Nueva Constitución para Chile: un triunfo de nadie más que el pueblo

El 78 por ciento de los votantes del plebiscito chileno dijo #Apruebo a la reforma de la constitución, la última herencia de la dictadura de Pinochet. El triunfo no es el de un presidente ni de un partido político, dice Richard Sandoval de La voz de los que sobran. Es de los chilenos y chilenas de los rincones más profundos de nuestros barrios que hoy salieron a votar como si se tratara de un rito por el que esperaron toda su vida.

Nueva Constitución para Chile: un triunfo de nadie más que el pueblo

Por Cosecha Roja
26/10/2020

 

Por Richard Sandoval – La voz de los que sobran

La paliza del Apruebo es un triunfo del pueblo y de nadie más que el pueblo. No es de un partido político que quiso sacar provecho en la franja electoral ni de un mesiánico salvador de la República; es de los chilenos y chilenas de los rincones más profundos de nuestros barrios que hoy salieron a votar como si se tratara de un rito por el que esperaron toda su vida, un hito por el que quizás, secretamente, esperan ser recordados. 

Este no es el triunfo del presidente de una bancada, rebosante de alegría en su comando en cotillón; es la victoria de la señora Nancy, tendencia nacional durante la tarde, que no pudo resistir el llanto al responder qué era lo que esperaba de todo esto. Desde la población Lo Hermida, Nancy, sollozante, sólo aclaró que espera un poco más de respeto, para ella como mapuche, para sus nietas y vecinos, menos abusos para los niños y más justicia para los viejos. Y luego la señora Nancy se largó, en silencio, como quien cumple con una misión que sabes algún día de tu vida deberás cumplir.

 

Este triunfo no es del presidente Piñera y su gabinete de caras tristes en una sigilosa Moneda, es de una trabajadora, Fabiola Campillai, obrera de San Bernardo que sin los colores en la vista llama en paz –aquella calma que debe otorgar la sencillez del alma–  a votar con esperanza, alegría, convicción, tan lejos del encono y la venganza. El triunfo es de Fabiola votando con una mascarilla estampada con la silueta de Gustavo Gatica.

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El triunfo es de Gustavo, de la hidalguía de los heridos que caminan movidos por el motor de la empatía, del pensar en los otros. Porque al no existir voto que devuelva órganos, nervios, ojos, piel, la alegría de un caído en plebiscito no es nada más que amor por otros. No debe haber mayor gloria que aquella entrega desinteresada. 

La victoria es el orgullo de un joven de dieciocho años entrevistado bajo el sol quemante de Santiago, que no elabora discurso; que se ancla en una consigna que refleja sus motivos. Libertad a los presos de la revuelta, articuló, tajante, un chiquillo que jamás antes votó, probablemente, llevando consigo el espíritu de tantos rebeldes que hace un año coparon las calles, valientes, para mostrar a las señoras mayores que se podía perder el miedo.

Es bueno recordar que esto que hoy tenemos se debe a la osadía de los que ayer saltaron barreras en el Metro ante los ojos estupefactos de los que no lo vieron venir y que hoy tratan de mantenerse en sus trenes de poder, patéticos.

Este es un triunfo del pueblo, de nadie más que el pueblo. Es de los ancianos que vencieron sus temores a enfermarse, de los que se emocionan al afirmar, seguros, que los cambios no serán para ellos. Es para los que ven de cerca la muerte, movidos por bastones y sillas de ruedas, y todavía se arriesgan, ponen otra vez el pecho a las balas, en la insistente apuesta por abrir las puertas del edén que les prometieron hace treinta años.

 

El triunfo es del compañero haitiano que, perdido en San Bernardo, camina dos horas preguntando por direcciones de colegios que nadie le sabe dar, hasta poder al fin votar. Es de todos los que votan con una intuición que desde algún lugar del alma les indica que hoy no hay charlatanes que están esperando su voto en una sede, sino emociones, ilusiones, luces que se prenden cuando saben que ellos son los protagonistas. 

En las calles parece que Chile hubiera ganado una copa. Lo cierto es que no hay trofeos ni goles que ver. Hay un olor que se siente por los aires. Un olor nuevo. Es el aroma de la satisfacción de haber hecho algo juntos otra vez. Tímidos y atrevidos, jóvenes y viejos, en secreto nos miramos y sabemos que hemos clasificado. No a un mundial de fútbol, sino a un lugar desconocido, nuevo, improbable.

Uno que podemos imaginar gracias a los que han removido los escombros, la basura del abuso del poder. Es la satisfacción de saber que casi todos, con un voto, una marcha, una olla común, una obra de arte, alguna porquería movimos del camino, para poder alzar la cabeza con algo parecido a la esperanza, a la dignidad. Este es un triunfo del pueblo, de nadie más que el pueblo. El triunfo de una nueva constitución para Chile.