De los rats d’hôtel de principios de siglo a los hackers de tarjetas magnéticas, la disciplina se renueva una y mil veces.
Desde que un hacker de 24 años demostró en una convención de la industria informática, celebrada en julio pasado en Las Vegas, que las cerraduras digitales de los hoteles tienen flancos relativamente débiles para descifrar, un viejo arquetipo criminal parece haber regresado: “el ratón de hotel”, célebre a principios del siglo XX.
Cody Brocious, un desarrollador de software para el navegador web Mozilla, indicó en una presentación en la convención Black Hat USA 2012 cómo las cerraduras Onity (una de las mayores compañías en cerraduras digitales) podían ser decodificadas rápidamente insertándoles el enchufe de un pequeño dispositivo que él mismo había construido con menos de 50 dólares y que leía la llave digital que proveía acceso al mecanismo de apertura y abría la puerta instantáneamente.
La presentación alertó a los hoteleros del mundo: alrededor de cuatro millones de cuartos están cerrados con sistemas Onity, también en la Argentina. Pero la compañía sólo propuso una solución pasajera con una suerte de parche de hardware que bloquea el modelo de cerradura. “Dado que no va a ser un asunto de bajo costo, no es difícil imaginar que muchos hoteles elegirán no reparar correctamente sus cerraduras, dejando a los pasajeros en peligro”, escribió Cody Brocious en agosto, en su blog, al tiempo que los videos de hackers violando cerraduras digitales de hotel comenzaban a multiplicarse en YouTube.
Este hacker también considera que el agujero en la seguridad de las cerraduras digitales es tan grande que muchos otros programadores ya lo habrían descubierto antes que él, sin darlo a conocer.
“En las primeras décadas del siglo XX, a los ladrones que robaban en los hoteles se los conocía como ‘rats d’hôtel’”, explica el sociólogo e historiador Diego Galeano, especialista en historia del delito. “Era una figura importante en el universo de los ladrones de la Belle Époque, que reunía todas las características de un ladrón internacional: se desplazaba a una velocidad asombrosa y tenía la apariencia de un ‘verdadero gentleman’, lo que le permitía evitar que su presencia llamara la atención entre los otros huéspedes. A veces trabajaban en solitario, pero lo más frecuente era que integraran bandas de dos o tres ladrones y, en algunos casos, hasta pertenecían a redes transnacionales”.
En 1908, el criminólogo argentino Eusebio Gómez incluía a los “punguistas de hotel” en su clasificación de los ladrones profesionales como una “clase elevada, casi aristocrática, en el mundo de los lunfardos”. El rat d’hôtel operaba en los hoteles de lujo de las grandes ciudades, donde el flujo constante de viajeros hacía difícil conocer a todos los pasajeros. Se inscribía con un nombre que aparentaba un linaje aristocrático y se ganaba la confianza del personal con propinas generosas.
“Raramente robaban el día en que llegaban”, sigue Galeano. “Tomaban varios días para construir lazos de confianza, estudiar a los huéspedes y sus pertenencias. El robo ideal para un ratón de hotel era aquel que se hacía sin necesidad de forzar la cerradura, analizando el movimiento de las víctimas y los momentos en que el personal del hotel no circulaba por los pasillos. Pero muchos usaban llaves falsas y ganzúas para abrir las cerraduras durante la noche. Cuando trabajaba abriendo puertas, vestía piyamas porque en caso de ser sorprendido por otro huésped simulaba haber salido de su cuarto por un malestar”.
Otro tipo de modalidad para el moderno ratón de hotel es la que practicó Eduardo Flores o Gómez o Cardeli, conocido como “el ladrón cinco estrellas” y detenido en Córdoba en julio pasado, al tiempo que el hacker Cody Brocious deschavaba en Estados Unidos el sistema de cerraduras digitales. El “ladrón cinco estrellas” se registraba en hoteles de Córdoba y de Buenos Aires con una falsa identidad, con un juego de cerrajería y un bolso grande, y solía dejar la habitación durante la madrugada, cargando con el LCD o con otros objetos de la propia habitación y de las contiguas. A pesar de que pagaba siempre en efectivo y de que no se quedaba por más de un día, este moderno rat d’hôtel fue identificado gracias a las cámaras de seguridad y a los dictados de rostro. El día que lo detuvieron, en un hotel del centro de Córdoba, Eduardo Flores o Gómez o Cardeli llevaba un bolso con herramientas de cerrajería, ganzúas, cables, destornilladores y alrededor de veinte juegos de llaves. Ninguna tarjeta digital, entonces.
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