Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
Hace tres semanas que hablamos de Ni una menos en la sobremesa, en el bondi, en Twitter y hasta en las pausas de Bailando por un sueño. Qué sabemos, qué más podemos averiguar, qué decimos, qué no, cómo, en qué tono, ojo con lo de la pollera, busquemos otra foto: cómo contar la violencia contra las mujeres se discute en la redacción de Cosecha Roja hace cuatro años. Todos los días hay un caso para narrar y el desafío periodístico es no estigmatizar, respetar a la víctima y relatar desde una perspectiva de Derechos Humanos. Hace tres semanas pienso en cómo cubriremos la marcha del miércoles, si tiene sentido plantear el debate o si lo único importante es difundirlo. Pero decidí preguntarme: ¿Quiénes nos movilizamos? ¿Para qué vamos? ¿Alguien se opone? ¿A quién debemos combatir? ¿Tenemos un enemigo en común? ¿Tenemos un enemigo?
No nos conocemos. Nos vamos a encontrar en la misma plaza las que militaron toda su vida, las feministas que se suman ahora, los varones que se animan, las víctimas, los que creen que el Estado no hace nada, las que piensan que se hizo mucho, las acusadas de feminazi, mujeres con poder, mujeres con miedo, académicas, artistas, trabajadoras, escritoras, periodistas, pibas de barrio, señoras que fueron porque la vieron a Susana Giménez con el cartel.
Sabemos que en las ochenta marchas que habrá en el país nos unirá una consigna: no queremos ni una menos. Pero también que hay todavía mucho que no sabemos, que no estamos de acuerdo en todo y que la diversidad es virtud solamente si estamos dispuestos a sacarnos la careta y discutir, debatir, pelearnos y enfrentar el quilombo.
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Hace casi una década, un docente de la Universidad de Buenos Aires entró a dar una clase de economía cantando un bolero. “Y amarte como yo lo haría, como un hombre a una mujer, tenerte como cosa mía y no podérmelo creer. Tan mía, mía, mía, mía, que eres parte de mi piel”, dice Luismi. Cuando el profesor terminó la estrofa dijo “El amor que conocemos es capitalista. Buenas noches” y empezó la cursada.
Desde entonces no me sorprendí más de las relaciones posesivas, de los llamados intempestivos, de te amo, amame, sos mía. No me resultó extraño que existan los celos. No me shockeó que me cuenten ‘no me suelta’, ‘me quiere tanto que no quiere que me vaya’, ‘se volvió antes de las vacaciones por mí’. Porque las relaciones que tenemos son capitalistas, ¿o hay alguien en la sala tan longevo como para haber conocido otras?
Las mujeres de las historias que solemos contar en Cosecha Roja fueron tratadas como mercancías: cuerpos sometidos al úselo y tírelo. A Daiana García la encontraron muerta a la vera de la ruta 4, dentro de una bolsa de arpillera. Andrea Castana apareció debajo de unas piedras en el Cerro de La Cruz, en Córdoba. El cuerpo de Candela Rodríguez estaba en una bolsa negra, en el Acceso Oeste. Ángeles Rawson terminó en el CEAMSE. Melina Romero, en dos bolsas de consorcio. Noelia murió asfixiada entre tierra, cartones y basura, en Ezpeleta. Paola y su beba Martina aparecieron en una alcantarilla. En Cosecha Roja titulamos “mujeres descartadas como basura”.
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Los femicidios son la punta del iceberg de las violencias contra las mujeres que empiezan cuando a un nene lo retan porque agarró una muñeca, cuando a la nena la tratan de machona si quiere jugar al fútbol y la mandan a jugar con ollas y sartenes. Que tire la primera piedra quien nunca haya dicho: “A esta le gusta más la pija que el dulce de leche” o “¿A quién se habrá garchado para conseguir ese laburo?”, “El boludo quiso que paguemos a medias: ¡era obvio que me tenía que invitar!”
Ahora levante la mano quién está a favor de que nos maten. Nadie. ¿Alguien está a favor de la muerte de los koalas? Tampoco. Tiernos, lejanos, australianos, simpáticos, inofensivos; como de felpa. Salvemos a los koalas. Pero no podemos hacerlo si no sabemos por qué se extinguen. Busquemos información. ¿Los mata el hombre? ¿La selección natural? ¿El smog? ¿Alguien les destruye el hábitat? ¿Quién? Aunque los epistemólogos se revuelquen, el final es siempre el mismo [alerta, spoiler]: la verdad no existe. Es probable -aceptable, entendible- que la búsqueda no tenga como destino un paraíso de certezas absolutas. Lo que sí tiene que pasar es que más temprano que tarde asome el enemigo. Sin enemigo no hay guerra. Sin guerra no hay triunfo.
Los koalas nos chupan un huevo, que en nuestro país maten a una mujer cada 32 horas no. Esa es la novedad: hace un año el término ‘femicidio’ no era conocido y ahora el hashtag #NiUnaMenos se sostiene hace tres semanas en Twitter, la consigna llegó a la tele y el miércoles se llenarán las plazas del país. Algo cambió para siempre.
Pero, disculpen mi insistencia, para mí falta algo: ¿Contra quién combatimos? ‘Los siglos de patriarcado’ es un concepto muy abstracto. ¿El Estado argentino? Existen políticas públicas promovidas durante la última década que buscan ‘prevenir, sancionar y erradicar’ la violencia contra las mujeres. ¿Los femicidas? Que la Justicia los condene. ¿Los potenciales femicidas? Polémico, lombrosiano. ¿Los hombres? No, che, no todos.
Si el enemigo es todo, el enemigo es nada.
El debate sobre la violencia no nació ayer, ni con el femicidio de Chiara ni con el de Daiana, ni siquiera con Melina Romero ni Wanda Taddei. Pero tampoco termina el miércoles: tengamos la valentía de discutir más allá del femicidio porque la violencia empieza antes que un cuerpo en una bolsa y puede que no estemos de acuerdo en qué hacer para solucionarlo. Detrás del acoso callejero, del periodismo que mide el largo de la pollera, de la mesa de Mirtha Legrand, del que levanta la pancarta por moda y del trending topic, se esconde el enemigo.
Ilustración: Federico Cimatti
[Nota publicada el 01/6/2015]
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