Nuestros compañeros Sebastián Ortega y Emilia Erbetta escribieron un extenso perfil de Santiago Maldonado, que se puede leer en el numero de diciembre de la revista Rolling Stone, y que está disponible online aquí. Aquí te presentamos un fragmento de ese texto: la parte de los viajes.

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Con los viajes, el relato de la vida de Santiago se convierte en un rompecabezas al que le faltan piezas. De aquellas travesías quedan fragmentos: la reconstrucción de sus últimos años es una historia coral de los recuerdos de quienes lo acompañaron o lo cruzaron en el camino.

El viaje a Misiones, en enero de 2011, marcó un quiebre en la vida de Santiago. El punto de partida fue La Plata: lo acompañaba un grupo de amigos. Al llegar a Misiones solo quedaban Santiago y Enzo Robles, un joven tatuador como él. El resto había encarado por otras rutas. Santiago viajaba con la mochila llena de acrílicos con los que iba pintando murales por el camino: grandes dibujos de colores con frases libertarias.

En Misiones conocieron a Chuncho, un viejo guaraní que los alojó en su casa en el monte. Durante esos días Enzo tuvo una infección urinaria. El viejo encaró hacia el monte con el machete y volvió con un puñado de ramas y hojas que metió en una botella cortada. Le agregó agua y le puso una bombilla.

-Tomátelo todo -le dijo

Media hora después, Enzo estaba curado.

Santiago quedó fascinado: anotó los nombres de las hierbas y cortezas y para qué servía cada una. Aparentemente, allí surgió su interés por la medicina ancestral y el poder de las plantas.

De pronto dejó de ser Lechuga para convertirse en el Brujo. Pasó de ser un punkie de pueblo a un nómade de ideas libertarias.

Antes de dejar la casa del monte, Santiago se ofreció a pintar un mural como agradecimiento. A pedido del viejo dibujó un Jesús en una de las paredes de la casa. Le agregó una sonrisa y una botella de vino en la mano. “Un Jesús entre borracho y feliz, pero libertario”, recuerda Enzo.

Una tarde, los dos amigos salieron a navegar por el Paraná en botes de madera con unos jóvenes guaraníes que les había presentado Chuncho. Durante un descanso en la costa, Santiago se acercó a la orilla a limpiarse el barro de los borcegos y cayó al agua en una zona profunda en la que no alcanzaba a pisar el fondo. Desde lejos, sus compañeros lo vieron agitando los brazos. Parecía que estaba jugando. Enzo recordó que su amigo no sabía nadar.

Los guaraníes lo rescataron. Lechuga vomitó líquido y quedó tirado en el pasto, dolorido. Desde ese momento su relación con el agua fue de temor y respeto. Los amigos que lo conocieron en viajes recuerdan que casi no se metía al mar o al río. Algunas veces, cuando iban a navegar por la laguna de su pueblo con los amigos de la infancia, se sacaba los borcegos. Tenía miedo de ahogarse si se daba vuelta el bote.

Siete años después, Enzo piensa en los últimos minutos de vida de su amigo en la comunidad mapuche: “Me lo imagino escapando de los milicos, tipos entrenados para matar, y de repente se encuentra con el agua, que alguna vez también le había mostrado lo que era la muerte”.

Varios de los tatuajes que tenía Santiago se los había hecho Enzo. Y cuando la familia confirmó que el cuerpo hallado en el río Chubut era de Santiago, él dibujó la cara barbuda de su compañero de ruta en el brazo de su hermano Sergio.

Entre viaje y viaje, Santiago regresaba a la casa familiar en 25 de Mayo. Cuando volvió de Misiones, los Maldonado hicieron un asado en lo de un tío para celebrar el cumpleaños 59 de Stella: fue la última vez que compartieron un almuerzo en familia. Ese día, Sergio y su mujer, Andrea, le regalaron una pava eléctrica.

-Qué lindo -dijo ella.

Santiago apareció con otro regalo para su mamá: un pequeño libro usado de cocina hindú. Aunque a Stella nunca le interesó la cocina -su menú son las pizzas, el fiambre y las salchichas-, se olvidó de la pava y presumía con el librito que le había traído su hijo menor, el predilecto. El regalo quedó para la anécdota: Stella nunca cocinó un plato hindú.
Esa tarde, después del almuerzo, Santiago le hizo un tatuaje a Sergio, bajo la mirada atenta de Germán. La reunión de los hermanos quedó grabada en una foto: Santiago, sin remera y con guantes de látex, le completa un brazalete a Sergio en el brazo derecho. Parado junto a ellos, Germán mira cómo trabaja su hermano menor. Es la última foto que se sacaron los tres juntos.

En esa época, Santiago ya fantaseaba con abandonar la facultad. La idea le daba vueltas en la cabeza y lo conversaba con sus amigos de La Plata: les decía que no se animaba porque le gustaba el taller de grabado. A los pocos meses largó todo.

-No quiero nada del Estado -le dijo a un amigo de 25 de Mayo.

La última foto con sus hermanos Germán y Sergio, en el verano de 2016, antes de salir de viaje por las rutas del sur.

Sergio se preocupó. Siempre había sido como un padre para Santiago. Los hermanos eran muy distintos: el mayor se define como una persona estructurada. Con Andrea, su pareja desde hace 23 años, planifican tanto su trabajo en una pequeña empresa de producción de té y especies patagónicas como las vacaciones. Muchas veces discutían por sus estilos de vida: Santiago los trataba de “burgueses” y cuando dejó la facultad les explicó que ya había aprendido todo lo que necesitaba. El resto, les dijo, lo aprendería afuera.

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Cuando dejó la facultad se alejó de varios de sus amigos de la pensión. “La última vez que me lo encontré en La Plata fue en mayo o junio de 2012, en una previa de una toma de ayahuasca. Ahí estaba toda la tribu platense, entre ellos Lechu y Facu”, recuerda Fran. En esa reunión se discutió cómo sería la ceremonia. Lechu no llegó a participar: unos días antes partió de viaje en bicicleta.

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Nadie recuerda el momento exacto en el que Santiago decidió dejar de ser Lechuga para pasar a ser el Brujo. El primer apodo se lo pusieron; el segundo lo eligió él. Fue mucho más que un simple cambio de nombre: acompañó una transformación interna en la que pasó de ser un adolescente punk contestatario de 25 de Mayo a convertirse en un nómade de ideas libertarias que se oponía al sistema capitalista y la religión, creía en la autonomía económica y la medicina natural.

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