Nina Power siempre tuvo un extraño y permanente sentimiento de justicia. Así recuerda cómo empezó a interesarse por los roles que otorga la división de géneros, por el deseo de hacer justicia. Primero en la infancia y adolescencia, luego en su indagación como filósofa. Fue en 2010, durante las protestas estudiantiles en Gran Bretaña, cuando se declaró feminista marxista. Para entonces ya había publicado “La mujer dimensional”, un libro en el que desarma el feminismo hegemónico y plantea cómo se vuelve funcional al consumo y al heteronormativismo. En su visita a Buenos Aires, conversó con Cosecha Roja sobre el panorama del feminismo después de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.
“El libro está escrito antes de la crisis económica, por lo que el contexto es diferente. Y de alguna manera en este tiempo los derechos reproductivos de las mujeres han retrocedido”, explicó. Sin embargo, el poder de las mujeres quedó escrito en las movilizaciones populares contra Trump, en el paro de octubre de 2016 y en el 8M. “La oposición de las feministas hoy no es sólo contra el presidente de Estados Unidos. En Europa, por ejemplo, el movimiento lucha también contra las condiciones de vida en los campos de refugiados”.
La participación en las marchas empujó a que muchas mujeres se radicalizaran, y el feminismo se volvió más popular. “Es un movimiento fuerte y progresivo, más popular en términos de imaginación. Y hasta se ha vuelto más aceptable definirse como feminista”. El interrogante para Nina Power sigue siendo qué significa ese feminismo: “¿es un proyecto político serio, algo casual o quiere decir tanto que la palabra pierde su significado?”.
La pregunta se entiende cuando la filósofa explica que la derecha viene usando las ideas del feminismo para justificar el imperialismo, para sostener el consumo y para incrementar la idea del corporativismo. El cruce entre la supuesta emancipación femenina y el corset del cavado o la estetica conejita de Playboy se chocan. “Circula fuerte la idea de que las mujeres tienen que intentar convertirse en CEOs de empresas, trabajar duro, ser entusiastas. Así podrán romper el cerco de clase y género y convertirse en líderes. El problema es que el acceso al poder no garantiza las ideas del feminismo”.
De hecho, las dos primeras ministras que tuvo Gran Bretaña en su historia, Margaret Thatcher y Theresa May, están lejos de encarar modelos de mujeres que luchan por la igualdad de género. “La sociedad británica es muy jerárquica. Nunca tuvimos una revolución. La clase es más importante que el género: las mujeres que trascendieron no son representativas de la mayoría”, explicó. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos con Sarah Palin, candidata a vicepresidenta en 2008, a quien los medios pintaban “como una historia de éxito para las mujeres simplemente porque es mujer”. Es un abuso del término feminismo, según escribía Power en el libro. Mientras tanto, dos mujeres británicas son asesinadas por la violencia machista cada semana.
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Power visitó Buenos Aires por primera vez a finales de abril para las jornadas “Justicia y género para una ciudad global”, organizadas por la Oficina de Género del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires. Se sorprendió con lo “avanzada” que está Argentina en las acciones colectivas feministas (“Fueron los primeros que tuvieron la crisis del neoliberalismo”) y en recursos creativos para poner los temas en la agenda pública.
El feminismo es político y los intereses de las mujeres no son privados. Por eso le sigue preocupando -igual que cuando escribió el libro hace ocho años- que la crianza y el cuidado se hayan vuelto cuestiones privadas. Como si tener hijos fuera una elección individual y esa persona o familia tuvieran toda la responsabilidad. “Es aislado y solitario pensar así. Es la imagen del individualismo: perdemos saberes y conceptos colectivos”, dijo.
Todavía falta mucho para saldar la brecha de género. Según Power, las diferencias entre varones y mujeres se ven en los salarios, en los puestos de jerarquía, en las condiciones laborales, en los temas de cuidado y en la cuestión de la paridad política. La forma de combatirla es repensar el concepto de masculinidad. “El problema es que los varones son educados por otros varones porque muchos no quieren escuchar a las mujeres. Creo que los varones ‘buenos’ tienen que hablarles a los violentos”. El género como imposición es dañino para los varones también porque “crea expectativas, imágenes horribles de cómo hay que ser varón y mujer”. El feminismo, para ella, es la posibilidad de cambiar.
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