kiwi batán

Juan Tapia*.-

Horacio Daniel Flores nació el 9 de diciembre de 1984. Le decían Kiwi.Nunca entendimos qué tenía que ver ese sobrenombre con sus características físicas: piel oscura, cara alargada, ojos saltones, extrema delgadez. Cuando tenía 20 años cometió dos delitos. Las causas se acumularon y se le unificó la pena: pasó casi una década de su vida encerrado en la Unidad Penal 15 de Batán.

Durante algunos meses un juez le otorgó un arresto domiciliario. La mamá de Horacio estaba enferma de cáncer terminal y no tenía otro familiar para cuidarla que su hijo privado de libertad. Cuando ella falleció, él volvió a la cárcel.

Horacio sabía que la libertad definitiva estaba cerca. Que ya no era un nombre de mujer ni un horizonte lejano imposible de alcanzar. Era una realidad concreta, que se vislumbraba inexorable detrás de los altos muros del apartheid carcelario. “Voy a pedir la asistida en términos de condicional” repetía por estos días con el aprendizaje jurídico que da el archipiélago punitivo. El conocimiento aprendido en la Universidad de la Supervivencia que es la cárcel: una universidad que tiene un Ciclo Introductorio en Códigos de la Violencia, un Ciclo de Formación Básica en Resistencia a Derechos Vulnerados y un Ciclo de Profundización en el conocimiento de las Acciones Jurídicas que conducen a la Libertad. Las vías de escape del infierno.

La única Universidad donde no se aprende de la vida sino de la muerte. De cómo engañar a la muerte como un ilusionista cuando pasa a tu lado disfrazada de tuberculosis, hantavirus u otras enfermedades más propias del medioevo que de los tiempos que corren. De cómo gambetear la muerte cuando te viene a buscar con el ruido de las celdas que se abren y la aparición repentina de borceguíes uniformados o de cochebombas con facas y pastillas. De cómo postergar la muerte un tiempo más, cuando la soga o el cinturón rodean tu cuello para asfixiar casi tanto como el encierro.

Horacio participaba de los Talleres de Educación en contextos de Encierro que un grupo de docentes y estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Mar del Plata dábamos en el Penal. Siempre sonriente, con camiseta de Aldosivi como rasgo identificatorio, demandaba libros para leer en la soledad de su celda.  Sus intereses eran diversos pero prefería la poesía e incluso se animaba a escribir unas líneas:

“No te aferres al pasado

que es dolor que lastima tu alma y espina

que hace sangrar tus heridas.

No te rindas al sufrimiento.

No te dejes atrapar por los brazos de la soledad,

porque tus ganas de amar, morirán.

Querete mucho!! Y valorate ante la adversidad

porque no hay nada mas importante que uno mismo.

Siempre habrá una sonrisa,

una luz en la mirada

y un te quiero

que desea de ti todos tus sueños y esperanzas.

Porque el amor es así,

está, se va, pero siempre vuelve a refugiarse

en un rincón de tu corazón…

En este lugar que siempre nos invade la tristeza,

no te olvides amigo de las cosas bellas de la vida,

lucha por lo que quieres, que tus sueños son los que valen

‘Hasta la Victoria Siempre’

Son tus hijos, tu madre, tu mujer o una hermana

Los que te brindarán la fuerza para seguir adelante

Lucha por ellos, fuerza!”

 

El martes 10 de marzo de 2015 la temperatura en Mar del Plata superaba los treinta grados. A media mañana, Horacio aprovechó su contextura física delgada para atravesar el pasaplatos y salir de su celda con la idea de ir a refrescarse con un baño de agua fría en el sector de duchas del pabellón número 8. Cuando terminó de bañarse notó que el personal del Servicio Penitenciario Bonaerense ingresaba al pabellón. Y para no ser sancionado, volvió rápidamente a la celda.

La versión oficial dice que su cuerpo aún mojado tocó la puerta de la celda, que estaba en contacto en la parte superior con una conexión de corriente eléctrica sin aislación. Recibió una descarga eléctrica: la intensidad del voltaje que lo atravesó lo mató.

En agosto de 2014, un perito arquitecto y un perito ingeniero civil de la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires relevaron el estado general en que se encontraba el sector de máxima seguridad de la Unidad Penal 15, donde estaba alojado Horacio Flores.

“En los pabellones se observa un entramado de cables y conexiones con deficientes aislaciones (empalmes y conexiones precarias), lo que origina que pueda producirse la transmisión de un potencial eléctrico, con el consiguiente riesgo de electrocución”, dijeron los peritos. Además, en varios pabellones no había un disyuntor diferencial.

Los peritos también informaron que la unidad no cuenta con un sistema apropiado de lucha contra incendio, que los hidrantes ubicados en el acceso a los pabellones carecen de la presión de agua necesaria y que la apertura de las puertas de emergencia (simulando una posible evacuación) demoró más de quince minutos en el pabellón 3 y más de treinta y cinco minutos en el pabellón 4,. Aún así no pudieron abrir la puerta: estaba trabada.

Las condiciones de habitabilidad, seguridad e higiene de la Unidad Penal no cumplen mínimamente con las normas internacionales para el tratamiento de los reclusos, concluyeron los expertos.

Lo del Kiwi fue muerte estúpida. Muerte previsible. Muerte inútil. Muerte absurda. Muerte por complicidad y negligencia.

La noticia apareció en los medios de comunicación marplatenses entremezclada con crónicas de asaltos a ancianos y denuncias de corrupción política. En el diario digital 0223, los comentarios de los lectores decían: “el pueblo está feliz”, “otro que se autoexterminó!! Casi, casi a costo cero, excepto los KW/hora que consumió. Cómo decía un expresidente: que lindo es dar buenas noticias”, “juajuajaaaaaaaaaaaaa que se joda, juajuajajaja”. Lazos de solidaridad durkheimiana.

En la fiscalía en turno se formará una investigación penal titulada “muerte por causas dudosas”. Si uno se atiene a los resultados de otras causas similares, los pasos procesales pueden adivinarse: un peritaje de la escena varias horas después con los riesgos consiguientes de su modificación, teorías que apuntan a la que la víctima se puso a sí misma en peligro al manipular cables de electricidad en forma indebida, el archivo de la causa con el cuerpo de Horacio todavía caliente.

Ojalá que no sea así. Que no pasen desapercibidas las conclusiones de la pericia de la Suprema Corte Bonaerense que alertaban del riesgo de muerte y demandaban acciones urgentes del Estado.

Que no se ignore que esos cables y conexiones sin aislación adecuada responden a las deficiencias estructurales de un edificio-prisión que, sin permitir el paso de luz natural suficiente, carece de luz artificial.

Que no se oculten las gravísimas falencias en la alimentación de los internos, lo que provoca que usen un ladrillo como fuelle para calentar un paquete de arroz o fideos que aporta algún conocido o para disimular el hambre con mates cocidos.

Que no se desconozca que salir un rato de la celda por un pasaplatos y volver apurado para no ser sancionado responde al esquema represivo de celdas transformadas en buzones, donde los internos pasan engomados veintitrés horas diarias aún sin haber sido sancionados.

La política penitenciaria del depósito de cuerpos inertes.

El día después de la muerte de Horacio Daniel Flores, el pabellón 8 de la Unidad Penal 15 fue clausurado por las autoridades penitenciarias y la población fue derivada a otros pabellones.

El día después de la muerte de Horacio Daniel Flores, su celda vacía permitía observar una inscripción en una de sus paredes laterales.

La misma celda en la que Horacio había sufrido el vacío de ciertas ausencias, la soledad de los silencios infinitos. La misma celda en la que Horacio conoció la poesía, descubrió las palabras y soñó su libertad. La misma celda en la que Horacio vivió y murió.

La inscripción de una de las paredes de su celda decía:

“Quién me diece alas

como Paloma, Volaría

yo y Descansaría…”
*Juez de Garantías de Mar del Plata. Docente de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Mar del Plata