Cuatro personas que estuvieron cautivas en la casona de Morón donde funcionaba la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA) de la Fuerza Aérea declararon en la audiencia de ayer: todos reconocieron el lugar porque lograron espiar por debajo de las vendas. Hoy fue el turno de militares y civiles que operaron ahí.

juicio RIBA

Cuatro personas que estuvieron secuestradas en la RIBA -Regional de Inteligencia de Buenos Aires- contaron cómo de su cautiverio en la casona de Morón donde funcionó ese órgano de la Fuerza Aérea. Los testigos recordaron detalles acerca del edificio y el modo de funcionamiento, parte de un engranaje que además de torturas, secuestros y desapariciones involucró el robo y la extorsión económica. Fue en la cuarta audiencia del juicio por la privación ilegítima de la libertad de Patricia Roisinblit y José Manuel Perez Rojo, ante el Tribunal Oral en lo Criminal Oral Federal Nº 5 de San Martín. La pareja, secuestrada en octubre de 1978, estuvo cautiva en esa misma casa de la que hablaron ayer los testigos.

En el banquillo de los acusados, Omar Graffigna (entonces Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea), Luis Tomás Trillo (subjefe a cargo porque su superior estaba de licencia) y Francisco Gómez (ex agente civil de inteligencia) escucharon custodiados por el Servicio Penitenciario Federal el testimonio de Enrique Borcell. El hombre de 79 años habló vía teleconferencia desde Madrid, donde se radicó tras su secuestro. En la sala de audiencias, María del Carmen Ramallo,  Víctor M. Caleffa y Osvaldo López aportaron datos acerca del sitio dependiente de la Fuerza Aérea, a la que pertenecieron los tres acusados.  

Borcell contó que vive en España con su mujer y sus dos hijos desde el 23 de junio de 1977.

– ¿Por qué tomó la decisión de irse? – le preguntó uno de los abogados de la querella al inicio de su declaración.

Borcell contó que el 13 de marzo de 1977 un grupo armado, del que participaron por lo menos cuatro personas, lo secuestró en la puerta de la clínica de Ramos Mejía donde trabajaba como director administrativo.

“Lo primero que me preguntaron era si en mi casa tenía verde (dólares) o amarillo (oro). Lo segundo, si tenía la pastilla. Les dije que sí, en el bolsillo del pantalón: pastillas de mentol. Me dijeron ‘no se haga el vivo’ y me golpearon”. Lo subieron a su propio coche, un Dodge blanco, y lo llevaron hacia un centro clandestino de detención que recién identificaría muchos años después. Lo que percibió en ese momento, mientras viajaba en el baúl de su auto, era que el vehículo al llegar, frenó la marcha y saltó. “Me hicieron bajar. Me habían puesto una capucha y me hicieron parar en un lugar abierto. Me dijeron que me sacara la capucha y que si abría los ojos me disparaban”.

En ese lugar, escuchó que le preguntaban a una mujer si él era el doctor con el que se había reunido.

“Les dije que no era doctor, que era técnico en Economía. Me golpearon y caí. Me llevaron a un lugar, había una escalera caracol, una cama con flejes. Me ataron los tobillos y muñecas. La tortura fue muy violenta y traumática, duró hasta la noche”.

Borcell estuvo ahí desde las dos de la tarde. Los torturadores le preguntaban si conocía al doctor (Luis) Tossi, médico y militante de la JUP. Hacía un año y medio que no se veían. Borcell lo había acompañado a barrios de sectores populares a dar asistencia médica. “En ese momento, quizás por el terror, no me acordaba su nombre. Fui liberado y lo recordé”. Luis Tossi, psiquiatra, desapareció un año después, el 14 de abril de 1978.

La primera noche -contó- le vendaron los ojos, le pusieron la capucha, le esposaron las manos en la espalda y lo subieron a otro vehículo. Después de andar unos 20 minutos, lo dejaron en un cubículo. “No podría decir si a la noche estuve en el mismo lugar o si solo me llevaron a dar una vuelta para volverme al mismo lugar”, dijo. Allí pasó el tiempo, encadenado y recostado sobre el cemento, hasta la mañana siguiente, cuando lo volvieron a llevar al sitio de tortura. En algún momento, cuando lo dejaban solo, pudo espiar por debajo de la venda.

Corruptos y de la Fuerza Aérea

“No tengo dudas de que en la RIBA fue donde me torturaron. Los que me secuestraron era gente de la Aeronáutica. Eran corruptos. No estaban luchando por un ideal, por más que fuera un ideal que no comparto”.  

¿Cómo supo que estuvo en la RIBA? Entre 2005 y 2006, uno de los encargados del ex centro clandestino Mansión Seré le contó acerca del hallazgo de otro espacio del circuito represivo en la zona. Fueron juntos. “Lo recorrí y supe con 99,99 por ciento de certeza que ese era el lugar donde me torturaban de día”. El presidente del tribunal, Alfredo Ruiz Paz, le preguntó qué es lo que reconoció al volver al lugar. Las mismas paredes bolseadas (con revoque de forma curva) que había logrado espiar por debajo de la venda, la escalera de caracol, el suelo de adoquines imperfectos y el lomo de burro del ingreso, donde el vehículo que lo transportaba al llegar había pegado un salto.

“Si te piden que pagues, pagá”

Mientras estuvo secuestrado, la mujer de Borcell acudió al militar de la familia: su primo hermano, el vicecomodoro Pires Apolonia, entonces intendente de Morón. Después de algunas consultas al interior de la fuerza, el hombre intentó tranquilizarla: “Andate a tu casa. Enrique está bien. En pocos días lo vas a tener de vuelta”, le dijo. Y le dio un consejo: “Si te piden que pagues, pagá”.

“Mientras a mí me torturaban, yo ofrecía hasta lo que no tenía. Aunque mantenía una posición solvente, ofrecí siete veces más”, dijo Borcell. Así fue como en principio acordó con sus captores un pago de 200 mil dólares a cambio de su liberación.

Lo soltaron a las tres de la madrugada, el 16 de marzo de 1977, en Castelar, a siete cuadras de su casa. Y le advirtieron: si llegaba a denunciar el acuerdo económico ante Pires Apolonia, lo matarían a él y a toda su familia.  

Ayer contó al tribunal que le llevó unas semanas vender todo lo que tenía -incluida su casa-, juntar el dinero, pedir recursos y tramitar los pasaportes de la familia para dejar el país. Llegó a un acuerdo para entregarles 60 mil dólares en partes. A los pocos días le devolvieron el Dodge. Lo habían pintado de azul.  

Para la primera entrega de dinero, Borcell puso 20 mil dólares en una caja de radiografías que dejó en la clínica donde trabajaba. Horas antes de la segunda entrega, Borcell recibió un llamado a la una de la mañana. “Era para decirme que tenía que hacer la entrega en un vagón del tren que llegaría la estación Castelar. A los 15 o 20 minutos tocaron la puerta de mi casa dos personas -a una la reconocí en un dossier fotográfico de personal aeronáutico-. Dijeron que venían porque tenían temor de que hubiera denunciado (la situación) al primo de mi mujer. Avisaron que estaba la manzana rodeada, si llegábamos a hablar, nos mataban. Cumplí lo pactado: la defensa de mi familia era lo principal”, dijo Borcell. El 22 de junio partió con su mujer y sus dos hijos a España.  

Durante los primeros meses, y para completar el pago acordado, dejó una serie de valores en 10 letras. Los secuestradores las siguieron cobrando ya con Borcell en España. Hasta que en la boda de la hija de Pires Apolonia, el suegro de Borcell le reprochó a la esposa del vicecomodoro: “Por culpa de ustedes, los militares, que torturaron a mi yerno, él, mi hija y mis nietos se tuvieron que ir a otro país y les robaron todo”. La mujer no le creyó. Llamó a su marido. Pires Apolonia escuchó, no negó nada y apenas se limitó a decirle al hombre: “Cálmese tío”. Pero al mes siguiente, la cuota de las letras ya no se cobró, ni las sucesivas. Borcell infiere que, al enterarse, el primo de su mujer habló con alguien y cesó el pago.

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La segunda testigo fue María del Carmen Ramallo, secuestrada cuando tenía 17 años. Horas más tarde, desapareció su padre. “Soy hija de Santos Hilario Ramallo, secuestrado y desaparecido el 23 de octubre de 1977”, se presentó. Sus familiares la acompañaban ayer en la sala. Llevaban remeras con el nombre de Santos Hilario – militante de Montoneros y secretario de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA) en los años 60 – y un poema de Paco Urondo: “Arderá el amor, arderá su memoria hasta que todo sea como soñamos, como en realidad pudo haber sido”.

“Ella no ha querido hablar de lo que sucedió”

La testigo contó que hombres de civil la secuestraron al atardecer junto a su novio de entonces, Alcides, en la estación de tren. Cuando los hombres les dijeron que eran policías, él les pidió una identificación. “Se abrieron los abrigos y mostraron armas largas. ‘Esa es la credencial. ¡Caminen!’ nos dijeron”, recordó María del Carmen Ramallo. Después, los subieron a un auto y pidieron se taparan las cabezas con abrigos. “Mi campera era de lana y a través de ella podía ver que atravesábamos el centro, hasta que dejamos la zona”.

Al rato el auto se detuvo frente a un portón. Los hicieron subir una escalera. “Cuando llegamos había una cama con flejes y ahí me tiraron encima de mi hermana. Ella estaba aterrorizada y yo me desvanecía”. Su hermana, de 18 años, había sido secuestrada un rato antes, cuando iba a casa de una amiga, adonde los represores la esperaban. “Ella no ha querido hablar de lo que sucedió. Siempre tuvo miedo. Hasta hoy tiene regresiones”, contó la testigo.

“Estuve en la RIBA”

A las hermanas las tuvieron cautivas unas horas. “Estuve en la RIBA. La reconocí cuando volví al lugar años más tarde. Por el tipo de paredes, por los ingresos, por la distancia que recorrí desde la estación de trenes y porque estoy convencida que estuve ahí”, dijo María del Carmen Ramallo. Ahí, donde las golpearon y amenazaron con matarlas. “Al bajar la escalera, tenía la sensación de que me iban a tirar al vacío”.

Aquella noche, el grupo de tareas -de civil pero fuertemente armado- las llevó a su casa en San Antonio de Padua. Buscaban a su padre. “Un hombre alto, de barba, me dejó tirada en la puerta de mi casa. Yo era como un títere, me había quedado sin fuerza”.

Los represores tocaron timbre en la vivienda de la familia. La madre abrió la puerta. Entraron a revolver todo y dispararon al techo. El hermano de 12 años era testigo. Golpearon a Hilario y se lo llevaron. “Decían que le iban a hacer juicio, que no hiciéramos denuncias ni nada porque nos mataban a todos. Fue la última vez que vi a mi padre”.

Los restos de Hilario fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2004, junto a otros NN, en el cementerio Santa Mónica de Merlo. Se determinó que fue asesinado el 23 de noviembre de 1977, un mes después del secuestro, en un enfrentamiento fraguado donde también asesinaron a otros secuestrados.

Un pino, un farol y una chimenea

Víctor Calefa, otro de los testigos que estuvo en la RIBA aportó más detalles. Secuestrado en abril de 1976, su declaración fue contundente al reconocer otra serie de elementos por los que identifica a la RIBA: el portón de hierro, el pino y el farol de la puerta. Contó que mientras estuvo secuestrado, permaneció siempre en una habitación junto al hijo de su compañera, con el que fue secuestrado, y un compañero de militancia. Espiando a través de la venda y la capucha pudo ver que en el ambiente había un hogar de mármol.

Osvaldo López, el otro testigo, fue secuestrado en 1977 por el grupo de tareas de la RIBA en el centro clandestino Virrey Cevallos, en San Cristóbal (Ciudad de Buenos Aires). Contó que en el marco de la causa que investiga los hechos que sucedieron en ese centro, los testigos han reconocido a 24 miembros de la Regional de Inteligencia. Y entre ellos, a dos de los que declaran en la audiencia de hoy.   

Declaran hoy

En la audiencia de este viernes, dan testimonio oficiales y suboficiales de la Fuerza Aérea que trabajaron en la RIBA: Juan Taboada (vicecomodoro retirado), Julio César Lestón, Jorge Ángel Cóceres, René Omar Bustos (civil de inteligencia de la Fuerza Aérea), Carlos Omar Moizo y Andrés Luis Bruno (civil de la RIBA).

Próxima audiencia: lunes 30 de junio

El lunes 30 de junio declararán Miriam Lewin, Amalia Larralde y Munú Actis, compañeras de cautiverio de Patricia en la ESMA, donde fue llevada a parir. Allí nació su hijo Guillermo Perez Roisinblit, apropiado por Gómez, uno de los tres acusados en este juicio y ya condenado por el delito de sustracción de menores. Guillermo es querellante en este juicio junto con su abuela Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y su hermana, Mariana Eva Perez, una de las principales impulsoras de la causa que dio a conocer el accionar de la RIBA.

Participá

Todos pueden presenciar las audiencias de este juicio oral y público. A las 10 en Pueyrredón 3734, San Martín. Llevar dni y llegar 9:45.