Monique Wittig (1935-2003) fue una escritora lesbiana francesa, feminista, ensayista y activista, precursora de la teoría cuir. Para ella la heterosexualidad es un régimen político antes que una práctica sexual y siguiendo esa línea supo decir “las lesbianas no somos mujeres”.
A 50 años de la primera edición en su idioma original, la editorial Hekht tradujo al castellano su libro Guerrilleras, una versión rioplatense que recupera los pasajes censurados en la primera y única traducción al castellano que tuvo esta obra. Un libro que habla de los feminarios y la guerra: de las historias que se narran y los cuerpos que sangran, de la tensión entre las palabras y la sangre, entre el instante sin nombre y el poder de nombrar. En Cosecha Roja te compartimos un adelanto.
Ellas dicen que aprehenden sus cuerpos en su totalidad. Dicen que no privilegian alguna de sus partes con el pretexto de que alguna vez fue objeto de una prohibición. Dicen que no quieren ser prisioneras de su propia ideología. Dicen que no recogieron y desarrollaron los símbolos que necesitaron al principio para hacer evidente su fuerza. No comparan las vulvas con el sol la luna las estrellas. No dicen que las vulvas son como soles negros en la noche brillante.
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Hablan todas a la vez del peligro que alguna vez han sido para el poder, cuentan cómo fueron quemadas en las hogueras para impedir que vuelvan a reunirse. Fueron capaces de gobernar tempestades, hundir flotas enteras, derrotar ejércitos. Fueron expertas en venenos en vientos en voluntades. Pudieron ejercer su poder como quisieron y transferir todo tipo de personalidades a simples animales, gansos cerdos pájaros tortugas. Mandaron sobre la vida y sobre la muerte. Su poder múltiple amenazó las jerarquías los sistemas de gobierno las autoridades. Su saber rivalizó con éxito con los saberes oficiales a los que no tenían acceso, los desafió, los atrapó, los hizo parecer ineficaces. Ninguna policía fue tan poderosa para atraparlas, ninguna delación lo suficientemente oportunista, ningún suplicio tan brutal, ningún ejército demasiado inmenso en su fuerza como para atacarlas una por una y destruirlas. Entonces ellas cantan el canto célebre que dice, a pesar de todos los males que quisieron lastimarme / sigo tan sólida como un caldero de tres patas.
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Ellas dicen que a partir del momento donde faltaron los feminarios pudieron referirse a ese tiempo donde, por aquello que las caracteriza, hicieron la guerra. Dicen que todo lo que tienen que hacer es inventar los términos que las describen sin referirse convencionalmente a los herbarios ni a los bestiarios. Dicen que puede hacerse sin énfasis. Dicen que deben mencionar ante todo su fuerza y su coraje.
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Ellas dicen, desgraciada, te expulsaron del mundo de los signos, y sin embargo te dieron nombres, te llamaron esclava, desafortunada esclava. Como los amos ejercieron su derecho de amos. Ellos escriben sobre su derecho de nombrar que es tan remoto que el origen del lenguaje puede considerarse como un acto de autoridad que emana de la dominación. De esta forma ellos dicen que se ha dicho, esto es tal o tal cosa, enlazaron a un objeto tal y a un hecho tal, la palabra tal y así se apropiaron de ellas. Ellas dicen que fue necesario que griten con todas sus fuerzas para reducirte al silencio. Dicen, el lenguaje que hablás te envenena la glotis la lengua el paladar los labios. El lenguaje que hablás está hecho de palabras que te matan. El lenguaje que hablás está hecho de signos que hablando designan las cosas de las que se han apropiado. Lo que no aparece en el lenguaje que hablás es lo que no pudieron arrebatar, lo que no han arrasado como rapaces de ojos múltiples. Eso que se manifiesta justo en el intervalo que los amos no pueden llenar con sus palabras de propietarios y de poseedores, puede buscarse en esas lagunas, en todo lo que no es la continuidad en sus discursos, en el cero, la O, en el círculo perfecto que inventás para apresarlos y para vencerlos.
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Con los grandes vientos las hojas caen de los árboles. Se las recolecta en paneras. Algunas se pudren apenas se las toca. Se esparcen en los prados en los bosques. En las canastas hay hojas de castaño de adelfa de arce de clavo de olor de roble de sauce de mandarina de olmo tojo de banano de terebindo de latania de mirto. Tébaïre Jade los dispersa en la sala gritando amigas, no se dejen engañar por su imaginación. Ustedes se comparan con los frutos del castaño del clavo de olor de las mandarinas de las naranjas verdes, pero son frutos solo en apariencia. Como las hojas, al menor aliento se dispersan, tan bellas como son, tan fuertes, tan ligeras, de un entendimiento tan sutil y rápido. Desconfíen de la dispersión. Sigan unas junto a otras como los caracteres de un libro. No se salgan de esa multitud. Ellas se sientan sobre los montones de hojas y se toman de las manos, mirando las nubes que pasan.