.

La lógica del macho propietario y la mujer objeto comienza a crujir pero a la vez se reconvierte y se sostiene en una sociedad organizada en torno a la identidad definida por el consumo.

¿No es acaso la mujer el principal objeto de consumo que nos ofrecen a diario?

La mujer que estudia, que trabaja, que chatea o que sale con sus amigas, puertas adentro del hogar, en el trabajo y en diversas situaciones de convivencia, sufre a diario esa cultura machista, que a su vez muy probablemente termine reproduciendo en la crianza de sus hijos.

El varón vigila, stalkea, pega, abusa, persigue, amenaza, viola y mata.

¿En qué macho no existe la pulsión de destruir lo que por crianza estamos llamados a poseer y controlar?

Alguien escribirá “todos somos Ivana”, Mayka, Anahí o Micaela…

Pero lo cierto es que soy varón y no padezco el sometimiento y las violencias que sufren las mujeres por su género.

No soy Ivana y necesito mirarme sin condescendencia y ver en qué medida llevo y expreso el estereotipo del macho. No es para encerrarse o autoflagelarse, sino para animarse a intentar vivir de otro modo.

Ivana se sobrepuso al dolor y a las secuelas de la violencia y se convirtió en una referente de la lucha contra la violencia machista.

“No me voy a encerrar a llorar, voy a marchar”, dijo Abril.

Nuestra vida encontrará mejor sentido si aprendemos a caminar junto a ellas.