araceliEl gobierno nacional decretó hoy el duelo por un policía muerto como consecuencia de la llamada política de guerra contra las drogas. El mismo día en que aparece un cadáver que por un rato pudo ser de miles de mujeres desaparecidas.

Por un lado, honores burocráticos que amalgaman perfecto con una política ante el narcotráfico que adoptan cuando el mundo muestra que, lejos de erradicarlo, es la gran productora de circulación de divisas a fuerza de muerte de cuerpos precarizados.  

El duelo declarado se expresa con la bandera a media asta. Según cuentan se debe dejar la bandera a mitad del mástil para dejar sitio por arriba a una bandera imaginaria , la llamada “bandera invisible de la muerte”, un bandera ausente que indica luto por los “caídos”. No podría ser más elocuente, lo único imaginario es la bandera, la muerte cada día más victoriosa.

Aún cuando revisando estas hipocresías pensáramos que una bandera a media asta pueda honrar  la vida de alguien – en medio de entregas diarias de soberanía- lo más relevante del gesto estatal es el silencio cómplice ante la probable aparición del cuerpo de Araceli Fulles. Hace pocos días ante el Senado Rita Segato esclarecía respecto de la importancia de tomar nota de que las mujeres, —a fuerza de violación y muerte—, no somos ciudadanas, somos cosas. El Boletín Oficial de hoy, cada día menos heraldo de buenas noticias, lo corrobora.

Esto ocurre apenas 20 días después de que aparezca asesinada Micaela García. También el Boletín Oficial ofreció atención a Micaela. Cuando ya había aparecido muerta, el primer lunes hábil siguiente a aquel sábado 8 de abril enceguecedor de dolor colectivo, se publicó un decreto que fijaba una recompensa para quien aportara datos para su búsqueda.

Expresiones de la misma matriz, otra forma de habilitación porque al fin y al cabo, quienes matan, mutilan y violan, tienen aval bajo distintas formas de la farsa: un lamento impostado, una reafirmación del desprecio con indiferencia, una recompensa para un cadáver que el propio Estado ayuda a mantener, desidia mediante, oculto.

Son metamensajes que prometen más sangre, que habilitan más muerte. Como enseña Rosana Reguillo “Los cuerpos son especialmente índices de un poder previo al que no podemos acceder por la experiencia inmediata(…) Contamos muertos pero el gesto es inútil porque no se logra reponer humanidad”

En estos último tiempos, movilización tras movilización de mujeres, viene quedando cada vez más claro que la transformación radical que demanda la siniestralidad que nos rodea,  sólo será la que interpele sustancialmente  a esos poderes previos (narco, financiero, especulador inmobiliario, agroexportador, tóxico, explotador, fiolo). Esa claridad proviene de la  puesta en escena de toda la interseccionalidad de violencias que se revelan cuando nos tomamos las asimetrías de género en serio.

Un ejemplo concreto de esto es la posición del colectivo Ni Una Menos en el debate por las reformas punitivistas denunciando que con ellas sólo se alimenta la violencia como política predilecta del Estado hacia las formas de vida que esos poderes, instrumentalmente, necesitar poner en posición de desprecio, reafirmar como vidas desechables: allí están policías ejecutados por un aparato corrupto que licúa como pocos las fronteras entre criminalidad y estado, la “narcomáquina”, allí estamos sobrepoblando la escena las mujeres muertas y las que -aún con vida- comprendemos el mensaje que nos dirige cada cuerpo que gana  foco cuando está muerto, desmembrado mejor.

No se trata sólo de qué vidas importan y cuáles no: eso viene quedando claro hace rato. ¿En serio una bandera a media asta, —la del mismo país cuya soberanía está siendo entregada en garantía de las deudas que enriquecen a unos pocos- es una expresión de duelo que honra la vida de una persona? ¿Es el mismo que negocia en Londres pulverizando los reclamos por Malvinas, el que se muestra dolido de esa forma? ¿ Es el que festejó el bicentenario de la patria a puro “Querido Rey” ¿De qué bandera tangible habla?

Lejos de hacernos caer en la trampa de ver como “privilegio” el reconocimiento a uno y la negación de tantas otras,  veamos un sentido concurrente, unidireccional, más bien una decisión política de subrayar, dejar claro que el Estado hoy opta por reafirmar la alianza criminal entre capitalismo y heteropatriarcado. Una declaración de guerra, como lo les gusta llamarlo tan a menudo.