tina003Teresa Meschiati, Tina, es una de las sobrevivientes que más tiempo permaneció cautiva en el centro clandestino La Perla. Hoy tiene 73 años y, a un mes de la sentencia donde condenaron a varios de sus torturadores, todavía no lo puede creer. “Nunca pensé que íbamos a llegar a un juicio. Mi objetivo estaba en difundir mi verdad respecto a los compañeros desaparecidos de Córdoba”, dice. Después de dos años de cautivero y torturas, sus captores la dejaron ir a dormir a su casa, pero debía volver cada día a La Perla a hacer trabajo doméstico. Volvió a Córdoba para le sentencia, y se abrazó con la multitud que festejó las condenas a perpetua contra varios de los represores.

Tina dispone de un rato para conversar. Después la esperan las noticias que cada noche mira por televisión. Si tiene tiempo más tarde se deleitará con un policial. El resto del día se dedica a escribir, militar, cuidar a los suyos. “Yo no soy sólo militante –aclara– tengo que hacer las compras, barrer, quejarme cuando el chino me cobra 400 mangos porque aumentaron los precios. Hay que atarse un poco a la vida para poder dejar de lado la problemática de algo tan siniestro como La Perla”.

Tina fue secuestrada hace cuarenta años, el 25 de septiembre de 1976. Ese día debía llegar a su casa en barrio Pueyrredón para encontrarse con su compañero, Eduardo Molinete, y su bebé Gustavo. Nunca llegó. Es que caminando por las calles 24 de Septiembre y Avenida Patria fue interceptada por un auto donde viajaba una patota de secuestradores.

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La buscaban por montonera. Ella y su pareja habían llegado a Córdoba desde Buenos Aires a principios de ese año. Molinete había sido enviado a la provincia mediterránea como responsable regional de Montoneros. Ambos militaban, aunque el último tiempo Tina había elegido dedicarse íntegramente al cuidado de su hijo recién nacido.

Aquel día primaveral Luis Alberto Quijano, oficial de Gendarmería especializado en Inteligencia e imputado del juicio fallecido antes de la sentencia, le frenó el paso apuntándola con un arma. Se le abalanzaron. Uno de sus captores le dijo: “Perdiste Tina, hoy Dios es fascista, no montonero”. En el auto a donde la subieron forzadamente también viajaban los represores Luis Manzanelli, Jorge Exequiel Acosta y Ernesto Guillermo Barreiro. Veinticinco minutos más tarde habían llegado a La Perla. Lo que Tina no sabía es que allí atravesaría un largo cautiverio que duraría dos años, tres meses y tres días.

Tras dos años de cautiverio sus captores le ofrecieron comenzar a salir de La Perla y dormir por las noches junto a sus padres en Cosquín. El trato era el siguiente: todas las mañanas debía presentarse en las puertas del centro clandestino ubicado camino a Carlos Paz para realizar tareas domésticas. Como un siniestro trabajo de medio tiempo, de 8 a 12 se le asignaba limpiar las oficinas, lavar los pisos y barrer. Era 1978 y La Perla comenzaba a abandonar de a poco su función de ser el campo de exterminio más temible de Córdoba. Por allí habían pasado miles de personas, la mayoría de las cuales continúan desaparecidas hasta hoy.

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El día de la sentencia del juicio que investigó los crímenes cometidos en La Perla y otros centros clandestinos de Córdoba, será uno de sus tantos recuerdos imborrables.

“Sentí mucho placer, fui una más en la multitud. Me sentí feliz porque estaba con el conjunto, con la población, gozando de cada perpetua que se dictaba”, dice mientras en su falda duerme uno de sus gatos. “Estuvimos cuatro horas parados con un sol que rajaba la tierra y no me dolió ni un hueso”, añade entre risas.

Al regresar de Suiza en el año 2004 –a donde viajó escapando apenas la liberó la dictadura– volvió a vivir a Buenos Aires.

No recuerda cuántas veces dialogó con otros sobre La Perla pero sabe que fueron muchas. En seis ocasiones declaró ante tribunales de la Justicia. “Al salir del campo la tarea era hablar. Pienso que hice lo que tenía que hacer, es lo que hubieran querido los compañeros”, dice y se pregunta a sí misma: “¿Me dedico a ser la persona que sufre eternamente o me dedico a testimoniar? Yo me dediqué a testimoniar, a hablar, a contar mi verdad parcial, como lo estoy haciendo ahora”.

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La Justicia: una instancia inimaginable

Tina recuerda como un momento de quiebre cuando el ex presidente de la Nación Néstor Kirchner le ordenó al titular del Ejército, Roberto Bendini, que bajara los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la galería del Colegio Militar. “Me gustó esa osadía, fue un hecho simbólico que transformó mi idea primitiva de ser una testimoniante eterna”.

También trae a colación el 24 de marzo de 2007, cuando el entonces jefe de Estado le entregó a la provincia y a los organismos de derechos humanos de Córdoba el predio militar ubicado en los terrenos hasta entonces pertenecientes a la IV Brigada Aerotransportada del Tercer Cuerpo de Ejército. En ese predio se ubica La Perla, hoy convertida en un espacio de memoria.

“Ese día había muchísima gente y llovía. Para mí había sido un reencuentro intenso con La Perla, esa maldita Perla que odio. Estábamos recorriendo la sala de terapia intensiva, de torturas –aclara–. Lo agarré al flaco y le dije: ‘Vos para mí no sos presidente, sos un cumpa, no pudieron con nosotros’. Y ahí él me besó en la cabeza”.

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El odio en los ojos de los represores

El largo cautiverio  le permitió conocer en persona a los represores que fueron juzgados por los crímenes de La Perla. Algunos de ellos recibieron su primer condena, fcomo Ernesto Guillermo Barreiro, que en sus últimas palabras al tribunal presidido por Jaime Díaz Gavier celebró los festejos del actual Gobierno nacional el 9 de julio y provocó: “He tenido la emoción de ver desfilar a las Fuerzas Armadas y estoy seguro de que tarde o temprano también nos verán a muchos de nosotros desfilar por nuestra patria”. Otros, como Luciano Benjamín Menéndez, sumaron una más a una larga lista de condenas por delitos de lesa humanidad.

Tina habla sin temor. Las dos veces que testimonió en Córdoba –la primera fue en 2008 con la causa Brandalisis– esperó que alguno de ellos se levantara del banquillo de acusados y empezara a hablar. “Yo les iba a contestar. En mi declaración en la megacausa, Menéndez se paró y empezó a balbucear pero no dijo nada”, dice.

Recuerda haberlo visto al ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército imponiendo su autoridad entre los represores en La Perla, durante el tiempo que estuvo secuestrada. “Fue Menéndez el que impuso el pacto de sangre entre ellos, y el problema es que el que manda sigue siendo él. Si se hubiera muerto, capaz uno de estos hablaba, pero no, la obediencia debida sigue funcionando exactamente igual”, asevera.

Considera que la prisión domiciliaria es el peligro más grande. “Hay que tener cuidado con el asunto de que algunos vayan a sus casas. Hay algunos que tienen un odio, se les ve en los ojos. Son jodidos, sentían placer de matar y torturar. Son asesinos”.

También Tina fue víctima de torturas y vejámenes. En su primer día en La Perla le aplicaron la picana eléctrica sobre la vagina y el resto del cuerpo. “Hoy lo puedo decir sin ningún pudor porque el tiempo ha cambiado y se puede hablar de esta temática”, piensa.

En el veredicto el tribunal se expidió en torno a los delitos sexuales que hacia el interior de los campos de concentración fueron moneda corriente. En un fallo novedoso, las violaciones y vejámenes fueron considerados delitos de lesa humanidad.

Seguir, después de la sentencia

Tina viajó a Córdoba para celebrar la culminación de la megacausa, luego de casi cuatro años de audiencias desde su inicio el 4 de diciembre de 2012. La explanada de tribunales fue un mar de quince mil personas.  Luego de la lectura de la sentencia, junto a otros sobrevivientes del terrorismo de Estado fue invitada por los organismos de derechos humanos a subir a un escenario montado justo frente a la puerta central del edificio.

Desde arriba miró a la gente. A su lado también estaba Liliana Callizo, con quien compartió el cautiverio en La Perla.

Ese mediodía la Justicia condenó a prisión perpetua a 28 de los 43 imputados. Cinco fueron absueltos y el resto recibió penas de menor escala. En una jornada colmada de personas, finalizó el juicio de lesa humanidad más grande del interior del país y el séptimo en Córdoba.

Tina se sienta seguido a escribir. Entre sus reflexiones, la vivencia en el campo de concentración sigue siendo una de las más recurrentes.

“Escribo sobre la niñez, la militancia, mi historia personal, el campo. Incluso me inventé un superyó, que sería yo misma pero entrevistadora. Ella me pincha para que yo hable un poco más. Por más que intente, a veces es difícil poner en palabras La Perla”.  

 

Fotos:  Julián Athos