anahi

Anahí faltó de su casa desde el sábado 29/07, cuando se fue a dar una vuelta a las 17.30 hs. Buena chica, buena alumna, sonriente en las fotos, con novio estable y muy comunicada con su familia: avisaba donde iba, cuando volvía, en fin, datos nimios pero que serían determinantes cuando su familia radicara la denuncia por su desaparición: “Ella avisa, no hace estas cosas”.

De julio pasamos a agosto y se replicó sin cesar su búsqueda en redes sociales. La familia recibió cantidad de llamados con datos falsos: el morbo, la ausencia de solidaridad y la estupidez se disparan en estas situaciones.

Viernes, 13 horas: Me enteré que “encontraron un cuerpo”. Esto no es nuevo: con el correr de las horas las adolescentes desaparecidas pasan a ser un cuerpo, trozos, un tatuaje, un escote, cualquier detalle que permita identificarlas a toda velocidad porque luego hay que colgar el cartelito de la “primicia”. 16 horas: en la sala de espera de un consultorio médico había un televisor de fondo en A24: “El cuerpo es de Anahí”. Minutos antes informaron que ya habían hallado otro cuerpo, pero era de un hombre, así que no sería noticia ese día. Luego el primo de Anahí declaraba que “el cuerpo hallado nos dijeron que era de una mujer de unos 50 años, no puede ser Anahí”. Al minuto ya sabíamos todo, aunque nada confirmado: ni siquiera había llegado la policía científica. Horas después sí, supimos: el “cuerpo” tenía un nombre propio, y comenzaba lo escabroso. ¿Violada? ¿Descuartizada? ¿Le habrían cortado algo?

En las redes llorábamos a gritos porque pocas situaciones son tan tristes y horrendas como el asesinato de una adolescente. Que pase seguido, cada vez más seguido, no significa acostumbramiento: cada vez duele como la primera. Como Angeles, como Lola, como Melina, como Lucía, como Daniela, como Chiara, pongan el nombre que se les ocurra y alguna coincidencia encontrarán.

Mi prima Esti, que vive en el País Vasco, me escribió: “Acá, conocedores de “otra” violencia (…)..se aprende que hay víctimas de primera, de segunda, de tercera…y luego están/estamos las mujeres. Por desgracia no veo ni en polític@s ni en sociedad que se lo tomen en serio…y el contador de mujeres asesinadas sigue subiendo. Asco si, y mucho. Y bronca, mucha bronca.”

Yo le contesté: “Muy de acuerdo con lo que decís, y dentro de las mujeres también es aplicable la categoría: Anahí forma parte de las chicas “buenas” (no short, no drogas, buena estudiante, novio estable), con lo cual se la están viendo difícil ya que solo había ido a dar una vuelta un sábado a las 17.30 hs cerca de su casa. Aquí no aplica el “algo habrá hecho”, que tanto le gusta a los mierdas.”

Forma parte de la violencia que ejercen cotidianamente desde ciertos medios de comunicación: taladrarnos el cerebro con la “buena” víctima y la que “se lo buscó”. Detalles sórdidos, innecesarios pero no ingenuos: suelen desatar una catarata de comentarios en sitios de noticias donde poco menos la víctima, el cuerpo, el cadáver a estas alturas, “buscó” morir de la forma más cruel posible y además a manos de personas cercanas: la mayoría de los femicidios son cometidos por personas del entorno. Con lo cual para la creación de la “muerta” que necesitamos no es poco condimento: fue asesinada cruelmente y además, en muchos casos, por alguien que le era familiar. En quién confiaba. La mayoría de los casos, por quién amaba.

¿Será esto el tan nombrado “masoquismo femenino”? ¿O es histeria nomás?

Sábado temprano: detuvieron a un ex profesor de Anahí. Ya la noticia encontró el detalle que buscaba: ella estaba “obsesionada” con él.

¡Otra chica que practica la sexualidad! Qué mundo este.

Y por supuesto la depositaria de la calentura era ella, porque él…él está casado, tiene hijos, trabaja en el Ministerio, dá clases ¿Ella? ¡Ardía! Obsesivamente ardía por él! Por más que no usara shorts, ni saliera a beber/drogarse/bailar reggaetón, no se tiñera el pelo burdamente…iba al colegio, donde lo conoció. Anoten esta categoría: hasta acá sabíamos de múltiples casos de abuso –sexual, de poder- por adultos que ejercen la docencia con sus alumnos. Otros se enamoraron y se casaron, algunos fueron presos por estupro, en fin, todo lo que no pudo la “obsesionada” Anahí.

Ella introdujo la categoría: “obsesionada”.

Que él tenga más de cuarenta y ella tuviera quince –cuando fue su alumna los tenía- no indica nada: las adolescentes cada vez maduran más rápido (“solo les interesa la cama”, comentaba una sensible en algún sitio) y los adultos no pueden mantener su rol de adultos responsables.

Desde el año pasado salieron a la luz cantidad de casos de abuso por parte de músicos de rock contra menores, y la respuesta del ambiente vino de la boca de Gustavo Cordera: “Hay mujeres que necesitan, porque son histéricas, ser violadas, porque psicológicamente lo necesitan y porque tienen culpa y no quieren tener sexo libremente”. A pesar de tener una causa judicial y ser un “referente” para muchos adolescentes, en el show que hizo hace un par de meses hizo subir al escenario a varias chicas para que lo “manoseen”. Porque –y esta es la influencia de adultos sobre menores- sus declaraciones provocaron un “Boca-River” entre quienes querían mandarlo a cumplir trabajos forzados y quienes lo defendían “porque las pibas están imparables, se te “regalan”, avanzan”. Es decir: al final, los pobres adultos solo se estarían defendiendo. Así deberíamos entender que citen a una chica (no creo que Anahí haya ido al encuentro de una persona que le mandara un whatsapp diciendo: “Tengo que encontrarme con vos para matarte”), la engañen, la mantengan cautiva unos días y luego la encuentren unos perros malenterrada en un sitio perdido.

Ese mismo sábado pasó de todo: el profesor fue detenido, su mujer “habló” (dijo: “colaboramos en la búsqueda”), y hubo una marcha en Congreso: a las apuradas, porque cuando duele duele mucho.

Escribió Nicolás Cuello en una hermosa crónica: “Una columna completamente integrada por adolescentes del secundario de Anahí, avanza con una velocidad desconcertante, con una afirmación que atemoriza todo lo que la rodea. En su frente, una fila infinita de pibas encadenadas entre sí por sus jóvenes brazos, avanzan nombrándose como la frontera del miedo. Como el nudo de una promesa, siempre caminando juntas. Tan juntas como las Madres y Abuelas, tan juntas como tantas otras mujeres insumisas.
Apretadas entre sí, cuidando el cuerpo de la otra. Llorando, cantando, furiosas, tristes, enérgicas, entusiasmadas, dubitativas, apretando los dientes por la confusión que produce sentir tanta pérdida.
Una chica corre, y nos avisa: llegaron las amigas y compañeras de Anahí, hay que abrir paso.
Y así marchamos, al paso de esta generación.”

En esa marcha cargaron bastante contra los medios de comunicación porque cuando Anahí desapareció, ese sábado a la tarde, dejó una familia atrás, un novio, amigxs, una vida.

Y lo que más me impactó fue que una compañera dijo: “Nosotras habíamos hablado de la relación con el profesor. Si nos hubieran escuchado, ella estaría viva.”

Porque Anahí fue encontrada en el sitio donde su última señal de celular indicaba. Comió arroz hervido, según la autopsia. Tenía un cuaderno con anotaciones sobre su relación con su profesor. Algunas de sus amigas lo sabían.

Pero, así como hay grados de víctimas, también los hay de victimarios: imaginen que el sospechoso de haberla matado o de ser “acosado” por ella hubiera sido un peón de campo, un cartonero, un joven con antecedentes…

Y recuerden que Cordera da recitales donde es “manoseado” por sus fans en público, habiendo pagado una entrada. Que Farré, femicida tras apuñalar 74 veces a su exesposa, toma té y brinda entrevistas en la cárcel. Que por el crimen de Melina Romero no hay nadie detenido.

Y si tienen ganas imaginen debates y ciudades empapeladas con campañas de concientización sobre abuso, violación, influencias de adultos sobre menores, noviazgos violentos, educación sexual, cuidados.

Porque una vez más queda claro: las mujeres somos siempre responsables y culpables. Las bebés asesinadas por llorar, las nenas masacradas por violación, las adolescentes por confiadas, calentonas, por embarazarse, por vivir más libremente, las jóvenes por celos, desconfianza, por cambiar, las adultas por status, por dinero, por violencia cotidiana.

Yo me voy a quedar con la Anahí de la pancarta, la de la sonrisa, la buena estudiante, la de los proyectos.

¿Ustedes?