Mi cuarentena no es romántica

La idea de tener que llenar el tiempo libre con mil actividades y aprovechar el aislamiento supone que siempre tenemos que ser productivxs. ¿Y si no tenemos ganas de nada? ¿Y si no tenemos dinero? Romantizar la cuarentena, un privilegio de género y de clase.

Mi cuarentena no es romántica

Por Cosecha Roja
07/04/2020

Limpiar los pisos, hacer las compras, cocinar, lavar los platos, lavar la ropa, tenderla, hacer la merienda, lavar las tazas, pasar la rejilla, hacer la cena. ¡Uy la cama no está hecha!  Tenderla, lavar los platos de la cena, guardarlos, descolgar la ropa, ponerla en los cajones. No doy más y miro el techo: otro día sin poder leer los clásicos de la literatura, la lista de películas que llegó por whatsapp, la clase de yoga que recomendaron y la meditación para elevar mi aura. 

¡Estoy perdiendo el tiempo! 

¡Estoy perdiendo el tiempo! 

¿Estoy perdiendo el tiempo?  

La productividad también replica estructuras de género y expresa relaciones de poder que en días de cuarentena se hacen más visibles. Durante siglos la fórmula clásica marcó que el territorio de producción era fuera del hogar y el de reproducción adentro. Afuera se amasaba el capital, adentro se hacían los cuidados necesarios para alimentar de fuerza productiva ese capital.

A partir de las demandas feministas está cambiando el paradigma y se empezó a considerar producción también lo que pasa adentro de las casas. Hay una frase que lo resume muy bien: eso que llaman amor es trabajo no pago. Estos días en los que se pasa más tiempo dentro de las casas hace repensar qué tareas son tan necesarias para sobrevivir que son naturalizadas y, en segunda instancia, invisibilizadas. 

“Una de las preguntas más interesantes que se hizo el feminismo en los años 70 fue si en el hogar no se producía nada, qué significaba la producción siempre vinculada con el afuera, con el espacio público, y cómo podíamos pensar la reproducción que es aquella propia del ámbito privado. La conclusión a la que llegaron fue que en el hogar se producen nada menos que seres humanos”, dijo a Cosecha Roja la socióloga Eleonor Faur.

Para Faur la perspectiva de género se cruza con la condición de clase. El mandato de aprovechar la cuarentena para escribir, aprender a cocinar, hacer ejercicios de yoga, mindfulness o lo que sea, supone antes tener las condiciones materiales y de subsistencia garantizadas: “Nadie aprovecha la cuarentena para hacer eso que siempre soñó si no tiene el día a día garantizado. Un salario o ingreso para comprar comida, agua y jabón para lavarse las manos, condiciones mínimas de habitabilidad en sus hogares y etcétera. Aprovechar la cuarentena es un concepto muy de clases medias acomodadas. Los barrios populares están mostrando otras maneras de sobrevivir”. 


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¿Cómo convive la noción de aprovechar el tiempo con la de llevar adelante las tareas de cuidado? Frente al discurso de la realización, la autosuperación y el hágase usted mismx aparece un fantasma velado: la autoexplotación.

“Hay algunos trabajos donde a las personas les miden la productividad y esa es una conceptualización. Pero después está lo que para cada persona en este periodo en particular entiende como algo productivo. Dicho muy llano, la productividad puede ser sostener los pensamientos y emociones que nos acercan a estar lo mejor posible, mantener la cordura, estar en eje y no sentirse desesperado”, dijo a Cosecha Roja Andrés Aronowicz, psicoterapeuta que dedica parte de su tiempo a consultorías en instituciones públicas y privadas.

Para Aronowicz hay formas de hablar de la cuarentena que son propias de países del primer mundo, como por ejemplo el ocio y el aburrimiento. Pero en un contexto situado “la realidad de un montón de personas no es justamente tener menos ocupaciones, sino tener que ocuparse de más cosas, de sus mayores, de niñes, de su trabajo”. En pos de no perder los estribos, algunas de sus sugerencias son:

1) La deteccion: ser consciente de cuando nos estamos exigiendo por demás de lo que haríamos en una situación de “vida normal” antes de la pandemia.

2) Asumir que las cosas no tienen porqué ser más fáciles ahora, ya que estamos ante una situación que nos presiona y genera ansiedad. 

3) Recordar las conductas que teníamos: ¿hacíamos mil ejercicios en nuestras casaa viendo un tutorial de youtube? ¿teníamos tantas reuniones sociales en comparación a las reuniones que tenemos por zoom? ¿cocinábamos todo el tiempo?

4) Organizar lo más posible las jornadas: levantarnos a una hora razonable, tratar de cambiarse la ropa con la que se durmió, e intentar reproducir la franja laboral, los horarios de dormir, de comer, de estar despiertos. Ventilar los ambientes y estar en la medida de lo posible un rato al sol.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han dice: “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. La idea de aprovechar el tiempo durante la cuarentena puede resultar alienante: se volvió un imperativo que se suma a los mandatos preexistentes de tener “una vida plena”. Y en el caso de Argentina y Sudamérica es más desesperante, porque se suma a la necesidad básica de tener una vida sobre la línea de pobreza, con las comidas diarias. 

Desde que la pandemia llevó al gobierno a plantear un aislamiento social obligatorio hay quienes están al borde del colapso, ya que además de las tareas de cuidado de las casas y los trabajos que piden una adaptación automática al teletrabajo, se suman en algunos casos la alfabetización de los niñxs. Por eso, quizá sea momento de mandar a los ideales y los imperativos al cajón y conectarnos con el día a día: no sumar frustraciones a la desesperación de atravesar una pandemia.