Foto: Foto: Javier Imas (gentileza Prensa Obrera)

Foto: Foto: Javier Imas (gentileza Prensa Obrera)

Javier Eduardo Alagostino tiene 43 años y un diagnóstico de esquizofrenia desde los 15. El día que en el Congreso se debatía la reforma previsional fue hasta la plaza Alsina, en Avellaneda. Estaba enojado porque le iban a recortar la pensión. Llamó al 911 y dijo que iba a poner una bomba en el avión presidencial. Los policías le pidieron sus datso y los dio. Estuvo 65 días preso acusado de intimidación pública.

Ayer la Sala I de la Cámara Federal confirmó el procesamiento que había dictado el juez Sergio Torres pero le revocó la prisión preventiva. A la tarde, cuando terminó el horario de visitas, Javier salió del penal de Ezeiza y llegó a dedo hasta su casa en Dock Sud. “Estaba apichonado, como un perro”, contó a Cosecha Roja su mamá Isabel, de 74 años.

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Javier estaba sacado. Puteaba frente al televisor. Ese 18 de diciembre a nueve kilómetros de ahí los diputados debatían en el Congreso la ley de reforma previsional. Afuera la policía de la Ciudad reprimía a los manifestantes. Javier decía que si se aprobaba le iban a recortar la pensión por discapacidad y la jubilación a sus padres.

Fue hasta la plaza Alsina, en Avellaneda, a siete cuadras de su casa y se puso a gritar. Decía que iba a matar a Mauricio Macri. Después marcó el 911 desde su celular.

-Tengo una bomba y voy a hacer estallar el avión presidencial –dijo.

Los operadores le preguntaron el nombre y cómo estaba vestido. “Le dijeron que le iban a regalar un celular por defender a los jubilados”, contó Isabel.

Javier esperó en la plaza. Un rato más tarde llegó un grupo de gendarmes que lo llevó preso.

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A los 15 años Javier se volvió un adolescente conflictivo y agresivo. Sus padres, una empleada doméstica y un trabajador de la empresa Ferrum, no entendían qué pasaba. Recorrieron hospitales públicos hasta que un médico le diagnosticó esquizofrenia paranoide. A lo largo de sus 43 años tuvo varias internaciones. La última había sido hace casi una década.

Cuando lo detuvieron por amenazar al presidente, el juez federal Sergio Torres ordenó su traslado al penal de Ezeiza. Quedó alojado en el Hospital Penitenciario Central, donde funciona el Programa Interministerial de Salud Mental Argentina (Prisma).

Los padres lo visitaban dos veces por semana: Isabel los martes y Roque los viernes. Le llevaban galletitas, dulce de batata, duraznos en almíbar, milanesas de pollo y carne al horno. Durante una visita su mamá lo vio mal. “Estaba psicótico”, contó.

—Para qué me trajiste esta porquería —le dijo señalándole el dulce de batata que su madre le había llevado.

También se quejó de su padre y de sus hermanos. Ella no le respondió. Sabe cómo tratarlo cuando le agarran esos ataques. Después habló con la médica y descubrió que no le estaban dando la dosis correcta de la medicación. A la semana siguiente, cuando volvió a visitarlo, ya estaba bien. “En esos momentos cuando está tranquilo, controlado, se puede hablar bien con él”, contó Isabel.

Ayer Isabel fue a visitarlo. Cuando terminó el horario de visita volvió a su casa. A las 11 de la noche su hijo golpeó la puerta. Lo habían liberado un rato después que se fuera su madre. Javier ni siquiera tenía para el pasaje.