Por Lisandro Tosello
Foto: Daniel Vera, a un año de su denuncia. (Pedro Castillo/La Voz)
Hace un año que la vida de Daniel Vera cambió para siempre. El domingo 2 de junio de 2019 salió de su casa y fue al puesto de diarios de su barrio para comprar La Voz. En los titulares de la portada encontró parte de su historia reflejada en una investigación periodística sobre abusos eclesiásticos en la Iglesia de Córdoba: “Denuncian a curas por presuntos abusos sexuales”.
Recién ahí tomó conciencia de lo que significaba el paso que se había animado a dar. “No había dimensionado lo que significaba hacer pública la denuncia. Abrí una puerta de la que no se puede, por suerte, retroceder”, dice el hombre.
Vera denunció al excura Walter Eduardo Avanzini de haber abusado de él a los 17 años, en 1986, en Arias, una localidad a 360 kilómetros al sudeste de Córdoba capital.
El día después de la publicación, Daniel debía reanudar su vida cotidiana. Presentarse a trabajar en las cuatro escuelas donde enseña implicaba mirar a sus compañeros a la cara. Y eso le daba miedo.
Pasó todo lo contrario.
–”Profe”, lo vi en el diario –lo recibió una estudiante–. Lo entiendo, a mí me pasó lo mismo.
Lejos de la recepción que había imaginado, recibió abrazos y llantos reparadores de sus pares y de alumnos.
Para Daniel, la lucha por asumir esa historia es diaria. “Hay días en que te levantás más valiente que otros. Toda la primera semana luego de la nota, lloré cada vez que me duchaba”, cuenta.
Y agrega: “Dejé de ser una víctima y hoy soy un sobreviviente. Transformé el dolor en lucha. Resignifiqué ese momento traumático, doloroso y asqueroso como un momento de redención social. Empiezo a transitar un nuevo camino y ya no estoy solo, sino que hay otres sobrevivientes y personas a los que mi historia también los ha transformado”.
La historia
Daniel Vera conoció al cura Walter Eduardo Avanzini en 1985 por intermedio de su hermano, el ahora también exsacerdote Raúl Vera. Avanzini, luego de su etapa de formación en el Seminario Mayor de Córdoba y de su ordenación en la diócesis de Río Cuarto, había sido enviado a su destino pastoral en Arias.
Daniel, quien viene de una familia muy católica, vivía con su madre y su padre a 53 kilómetros, en la localidad de Canals. Los domingos viajaba a Río Cuarto para visitar a su hermano en el Seminario Mayor. Allí conoció a Avanzini, quien además de sacerdote era médico y oriundo de una localidad cercana, Sampacho.
En 1985, Daniel cursaba cuarto año en el Instituto Belisario Roldán de Canals y soñaba con ser cura y misionero en África. Para sus padres, que se habían conocido dando catequesis, tener dos hijos religiosos no podía ser un regalo mejor.
Avanzini se convirtió en su referente. Al vivir en localidades vecinas, Daniel empezó a visitarlo en la parroquia. “A veces, la Iglesia organizaba encuentros pastorales de jóvenes”, recuerda. “Como él sabía que yo quería seguir sus pasos, me invitaba y yo viajaba. Me quedaba a dormir con él, en otra habitación”.
Daniel asegura que a veces, cuando se duchaba en la casa parroquial, Avanzini irrumpía en el baño para llevarle una toalla y lo veía desnudo. Y que en ese contexto el sacerdote le hizo una observación íntima sobre su órgano sexual, aunque siempre dando la impresión de que se trataba de una preocupación médica.
En 1986, Daniel transitaba su último año en el secundario y su vocación por lo social crecía. Ya había decidido ser religioso y misionero. Su vínculo con Avanzini continuaba, y su familia también se había encariñado con el sacerdote.
En diciembre de ese año, Avanzini lo invitó a un nuevo encuentro pastoral con estudiantes de Río Cuarto y de Buenos Aires.
Firme en su decisión de ser sacerdote, viajó a Arias ilusionado por compartir con otros adolescentes un nuevo encuentro pastoral, sin saber que ese diciembre, según sus palabras, le quedaría “marcado a fuego” para siempre.
Recuerda que una noche de mucho calor, Avanzini lo llamó a su habitación. Quería hablar sobre cómo le estaba yendo con el resto de los estudiantes que estaban en la misión. Daniel asegura que entró a la habitación del cura y lo encontró en calzoncillos. Esa noche, relata, ocurrió el abuso sexual.
Según su testimonio, el sacerdote lo hizo sentar en la cama y empezaron a conversar. Luego de unos minutos, Avanzini lo abrazó y lo besó.
“Me quedé paralizado. Me empezó a manosear los genitales y a decirme cosas subidas de tono”. Luego, contó, “me dijo que lo penetrara, pero yo no le hice nada”. Vera recuerda que Avanzini estaba muy excitado, pese a que él no lo correspondió.
Qué hizo la Iglesia
Dos días después de la explosión de su caso en la prensa, el obispo de Río Cuarto, Adolfo Uriona, le escribió un e-mail a Daniel para notificarlo de que estaba al tanto de la denuncia pública. 72 horas después, el vicario general Juan Carlos Giordano lo contactó por orden de Uriona para pautar un encuentro, que se concretó el 11 de junio en el Arzobispado de Córdoba capital. Vera asistió junto con su hijo, pero al joven no lo dejaron entrar.
Ahí se inició una instancia administrativa. Vera declaró los hechos. “Tuve que jurar sobre una Biblia. Cuando la vi, la tiré lejos”, rememora Daniel.
En ese encuentro no se le brindó una copia de su exposición. Daniel se quedó impaciente y, luego de consultarlo con el abogado de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de Argentina, cruzó una serie de e-mails con el vicario en los que le pedía una copia de la denuncia.
Esta llegó a manos de Vera el 19 de septiembre de 2019. En esa misiva, el Obispado de Río Cuarto, además de adjuntar su declaración, le informaba que “las actas de la investigación han sido trasladadas a la Congregación para la Doctrina de la Fe” en la Ciudad del Vaticano.
El 28 de noviembre de 2019, seis meses después de la denuncia, Daniel volvió a insistir ante la diócesis de Río Cuarto en saber si había algún avance en su causa. La respuesta llegó través de un correo electrónico: “Le informo que no se ha producido ninguna novedad. Cuando haya una resolución se lo haremos saber, de acuerdo con la legislación particular para estos casos”, decía el texto.
En todo este año, Vera no supo más nada de Avanzini. Haber sacado a la luz el secreto que silenció por años lo ayuda a transitar su camino de sanación que construye todos los días.
“Esto no lo hago sólo por mí. Les otres sobrevivientes, les otres personas en general merecen y necesitan tu lucha. A mí eso me sirve para seguir. Ser feliz no es fácil para nadie. Hoy me toca intentarlo llevando adelante esta lucha”, dice.
La denuncia
Por eso, además de denunciar en la Iglesia y en los medios, en estos 12 meses se fortaleció y se puso en contacto con un abogado para acusar al excura Avanzini ante la Justicia de Córdoba. Lisandro Gómez, su letrado e integrante del Instituto Laico de Estudios Contemporáneos de Argentina (Ilec), dijo que lo harán una vez que se flexibilicen las actividades en los tribunales pospandemia por coronavirus.
Otros casos
La denuncia de Daniel Vera no es la única que involucra a Avanzini. En 1983, un seminarista lo denunció por un intento de abuso. Pese a eso, fue ordenado cura a los meses por la diócesis de Río Cuarto. Y en 1998, cuando ya llevaba 13 años en el ejercicio del ministerio sacerdotal, hubo un escándalo.
Avanzini había sido trasladado a Berrotarán, a unos 150 kilómetros de la Capital, donde logró insertarse en la comunidad. Allí había impulsado la creación de un jardín, de un colegio primario y de una escuela especial.
En agosto, el programa A decir verdad, que conducía el periodista Miguel Clariá en Telefe Córdoba, emitió un informe sobre la prostitución de niños en la plaza San Martín de la ciudad de Córdoba. En medio del informe, los teléfonos de la producción empezaron a sonar una y otra vez. Decenas de vecinos de Berrotarán se dieron cuenta, al escuchar la voz, de que el hombre que salía en el informe era el párroco de su comunidad.
El obispo Ramón Artemio Staffolani (ya fallecido) dijo “sentir vergüenza por la posibilidad de que un sacerdote católico estuviera involucrado en un episodio como ese”. Cinco días después de la emisión del programa, viajó a Berrotarán a pedirle perdón a toda la ciudad.
Luego de ese escándalo, Avanzini no fue expulsado de la Iglesia Católica, sino enviado a un retiro espiritual en San Fernando, provincia de Buenos Aires. La investigación judicial que inició el fiscal Pablo Sironi no tuvo novedades y el caso se desvaneció en semanas.
Avanzini dejó de ejercer el ministerio sacerdotal, pero comenzó a trabajar en educación y siguió en contacto con niños y adolescentes. Se desempeñó como docente en distintos colegios públicos. En 2011 pasó a cumplir funciones a una inspección zonal dependiente de la Dirección General de Institutos Privados de Enseñanza de la Provincia de Córdoba (Dipe), donde trabajó hasta el 31 de octubre de 2014.
De 2014 a la actualidad, Avanzini se dedicó a estudiar. Sumó un profesorado, una licenciatura y una maestría a su curriculum vitae. Esta última la rindió en 2016. El tema de su tesis fue “Acoso entre pares desde la mirada de los actores educativos adultos”.
*Esta nota fue producida en el marco de la Beca Cosecha Roja y también publicada en el diario La Voz.