Alba Calderón.-
La muerte no es lo peor para Olga Reyes Salazar. Mírenla: agoniza en una cama de hospital y no le tiene miedo a la enfermedad que ya le está ganando la vida. A lo que teme es a nunca esclarecer los crímenes de sus cuatro hermanos asesinados en Chihuahua.
— ¿Dónde la vamos a poner? — pregunta el médico.
La enfermera que le extrae sangre a Olga se queda callada.
—No tenemos muchas camas —dice.
—El que está allá atrás tal vez ya no pase la noche, pero a ella hay que aislarla. Tiene neumonía atípica.
El cuarto es blanco. Un gran vidrio hace de pared y desde adentro se puede observar a los demás pacientes que están menos graves. Olga no los mira, está al pendiente de su celular.
—Estos —se queja— no me van a dejar ir mañana a la capacitación.
En un gesto de rebeldía se quita la mascarilla que le ayuda a respirar.
Acaba de despedir a la última hermana y a los tres sobrinos que le quedaban en México. Les dijo que se fueran, que no se arriesgaran a seguir en este país. Y así será: Marisela Reyes y sus sobrinos regresarán a Ciudad Juárez, cruzarán la frontera con Texas, se entregarán a las autoridades de Estados Unidos y solicitarán asilo político. Así lo han hecho ya 32 de sus parientes.
Los doctores de este hospital no entienden por qué la familia Reyes Salazar no puede estar con Olga. No saben que tuvieron que salir huyendo de Chihuahua. Que allá asesinaron a cuatro hermanos, a un sobrino y a una cuñada, además de secuestrar a una familiar indirecta que nunca apareció y asesinar a un compañero de trabajo de un sobrino porque los confundieron. No saben que todos los Reyes Salazar han sido amenazados, perseguidos, que les han incendiado sus casas y han profanado las tumbas de sus muertos para exigir que se largaran de Guadalupe, Distrito Bravos. Tampoco que las autoridades estatales y federales han sido incapaces de encontrar un solo responsable de todos los crímenes cometidos contra la familia.
Ahora Olga sonríe. Disfruta porque las visitas tienen que usar un gorro, bata, cubrebocas, guantes y zapatos desechables. Le gusta sentirse una paciente peligrosa. Pero su sonrisa no durará mucho tiempo.
Olga está enferma de influenza H1N1.
Los doctores gritan y exigen que la familia vuelva. Olga no quiere ser puesta en coma, para que un respirador artificial haga el trabajo que sus pulmones ya no pueden. Los doctores amenazan con denunciar a la familia por abandono: en cualquier momento, advierten, se puede morir.
Sólo el anestesiólogo es capaz de convencer a Olga
—Tengo miedo de morirme sin justicia—, confiesa ella, con una voz muy débil.
Por fin se va a quedar dormida. La han mandado al área de terapia intensiva. Según el reporte médico, Olga tiene un 30 por ciento de probabilidad de sobrevivir: el corazón, los riñones y sus dos pulmones están afectados.
***
Eusebio Reyes y Sara Salazar llegaron en 1969 con su familia a Valle de Juárez, con el sueño de ir a Nueva York. Se establecieron en esa zona fronteriza de Chihuahua y contigua a Ciudad Juárez. Rentaron dos cuartos, instalaron una panadería y su arraigo fue definitivo. Se quedaron a vivir en el municipio de Guadalupe, Distrito Bravos.
Desde los primeros años en ese lugar, Doña Sara se las arregló sola con sus hijos y sin su esposo Eusebio, que decidió cruzar a EU y nunca más volvió. Eleazar, el hermano mayor, se convirtió en el jefe de la familia. La panadería creció con los hijos dirigiéndola.
Pero no eran simples panaderos. Olga se acuerda de los días en que su hermano Eleazar organizaba reuniones en casa de su mamá. Él se unió a la Liga 23 de Septiembre y a otros movimientos de resistencia. Olga lo recuerda leyendo el libro de la Rebelión de los Colgados como una biblia de la que todo mexicano debería aprender. También lo recuerda como parte del Comité de Defensa Popular que logró la repartición de tierras y la fundación de la colonia Francisco Villa en Guadalupe y la Emiliano Zapata en Praxedis G. Guerrero. Lo recuerda como candidato a la diputación del primer distrito en Chihuahua en el año 2006: su partido era la Coalición PRD, PT y Convergencia. Como parte de la protesta para evitar que el gobierno estadounidense instalara en la población de Sierra Blanca, Texas, un basurero tóxico. Como síndico en el cabildo municipal de Guadalupe. Y lo recuerda luchando contra el cáncer de estómago que un día le ganó la vida. Él mismo preparó su funeral y decidió en qué cajón lo enterrarían.
Valle de Juárez siempre ha sido zona de promesas. Primero, para las familias que llegaron con el afán de poseer tierras en este lugar tan cercano a los Estados Unidos. Luego, para algunos empresarios y políticos que saben que las ciudades fronterizas unen intereses económicos. A través de Plan Juárez, una asociación civil conformada por 21 empresarios y el rector de la Universidad de Juárez, se planea la remodelación de todo el valle, a pesar de que la inseguridad ha obligado, desde el 2007, a que más de 230 mil personas abandonen sus casas. Contemplan realizar más de 10 carreteras, y han comenzado la construcción de un puente internacional que será “el puente de carga más importante del país” y conectará a Guadalupe DB con Tornillo, Texas. También construirán un corredor industrial en el municipio de Cuauhtémoc. Las casas abandonadas abaratan sus costos, y según organizaciones en defensa a los derechos humanos, como el Comité Cerezo, “la violencia y la impunidad en el estado fronterizo, al parecer está beneficiando a los empresas que trabajan en coordinación con el Gobierno de Chihuahua, para el desarrollo de estos grandes proyectos”. Los narcotraficantes podrían encargarse de hacer la parte sucia de un megaproyecto económico que les deje ganancias a todos, menos a las familias que tuvieron que huir.
Los recuerdos de Olga sobre su hermano, son también parte de las razones por las que su familia fue tan odiada.
—Los Reyes Salazar se hicieron enemigos de todos los interesados en poseer terrenos en el Valle de Juárez—. dice Gustavo de la Rosa Hickerson, activista desde 1979 en Ciudad Juárez. Conoce la historia de la familia y piensa que los enemigos de los Reyes Salazar, están divididos en varios bandos:
Por un lado, el gobierno interesado en la desaparición de activistas. Sobretodo aquellos dispuestos a levantar la voz a nombre de cualquier causa. Y por otro, el Cártel de Juárez, fundado por Vicente Carrillo: narcotraficantes que desde hace más de 30 años operan en la zona, protegidos por los gobiernos en turno, y que son conocidos como “La Línea”.
***
Olga tenía un vínculo especial con su sobrino Julio César: le tocó amamantarlo cuando su hijo Ricardo también era bebé y ella tenía que cuidarlos. A los 19 años era un joven, delgado, muy tostado por el sol, tanto que le apodaban “Negrito” de cariño. Tenía ojos grandes, nariz delgada. Era su consentido.
Lo asesinaron el sábado 15 de noviembre del 2008, cuando Josefina Reyes, la madre, lo esperaba en casa mientras él, la esposa y otros primos estaban en una boda.
El teléfono timbró y Josefina fue a contestar.
—Voy por mi hijo-dijo después de colgar.
Ya sabía que estaba muerto.
Un grupo de hombres armados habían irrumpido en la boda. Les dijeron que iban por el novio, pero Julio César se puso muy nervioso porque el novio se había escondido en el baño donde estaba su esposa.
Los testigos contaron que Julio intentó levantarse, sin hacer caso a la instrucción de permanecer boca abajo en el suelo. Recibió cuatro balazos en la espalda.
La madre llegó al salón. Caminó hasta el charco de sangre donde estaba el cuerpo de su hijo, lo abrazó y le besó la frente. Se encargó del funeral y empezó a exigir que las autoridades investigaran el asesinato. Fue el primer entierro en el que la familia sintió miedo.
Olga dice que Josefina era la más valiente, la más activa y la que siempre denunciaba las injusticias. Cuando comenzó el Operativo Chihuahua, en 2008, empezaron las amenazas para Josefina. Los cateos se realizaban en varias casas y negocios de Guadalupe. Miguel Ángel, otro de los hijos de la activista, fue detenido durante un cateo en el mes de agosto. Ella fue hasta el campamento que los militares habían improvisado en la plaza principal y pidió informes. Los soldados negaron tenerlo.
Entonces inició una huelga de hambre que duró tres días y logró la intervención de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos. El visitador Gustavo de la Rosa Hickerson la acompañó ante las autoridades militares. Luego de 16 días fue Miguel Ángel fue liberado sin cargos y con heridas por las torturas a las que había sido sometido.
De la Rosa Hickerson dice que así se realizaron detenciones arbitrarias a varios ciudadanos de distintas colonias en las zonas fronterizas. También dice que tiene miedo y que por eso vive exiliado en Texas.
Para septiembre del 2009, Miguel Ángel fue otra vez detenido en Chihuahua. Lo capturaron junto a José Rodolfo Escajeda, ”El Rikín”, quien era el jefe de plaza de “La Línea”, brazo armado del Cártel de Juárez, implicado con los asesinatos de Benjamín Lebarón y su cuñado Luis Whitman, mormones parientes de Julián Lebarón, quien como tantos otros se hizo figura pública en México por exigir justicia para sus familiares.
Josefina Reyes quería que tuviera un juicio justo. Sabía que podía resultar culpable: Miguel Ángel no eligió ser activista como varios otros de su familia. Según cuenta Gustavo de la Rosa, Miguel Ángel era mecánico y chofer de un cártel. El activista explica que cuando el Chapo Guzmán, el narco más buscado en todo el mundo y fundador del Cartel de Sinaloa, decidió hacerle competencia a “La Línea”, convenció a varios de los narcos locales de que trabajaran para él. Y así los dividió e intensificó la violencia en la zona. Miguel Ángel se quedó con los que fueron leales al Cártel de Juárez, y según el activista, se involucró así como lo hicieron otros vecinos de la zona, que colaboraban con “La Línea” porque los conocían de toda la vida. Nunca ha sido acusado formalmente de asesinato, pero sí de tener vínculos con el narcotráfico y de portar armas de uso exclusivo del Ejército.
El 23 de junio del 2011, en una reunión con familiares de víctimas, el ahora expresidente Felipe Calderón aseguró que Miguel Ángel era el responsable de los asesinatos de los hermanos de Lebarón. Le dijo a Julián que ya tenía encerrados a los culpables, aunque por otros delitos. La justicia no ha avanzado desde entonces. Olga no está al tanto del juicio de su sobrino, sólo sabe que sigue pendiente. Miguel Ángel está en un penal de Tamaulipas, esperando por la justicia. Luego de que el Ejército apresó a Miguel, los militares irrumpieron en la panadería familiar y se llevaron a Elías Reyes, que había sufrido una embolia y estaba paralizado de una parte del cuerpo. Aún así, lo llevaron a un recorrido por Guadalupe, y lo obligaron a señalar cada una de las casas de sus hermanos.
Las últimas labores que Josefina atendió en el Centro de Derechos Humanos Pro Valle de Juárez, que ella misma había fundado, tenían que ver con las detenciones del Ejército. Junto con la activista Cipriana Jurado, Josefina revisó varios casos de violaciones a los derechos humanos cometidas por militares, aunque cada una trabajaba en casos distintos.
Cipriana piensa que cuando llegó el Ejército a Ciudad Juárez, llegaron las torturas. La activista dice que el narcotráfico le ha servido al gobierno como pretexto para amedrentar y asesinar a los defensores de derechos humanos, y ahora ella misma lo declara desde Estados Unidos, desde donde vive exiliada.
—Si algún día alguien te intenta levantar aquí—le decía Josefina a sus hermanos—, es mejor que luches hasta que te maten, porque si te llevan es para torturarte.
El 3 de enero del 2010, Josefina manejaba su carro cuando se dio cuenta que otro carro la seguía. Alcanzó a llegar a la entrada del poblado Sauzal y se estacionó en un puesto de comida. Corrió unos cuantos metros antes de que los sicarios la alcanzaran. Los clientes del negocio vieron cómo dos hombres intentaban llevársela y ella se resistía. Le dispararon varias veces. Su cara quedó irreconocible por tantas balas.
El miércoles 18 de agosto del 2010 Marisela Reyes tenía un mal presentimiento. Recibía a los alumnos en la entrada de la escuela en donde trabajaba, porque el prefecto encargado de esa labor había pedido el día. Su hermano Rubén llegó en la camioneta color café a dejar a su hija que estudiaba ahí mismo. Levantó la mano y la saludó desde arriba de la camioneta. Marisela se acercó para pedirle un cigarro.
—No tengo-dijo él-, pero voy a la tienda y te lo dejo de vuelta.
Olga dice que su hermano Rubén siempre andaba en su camioneta café, con un montón de chavalos tras él, riendo, aunque estuviera preocupado comiéndose las uñas. Él compartía las labores de activismo con Eleazar y Josefina. Peleó con su hermano mayor para impedir la construcción del basurero tóxico. Con más de 36 años de matrimonio, fue político del Partido de la Revolución Democrática y llegó a ser regidor del municipio. Tal vez por eso siguió los trámites de las investigaciones inconclusas por el asesinato de Julio César y Josefina.
***
Marisela escuchó los balazos desde la puerta de la escuela. Desde ahí también se veía el camino de salida de Guadalupe que lleva a Ciudad Juárez. Vio pasar a toda velocidad una camioneta marca Avalanche de color blanco con cuatro sujetos a bordo y detrás una camioneta del Ejército; que no los perseguía: parecía, dice ella, que los escoltaba.
Comenzó a temblar. Dos alumnas llegaron corriendo a la escuela, y le contaron que habían visto el asesinato de un señor.
—¿Lo conocen? —, les preguntó desesperada.
Solo sabían que era el dueño de una camioneta café.
Fue la primera en llegar a la escena del crimen. La ráfaga de balas le había desfigurado la cara, igual que a su hermana Josefina. Marisela observó el cadáver e intentó reconstruirlo en sus recuerdos. Alguien más que veía la escena le dio una sábana y ella misma lo tapó para que ya nadie más lo viera.
***
Unos 150 metros antes de toparse con un retén militar una camioneta interceptó a la de Elías Reyes. De ella bajaron hombres que cubrían su rostro, vestían de negro e iban armados.
—¿Por qué nos paran?—les preguntó Doña Sara.
—Porque nos mandaron—, contestaron.
Los sujetos tiraron dos balazos al cielo, y con gritos le ordenaron a la familia que bajaran. Elías, su esposa María Luisa Ornelas, su hermana María Magdalena, Doña Sara y una nieta de 11 años quedaron paralizados. Los asaltantes sacaron a María Luisa y la subieron a la otra camioneta en la que viajaban ellos. Luego jalaron a Doña Sara y a su nieta y las arrojaron al piso. Uno de ellos tomó el volante y se llevaron a los dos hermanos Reyes y a María Luisa.
Apenas los hombres la tiraron al suelo, Doña Sara volteó a ver cómo se encontraba su nieta, (que fue golpeada tan duro que por un momento la pensó muerta). Se levantó e intentó correr tras ellos.
—¡No se lleven a mis hijos!-gritó.
—No pude alcanzarlos—, dijo después en un largo lamento, como si a sus 76 años pudiera ser su culpa no correr más.
***
Al día siguiente del secuestro, el 9 de febrero del 2011, la familia se presentó a la justicia. Olga dice que no querían levantar una denuncia por desaparición forzada y que la búsqueda inició tres días después. Los Reyes Salazar hicieron un plantón afuera de la Fiscalía de Chihuahua, y exigieron hablar con el gobernador. Nadie los atendió.
A una semana del secuestro, Doña Sara viajó al Distrito Federal. Entonces quemaron su casa y la panadería, luego la casa de su hija Josefina, la de Olga y también la de Ruth, en Guadalupe.
Los Reyes Salazar hicieron otro plantón frente a las instalaciones del Senado. Lograron que los medios de comunicación nacionales y extranjeros difundieran la historia. El gobernador César Duarte, quien se encontraba de visita en la Ciudad de México, decidió darles una cita. Los recibió afuera del hotel en donde se hospedaba, en una cafetería en donde no querían permitir que los medios grabaran la conversación. En esa reunión se acordó que las autoridades estatales entregarían la información sobre las investigaciones de los dos asesinatos y el secuestro de los dos hermanos y la cuñada. Eso nunca pasó.
Dos días después del acuerdo, los cuerpos sin vida de Elías, María Magdalena y el de María Luisa Ornelas fueron encontrados cerca de una gasolinera de Guadalupe. Tenían huellas de tortura y habían sido desenterrados luego de varios días. La Fiscalía informó a la prensa que junto a los cadáveres también se encontró un mensaje que “explicaba” el motivo de los asesinatos. Acusaban a Josefina, y a los demás hermanos, de ser narcotraficantes y controlar el paso de la droga en la zona. Los Reyes Salazar volvieron a Chihuahua solo para enterrar a sus muertos. La gente tenía tanto miedo de su apellido que los panteoneros no quisieron ayudarles a cavar las tumbas.
Olga sintió que llevar su apellido era una amenaza en México.
Algunos Reyes Salazar ni siquiera pudieron recoger su papelería después del entierro. Se tenían que ir de Chihuahua si no querían morirse.
Para que les quedara claro, alguien desenterró las cruces de las tumbas de Josefina, Rubén y Elías, y escribió en ellas los nombres de los hermanos que siguen vivos. Se las dejaron en las puertas de sus casas.
El 8 de marzo del 2011, el entonces procurador del Distrito Federal y ahora jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, anunció que se harían cargo de la seguridad de la familia. Los llevaron a un hotel y les dijeron que descansaran. No podían hablar con nadie que no fuera autorizado por ellos. Marisela Reyes estaba débil porque había permanecido en huelga de hambre, tenía miedo y pensó que ponerse en manos de las autoridades sería lo mejor.
Todos los Reyes Salazar desaparecieron de la vida pública menos Olga. Ella decidió cuidarse sola e ir a todas las protestas en donde pudiera denunciar los crímenes contra su familia.
El lugar que el GDF utilizó como albergue era de tres cuartos. Estaban repletos de literas con camas individuales, dividas con espacios de apenas 30 centímetros. En el primero dormían ocho personas, doce en el segundo y doce más en el tercero.
Luego de dos semanas llegaron al albergue otros 10 miembros de la familia que se habían resistido a salir de Chihuahua: un atentado en el que un comando armado asesinó a un compañero de trabajo que confundieron con un sobrino, Víctor Hugo Reyes, les dejó claro que si permanecían en aquel estado también iban a ser asesinados.
Otras cinco literas se acomodaron en el pasillo y en la sala. Había un baño para hombres y otro para mujeres; una sala con seis sillones medianos; una televisión que nunca pudieron ver porque no tenían antena; unas mesas grandes, pero con menos de 40 sillas; y una cocina industrial, pero sin comida.
Los primeros días en el refugio recibieron alimentos preparados, luego les llevaron varios kilos de frijoles y arroz y después la comida comenzó a escasear.
—A veces sólo almorzábamos ó comíamos—, dice Marisela.
Ella estuvo tanto tiempo encerrada, que la noticia de la autorización de la primera salida le devolvió por un momento la alegría que desde antes de los asesinatos no sentía. Pedir el permiso había sido un martirio, pero el mismo día de su salida, le avisaron que se cancelaba. El miedo la obligaba a aguantarlo todo.
Una bebé de cuatro meses también era desatendida: no recibía la leche de fórmula que necesitaba ni le llevaban pañales. Todo lo que les faltaba lo tenían que conseguir a través de dos personas de redes ciudadanas vinculadas al PRD, que fueron autorizadas por el GDF para visitar a la familia. Uno de los autorizados, que no quiere dar su nombre para la entrevista, confirma que nada les alcanzaba y jura que él mismo ponía dinero de su bolsa para comprarles mandado.
Durante el encierro, el rumor de que los Reyes Salazar tenían vínculos con narcotraficantes se propagó en Internet. Un cable filtrado en Wikileaks informaba de las relaciones de la familia con el narcotráfico. Y eso fue suficiente para que varios lo creyeran.
Un día, un balazo despertó a los Reyes Salazar de madrugada. Todos gritaron. Marisela pensó lo peor. ¿Los asesinos los habían ido a buscar hasta ahí?, ¿Cómo habían encontrado el refugio? El miedo la paralizó en su cama. De pronto reconoció las voces de los policías que los cuidaban. Ellos mismos habían disparado por equivocación.
Los Reyes Salazar entendieron el accidente como ultimátum y firmaron una carta en la que liberaron al GDF de cualquier responsabilidad de brindarles seguridad especial.
El subsecretario de gobierno en GDF, en aquel entonces, Juan José García, era el encargado de los trámites de la familia Reyes Salazar. Él acepta que las condiciones en las que las que vivieron durante seis meses no fueron las óptimas. Pero se encoge de hombros cuando se le pregunta por qué fueron mal alimentados,
—Todo lo improvisamos -dice- No hay recursos destinados a esas labores.
México, el país de las improvisaciones, está lleno de pendientes. Desde julio del 2011, Felipe Calderón firmó el acuerdo por el que se establecían las bases de protección de defensoras y defensores de los derechos humanos, pero aún no se tienen recursos ni normativas para su aplicación. Siguen pendientes junto con la Ley de Protección a Víctimas, que Calderón vetó luego de las últimas elecciones presidenciales. Pendientes como la cifra oficial de muertos, que se estiman en más de 100 mil. Pendientes como saber cuántos desaparecidos hay, aunque hay quienes dicen que pueden ser más de 300 mil. Pendientes como conocer cuántos son los desplazados, que podrían ser más de un millón. Pendientes como la justicia para miles de activistas que como Olga, ya no quieren impunidad. El ahora presidente, Enrique Peña Nieto prometió que publicaría la ley vetada por Calderón, y aseguró que crearía los protocolos de protección pendientes. Los familiares de las víctimas esperan que cumpla sus promesas.
Estados Unidos
Para los hermanos de Olga no ha sido nada fácil esperar el asilo en Estados Unidos. Quienes aguardan una respuesta de asilo político no tienen permiso de trabajar, ni reciben apoyos económicos de parte del gobierno. Saúl Reyes dice que tenía que esperar a que fuera de noche para salir, a escondidas, a ejercer el único oficio que ha practicado en su vida: ser panadero.
La respuesta positiva llegó para Saúl.| Pero según ha declarado el abogado Carlos Spencer, quien representa decenas de casos de ciudadanos mexicanos que también han solicitado asilo a ese país, (como la activista Cipriana Jurado o la exsecretaria de seguridad de Praxedis, Chihuahua, Marisol Valles) aún hay varios Reyes Salazar que esperan respuesta.
Olga ya está repuesta de la influenza y tiene el corazón y los pulmones restablecidos. La realidad es que Olga es una mujer fuerte. Y no lo es por su cuerpo firme a los 43 años, ni por su mirada incisiva, ni por sus pupilas vibrantes que también se reconocen en su mamá; no lo es porque habla golpeado y chillando la eses como solo los shihuahuenses lo saben hacer; tampoco porque ríe en medio de sus penas; ni porque abraza con mucha intensidad; ni porque se atreve a leer las exigencias de miles de víctimas hartas de la violencia, y en medio de una multitud de 65 mil personas en el Zócalo de la Ciudad de México, aunque a ella le dé mucho nervio eso de hablar en público.
Olga Reyes es fuerte porque quiere ser fuerte.
Muchos de los familiares de víctimas pierden su patrimonio en la búsqueda de justicia. Su dolor puede ser tan voraz que les come toda la vida, pero algunos deciden enfrentarlo y ponerle un freno.
Olga, por ejemplo, decidió seguir luchando por su familia.
—Ahora me toca a mi—. Dijo cuando los demás Reyes Salazar tuvieron que permanecer en el refugio. Ella no quería dejar de denunciar. Olga está en cada lugar en donde pueda hablar de los asesinatos y los pendientes de los tres niveles de gobierno. Todos los días se acuerda de Julio César, Josefina, Rubén, Eleazar, María Magdalena y María Luisa, sus muertos.
Todos los días hay alguien a quien le parece increíble su historia. Sus amigos siempre están en marchas, en movimientos ciudadanos y bajo protesta.
Ahora Olga está en la manifestación para exigir la democratización de los medios del Movimiento #Yo Soy 132. Después está en la convención de Oaxaca, en la Caravana por la Paz que fue al sur, en la que fue al norte y también en la que fue a Estados Unidos. Olga disfruta del tiempo que pasa con sus amigos activistas y sobretodo con otras familias que han tenido que conocer la parte más perversa de la impunidad. Los abraza y hasta se secan las lágrimas entre ellos. Sonríe luego de llorar mucho. Y parece que su fe es más grande que cualquier temor: hay días en los que ha vuelto a visitar los restos de los suyos, a pesar de las amenazas, a pesar de la muerte.
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