Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas, y su nieta, Mariana Eva Pérez -que declaró ante un tribunal por primera vez en 38 años-, protagonizaron la segunda audiencia del juicio contra tres ex integrantes de la Fuerza Aérea. Durante horas, repasaron datos, hechos y nombres cruciales para la investigación. Fueron las primeras en motorizarla cuando la justicia les daba la espalda.

juicio RIBA

El tiempo se detuvo por unas horas. Fue una y muchas veces de atrás hacia adelante, de adelante hacia atrás, cruzó alguna clase de frontera, entre las diez y media de la mañana y las tres de la tarde del miércoles en el Tribunal Oral Criminal N° 5 de San Martín. Ahí se juzga a tres ex integrantes de la Fuerza Aérea por la privación ilegal de la libertad de Patricia Roisinblit y José Perez Rojo. La pareja de militantes estuvo cautiva en una casa de Morón donde funcionó la Regional de Inteligencia de Buenos Aires -RIBA-. Su accionar como órgano de espionaje “contra la subversión” se empezó a desentrañar a partir de esta causa. En la última audiencia declararon dos testigos cruciales, que son también querellantes y víctimas, la hija y la madre de Patricia, nieta y abuela, Mariana Eva Perez y Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

Mariana Eva Perez -hija mayor de Patricia y José- tenía 15 meses el 6 de octubre de 1978, cuando la secuestraron junto a su madre. Su abuela materna, Rosa Roisinblit, tiene 96 años. “Hoy es la fecha en que recibo algo que presenté en 1979”- dijo ante el tribunal en referencia al momento en que empezó la causa-. Y estoy muy contenta porque llegué a vivir este momento”. Y agregó: “Ahora quiero que la Justicia me escuche y me responda. Soy muy mayor y necesito saber: quién se los llevó, por qué y adónde están, para tener un lugar adonde llevar una flor”.  

Mariana por la mañana y Rosa por la tarde repasaron la información que recabaron en los casi 38 años transcurridos desde la desaparición de la pareja: un grupo de tareas se llevó a José del local de venta de juguetería y cotillón que tenía en una galería de Martínez y más tarde  irrumpió en el departamento de Palermo donde estaban su hija Mariana y su mujer, embarazada de 8 meses. El hijo menor de la pareja, Guillermo Perez Roisinblit -nacido y robado durante el cautiverio de su madre, conoció su identidad en 2000-, también es querellante y será el próximo en declarar, el lunes 17 de mayo.

A las diez de la mañana ya no quedaba lugar en el tribunal de San Martín. El público colmaba la sala de audiencias. También el salón anexo: desde allí decenas de personas siguieron el juicio a través de la pantalla grande, secándose las lágrimas y tapándose la boca con la mano, a lo largo de las casi cinco horas. Algunos debieron esperar al cuarto intermedio en la vereda por falta de espacio.

El testigo que pudo escuchar la declaración de su familia

Antes de que Mariana empezara a declarar, se planteó un debate. Al presidente del Tribunal Oral Criminal N° 5, Alfredo Ruiz Paz, le llamó la atención que su hermano Guillermo estuviera sentado en la sala cuando la testigo estaba por entrar a declarar.

– Advierto presencia de uno de los querellantes en la sala- marcó el juez.   

Alan Iud, el abogado de la querella unificada de Guillermo, Rosa y Abuelas de Plaza de Mayo, quería hacerle un planteo. Marcó una novedad respecto de otros juicios de este tipo.

El código dice que los testigos no pueden escuchar a otros antes de prestar su testimonio. Y Guillermo está citado para la próxima audiencia, que será en diez días. Su apropiador, Francisco Gómez, ex agente civil de inteligencia, es uno de los tres acusados por el cautiverio de Patricia y José en la RIBA. Ya fue condenado por sustraer y anotar al niño como propio, pero ahora está detenido por esta causa. Los otros dos acusados son Omar Domingo Rubens Graffigna, ex jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea al momento de los hechos y después integrante de la segunda junta militar (1979-1981). A los 90 años, Graffigna es uno de los pocos exintegrantes de las juntas militares que aún vive. Hasta ahora, no tiene ninguna condena. La fiscalía del Juicio a las Juntas lo imputó por diversos delitos, pero salió absuelto. Luis Tomás Trillo, el tercer acusado, estaba a cargo de la RIBA al momento de los hechos.

Iud pidió al tribunal que Guillermo pudiera hacer uso de su derecho a presenciar todo el proceso. “No causaría ningún agravio. No sólo es familiar de las dos personas que van a declarar. Desde hace 16 años han venido conversando reiteradas veces en el tema que es materia del juicio. Leyó las declaraciones de su abuela y de su hermana”, dijo y señaló también que, al mediar diez días hasta la próxima audiencia, si el motivo para respaldar su ausencia fuera que no debe saber qué es lo que declararon sus familiares, bien podría saberlo a través de los medios de comunicación.  

La fiscalía adhirió al planteo. “Las normas se sancionan con una finalidad y acá no se cumpliría”, dijo Martín Niklison, quien interviene desde la Unidad de Asistencia para causas por Violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado. “Para estos tres familiares, el objeto de estas causas ha sido central en sus vidas”.

Pablo Llonto, abogado de Mariana Eva Pérez, también adhirió y recordó que el código procesal penal no tenía presentes causas como éstas, que pueden llegar a durar meses o años. “Perdió sentido y los tribunales tienen que tenerlo en cuenta. Existe el derecho del querellante a estar presente”, dijo Llonto. Citó el protocolo de Estambul y habló de la necesidad de las víctimas de ejercer su derecho hasta el final: “Y esto implica presenciar todas las audiencias”.

Las defensas se opusieron, pero el tribunal hizo lugar al pedido.

– Que pase la testigo Mariana Eva Perez – dijo finalmente el presidente.

Mariana se sentó y sonrió. Fue su primera declaración ante el tribunal del juicio que impulsó y esperó durante años. Admitió que estaba nerviosa. Dio sus datos: nació en 1977, es politóloga licenciada por la Universidad de Buenos Aires y está terminando la tesis para obtener el título de doctora en Letras de la Universidad de Constanza, Alemania (donde vivió los últimos años).

De ahí en más, sus palabras hilaron los recuerdos con datos, imágenes y desgarros, momentos reveladores con informaciones que le fueron pasando testigos y represores, pero también expedientes judiciales que permitieron echar luz sobre muchos tramos. Así, a cuenta gotas y durante años, acompañada por su abuela materna y sus abuelos paternos -ya fallecidos- fue armando el rompecabezas de una historia incompleta: faltan piezas importantes para saber qué pasó con Patricia y José, que aún están desaparecidos.

A continuación, un extracto de partes de su testimonio.

Conocer el destino de mis padres

“Conocer el destino de mis padres ha sido una de las cosas más importantes de mi vida. Cuando fue el operativo en el que fuimos secuestrados, yo tenía 15 meses, así que no tengo recuerdos. Lo primero que pude reconstruir fue a través del relato de mis abuelos y de las compañeras de cautiverio de mi madre.  

Cuando hablé con mis primos, recordaba cuando me entregaron. Fue a las diez de la noche, el mismo día del operativo. El primer intento fracasó, porque fueron a dejarme a la casa de mi abuela Argentina, pero no estaba. Me llevaron a lo de su hermana. Ahí ese día estaban también mis primos: el mayor de 18 años, otra de 11. Él me contó hace poco que le sorprendió la magnitud del operativo. Mi madre iba en un auto, sacó la cabeza por la ventanilla y le dijo: “Por favor, recíbanme a la nena que nos secuestran”. Los hombres le preguntaron a mi primo si me reconocía y dijo que sí, que me dejaran con él. Mi prima me recuerda corriendo alrededor de un sofá y llorando a los gritos: “Llamen a mi papá”.

Primera memoria

El primer registro que tengo es la imagen de José Manuel Perez, mi abuelo, enseñándome cada mañana las fotos de mis padres bajo el vidrio de un aparador del comedor para que yo no los olvidara. Mi abuela materna me visitaba tres veces por semana. Siempre supe que mis padres no estaban.

Cómo supe que mis padres habían sido secuestrados

A los cuatro o cinco años, a raíz de un capricho infantil, no quería ir a un cumpleaños. Le dije a mi abuela Argentina: “me quiero ir con mi mamá”. Y lo dije sabiendo que no era posible. Ella me respondió: “¡Qué más quisiera yo que te fueras con tu mamá! A tus padres se los llevaron los militares, no sabemos dónde están”.

Es lindo tener un hermano

Más tarde, en otro momento, me contó del embarazo de mi madre. Fue un día que tuvieron que sacarme sangre, porque se hizo una prueba testigo con mi familia sobre índice de abuelidad, antes de que hubiera un posible hermano. La segunda vez yo no quería que me sacaran, debía tener siete años. Mientras íbamos caminando por una calle de Belgrano, a la salida de las clases de inglés, mi abuela me lo contó. Ella me advirtió que no me pusiera mal. Lo tomé con naturalidad y alegría. “¿Por qué voy a llorar?”, le dije, “si es lindo tener un hermano”.

El mantra del horror

De chica, iba seguido a la casa de las Abuelas de Plaza de Mayo con mi abuela materna. Hacía lo que me parecía que estaba a mi alcance: escribía cartas -creo que soy escritora antes que nada-, daba notas con mi abuela. Muchas veces sacaba la carpeta del caso, miraba las fotos de mis padres. Tuve acceso a los testimonios de las compañeras de cautiverio de mi madre en la ESMA: Miriam Lewin, Sara Osatinsky, Amalia Larralde y Nilda Actis Goretta. En uno de esos testimonios, cuando era chica, leí cuatro palabras que son un mantra del horror hasta hoy:

picana/golpes/pentotal/colgado

No las conocía, pero supe del dolor y de lo que habían hecho sobre el querido cuerpo de mi padre. Sé exactamente lo que le hicieron, por eso no admito que no se juzgue a estos hombres por tormentos.

Las compañeras de cautiverio de mi madre me contaron lo que ella les contó: que fueron secuestrados por la Fuerza Aérea y que compartían el espacio en una casa, en distintos pisos. Después pudimos reconstruir que era una habitación con entrepiso.

Mi padre era militante Montonero, fue responsable del área militar de la columna Oeste -que en el reparto de subzonas correspondió a la Fuerza Aérea-. Pero al momento de su secuestro andaba desenganchado de la organización, buscando reengancharse.

Jugarse la vida no es lo mismo que jugarse la muerte

Mi madre era estudiante de Medicina, había dejado de militar y estaba preparando los finales que le faltaban para recibirse. Embarazada de ocho meses, la mantuvieron con los ojos vendados, atada a la pata de un escritorio. A veces la sacaban a pasear a un patio, siempre con los ojos vendados. Gómez se ha jactado de que a veces le pasaba a escondidas un huevo duro. ¿Qué comía mi madre para que tuvieran que pasarle un huevo duro de contrabando? Jugarse la vida no es lo mismo que jugarse la muerte. A mis padres les robaron las dos cosas.

Encontrar a mi hermano era el motivo de mi vida

En 1999 no me temblaba el pulso si se trataba de conseguir algún dato sobre mi hermano. Encontrarlo era el motivo de mi vida. A través de algunos datos, me acerqué a uno de los captores de la ESMA, alguien que había “protegido” a mi mamá. Fui a verlo porque podía saber sobre mi hermano. Nos sentamos en un banco de Comodoro Py. Me presenté, a sabiendas de que el tipo era un perverso, le dije: “sé que a mi mamá usted la trató bien”. Me negó haber estado en contacto.  

En un momento me tomó de la barbilla, me miró y suspiró. Pensé que ahí había una rendija. Volví a verlo el día que tuvo que ampliar su declaración indagatoria. Fui a Comodoro Py, lo esperé. Cuando me vio, me dijo: “pero vos no me contaste que tus padres venían del pozo de la aeronáutica. Tu abogado tiene que chequear las listas de las autoridades y ver la nómina de hijos”.  Fuimos a tomar algo a la confitería del noveno piso. Pedí un café negro. Me dijo: “Un día tenés que venir a tomar un toddy a mi casa, como lo prepara mi señora”. Lo cuento porque es un detalle de algunas de las cosas que tuve que pasar para buscar un poco de justicia. A pesar de su negativa inicial, este hombre me aportó información. Es el que la llevó de la RIBA a la ESMA o viceversa. Ignoro por qué no está acá.   

Una denuncia anónima

En abril de 2000 yo trabajaba en el área de investigación de Abuelas. Recibimos una llamada anónima. Yo ese día no estaba en la oficina, atendió una compañera y la informante anónima dio muchos datos. Ella creyó que podría tratarse de mi hermano. Una semana después, la misma persona volvió a llamar y atendí yo. Me contó que Gómez tenía al hijo de una estudiante de medicina “muy blanca y muy linda”, que era un hombre que manejaba armas y documentos falsos, y que tenía conocimiento de los vuelos de la muerte. Que el chico andaba con muchas dudas. Ella lo sabía porque Gómez había llegado a su casa con el bebé en brazos, junto a otro militar. Ella en aquel tiempo estaba amamantando a su hija y se lo llevaron para que le diera el pecho. Cuenta que le dijeron que era un niño nacido de una relación extramatrimonial de un militar. Ya en democracia, borracho, Gómez le dijo que era el hijo de una desaparecida, que la habían matado.

Coincidía todo: fecha, nombres. Por primera vez recibía una denuncia sobre el caso. “Vamos a verlo, yo te acompaño”, me dijo una compañera. En aquel momento Abuelas no hacía, como ahora, aproximaciones previas. Yo fui criticada por la institución por lo que hice. Actué impulsivamente, pero no fui con la idea de abordarlo, no tenía un plan. Me presenté con Clara en el trabajo de él. Quería saber en qué horario trabajaba. Él justo estaba ahí. Me dijo que estaba ocupado. Le dejé una nota breve: que buscaba a mi hermano, trabajaba en Abuelas, había una denuncia. Que si tenía dudas, fuera a Abuelas, yo lo iba a estar esperando. Le dejé la carta y él se puso a leer. Sacó su DNI y me lo mostró. “Yo nací otro día, no soy tu hermano”, me dijo. Y agregó, mientras guardaba el documento: “A menos que esto sea falso”. Éramos como dos negaciones hablando.

A la tarde se presentó en Abuelas. Lo vi encender un cigarrillo, pensé en mi padre, me di cuenta de que se parecía. Me embargó la sensación de que todo iba a andar bien. Se envió a analizar la muestra en un banco genético de Estados Unidos. Mientras tanto, nos seguimos viendo. Esos dos meses fueron mi edad dorada en relación a mi hermano. En junio llegaron los resultados. Teníamos que avisar a la justicia.

No pude reconstruir un vínculo con mi hermano. Pasamos tiempo sin hablarnos. Intenté hacer terapia familiar. Hasta que comprendí que una relación de hermanos no se puede militar como una causa. Mi familia fue destruida.

Julio López, Silvia Suppo y el miedo

Él me pedía que le contara sobre lo que pasaba antes de la ESMA, dónde estaban. Cuando informamos al juzgado que encontramos el lugar, comprendemos que era la RIBA. A partir de la causa por la sustracción de Guillermo (hubo cuatro condenas en 2005) teníamos elementos para empezar el juicio. Se consideró probada la permanencia de mi madre en la RIBA, antes de que la llevaran a tener familia. Pero yo tenía miedo de iniciar algo. Después de Julio López, del suicidio sospechoso de Héctor Febres, del asesinato de Silvia Suppo. La situación familiar no era propicia.

Tardé en reactivar esta investigación. Lo puede hacer en 2011, porque a raíz de las causas en todo el país ahora existe la posibilidad de saber más cosas. Hay declaraciones importantes. A mí no me cabe la menor duda de que el lugar donde estuvieron mis padres fue la RIBA. Guillermo me contó que conocía ese lugar porque ahí trabajaba Gómez y lo llevaba. Cuando informamos a (la jueza) Servini de Cubría, comprendimos que era la sede de la RIBA. El dato de que se dedicaban al espionaje fue revelado en un expediente de la justicia militar. Pero cuando ellos declararon lo que hacían, parece que era un taller literario: dicen que servían café, escribíbran informes, dibujaban mapas, cortaban el pasto. Le creo más a la denunciante anónima que decía que manejaban armas y sabían de vuelos de la muerte.

En 2001 se acercó a Abuelas la gente de HIJOS de zona Oeste y nos trajo fotos. “Esto es RIBA. Van a vender la casa. El municipio de Morón se propone recuperarla”. Acompañamos con mi abuela el pedido, está pendiente.

¿Hace falta picana?

Mis padres no fueron privados de su libertad 30 días, sino desaparecidos hace 38 años. Por eso, la calificación de este hecho no da cuenta de lo que pasó, del mantra del horror: picana/golpes/pentotal/colgado. Ni de una embarazada de ocho meses atada, con los ojos vendados y un huevo duro de contrabando. ¿Eso no es tortura? ¿Hace falta picana?

Mis padres no aparecieron. Mi abuela Argentina me contó que dejó de esperar cuando le dije, siendo niña: están muertos porque si no me vendrían a buscar.

Yo también fui privada de la libertad

Y ellos no están imputados por esto. Me imagino que la tarde del secuestro, yo estaría tomando la merienda con mi mamá. Ella había dejado de militar y preparaba finales. Hoy soy madre de un niño de dos años y 4 meses y tengo un terror irracional a estar sola con mi hijo. Una madre sola con su bebé me remite al secuestro. Me siento más tranquila cuando estamos con mi marido.

Hace un año, descubrí que tengo el tabique quebrado. ¿Me habrá pasado ese día? No puedo dejar de preguntármelo. A mí me tuvieron en su poder. Después me devolvieron. Parece que no me pasó nada. Pero para el Poder Ejecutivo mi privación de la libertad está probada. Quisiera que se visibilice mi situación. Yo fui parte. Por otro lado, no hay una comprensión ni conciencia cabal de lo que significa crecer buscando un hermano.

Cada uno ha llegado acá como pudo

– ¿Se considera enemiga de los imputados? – le preguntó un defensor hacia el final de la declaración.  

– Me hace pensar… Creo que para ellos yo soy el enemigo, mi familia era el enemigo. Así nos trataron. No somos la estampa de una familia feliz buscando justicia. Cada uno ha llegado acá como pudo.

Es la primera oportunidad que tengo en 38 años de dar testimonio. Tengo mucha confianza en que ustedes van a encontrar la forma legal a todos estos hechos que son mucho más que la privación ilegítima de la libertad, de este nivel de maldad en el mundo. La desaparición de personas es algo de una complejidad que no se extingue en el tiempo sino que toca a otras personas: a mi prima que tenía prohibido hablar de esto, a mi hijo. Estamos hablando de mucho más que de que la justicia dé cuenta de lo que pasó. Abarcar en su totalidad lo que pasó acá, que nos robaron todo: los muebles, la ropa, el auto. Hay una variedad de delitos de los que hay que intentar dar cuenta.

*

En su testimonio, Mariana también habló de una presentación iniciada por su abuelo en los tribunales de San Isidro. “Acá tengo la carpeta con las gestiones, como un gesto de reconocimiento a la  búsqueda de mis abuelos paternos”, dijo. Y cerró su testimonio con una carta que le escribió su abuela Argentina a su hijo, a los 23 años de su desaparición.  

“Para José: no sé dónde estás pero te escribo y te llevo en el corazón (…)No sé muchas cosas (…): así vivo, tratando de pensar: ¿cuánto son 23 años? Qué malo es el tiempo que no nos espera en un rinconcito (…)”.

*

A su turno, Rosa Roisinblit entró caminando despacio sobre sus tacos medianos y sonriente, apoyándose en su bastón. El presidente del tribunal le preguntó por sus datos personales: “He tenido una hija y no la tengo. Soy viuda, tengo dos nietos y cuatro bisnietos”, contó.

En su declaración, Rosa recordó cómo supo del secuestro de su hija y de su yerno, cuando sus consuegros se los contaron en una plaza de Belgrano, frente a la iglesia redonda.

“Se habían robado casi todo”

Contó también que poco después de la desaparición de la pareja, recibió un llamado en su casa. Escuchó la voz de su hija. “Ella me dijo que la atendían muy bien, cosa que hoy entiendo, con la experiencia que adquirí, debe haber dicho con un revólver apuntándole en la cabeza”. Rosa contó que después otra persona siguió a cargo de la llamada y le dijo que su hija saldría pronto. También le pidió que no hiciera la denuncia y que no fueran al departamento de la pareja. Le dijo que ella tenía cargos leves, no así su marido.

“Pasé horas al lado del teléfono esperando otra llamada. Esperaba que me avisaran del bebé, nunca lo hicieron. Imaginé que ya no debía esperar, fui al departamento de los chicos y había un desastre, se habían robado casi todo: la ropa -yo le había comprado ropa muy fina-, los muebles, una puerta de petibirí, la estufa, la mampara del baño. Pero nada de eso tiene valor. Lo que lamento es que se hayan llevado a mi hija”.  

La familia también sufrió el robo del auto y de toda la mercadería que había en los depósitos de José, repleto de artículos. “A partir de la desaparición, enseguida empecé mi lucha. No me hice Montonera ni revolucionaria. Yo salí a buscar a mi hija, no me quedé a llorar en mi casa”, dijo Rosa.

Contó que se presentó ante la Justicia con un hábeas corpus y fue rechazada. Que en su peregrinar fue a ver al rabino Marshall Meyer. Él le pasó el teléfono de un grupo de abuelas, con las que se puso en contacto, cuando todavía eran “Abuelas argentinas con nietitos desaparecidos”. Fue a través de Abuelas, en una reunión en Ginebra, cuando tuvo el primer contacto con las mujeres que compartieron el cautiverio con su hija mientras estuvo en la ESMA. Ellas le confirmaron que Patricia había sido secuestrada por la Fuerza Aérea y llevada a una casa de Morón donde su marido era torturado. En el parto, la asistieron Sara Solarz de Osatinsky y Amalia Larralde. “Me contaron que había tenido un varón al que llamó Rodolfo Fernando”, dijo Rosa. “Y que Sara le tuvo que poner el goteo”.

Antes de cerrar su testimonio, advirtió: “Quiero hacer notar que aquellos que secuestraron, mataron y torturaron a nuestros hijos hoy tienen la posibilidad de tener un abogado defensor y un juicio, con todos los derechos que un ser humano debe tener. Pero nuestros hijos no, ellos fueron torturados y desaparecidos. Por eso les pido (a los acusados) que respondan algo, que no digan que lo volverían a hacer. Necesito saber ciertas cosas. Soy una mujer mayor. Estoy muy contenta que llegué a vivir este momento”.