El 3 de octubre de 2019 una joven entregaba encargos en la esquina porteña de Sáenz Peña y Belgrano. Sostenía su bicicleta con la mano derecha. En el pecho, llevaba una beba enfundada en un enterito rosado. En la espalda, la mochila de Pedidos Ya. Juan Quiles capturó la imagen de la brutal desprotección del trabajo y de la vida en tiempos en los que más de la mitad de los niños del país son pobres y el desempleo alcanza al 23,4% de las mujeres jóvenes –el más alto de todos los ocupados- y la economía digital pretende dar la puntada final a la precarización del empleo.
Las redes estallan. Algunos hablan de informalidad, del “capitalismo de las plataformas”, de Macri. Otros celebran a la joven “madraza”, “resiliente” y arengan contra las “vagas que reciben planes”. Las feministas subrayan que “la precariedad siempre es peor entre las mujeres”. ¿Es peor? ¿En qué sentido? La foto sintetiza lo igual y lo distinto entre géneros, pero también, lo coyuntural y lo estructural en el déficit del Estado.
La digitalización en tiempos globales introduce plataformas de servicios que llegaron para quedarse. Pedidos Ya es una de las tres dedicadas a hacer repartos. Sus trabajadores estaban en relación de dependencia hasta que Rappi y Glovo mostraron un camino más lucrativo, la superación de la plusvalía mediante la disolución del salario.
“Te prometen flexibilidad, ‘laburás cuando querés’, pero te penalizan si no tenés disponibilidad”, apunta la socióloga Laura Perelman, experta en estudios laborales. “En general, las plataformas establecen las condiciones del reparto: tarifas, tiempos y ritmos. Si no las cumplís, te dan menos pedidos, rutas más complicadas, te dejan afuera”.
Mientras tanto, el costo de las bicis o las motos, las mochilas y todo lo demás corre a cargo de quien pedalea todo el día para sobrevivir. El trabajo “cuando querés” es en realidad Capitalismo tracción a sangre, estableció Emiliano Gullo en su aguda crónica.
Este camino muestra una ancha avenida que apenas comienza a construirse. ¿Son autónomxs o son asalariadxs? España ensayó una tercera vía, “autónomxs económicamente dependiente”, que apunta a observar a quienes facturan más del 70% de sus ingresos a una sola empresa. Por lo pronto, no hay una solución clara. Las encuestas realizadas, agrega Perelman, indican que lxs repartidores trabajan en promedio, entre 8 y 9 horas por día y muchxs cubren 6 o 7 días por semana. La libertad, te la debo.
La Asociación de Personal de Plataformas –APP- busca regular las condiciones laborales, sin perjudicar a quienes se ganan la vida a punta de GPS y algoritmos. Tres fallos intentaron establecer condiciones frente al vacío sistemático de un Estado que deja hacer, deja explotar. Roberto Gallardo, titular del Juzgado N° 2 en lo contencioso administrativo y tributario ordenó la suspensión de Rappi, Glovo y Pedidos Ya. Una segunda sentencia provino de la Sala I de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y obligó a las empresas a capacitar e inscribir a sus trabajadores en el registro de la CABA. Ello implica brindar elementos de seguridad –por ejemplo, cascos-. Una tercera ordenó reincorporar a trabajadores despedidxs de Rappi por haberse sindicalizado. Ninguna se cumple en totalidad. Es más barato pagar multas que cumplir la ley. En este sentido, la coyuntura es tan salvaje para varones como para mujeres.
Pero la imagen de la joven con su beba perfora el hueso de la histórica desigualdad de género frente a un Estado igualmente ausente. La asignación de los cuidados a las mujeres madres se entreteje con la escasez de servicios públicos para lxs más chiquitxs. Así, se profundiza el abismo que persiste entre aquellos hogares –y personas- que acceden a servicios privados, empleadas domésticas o cónyuges que “por amor” se encargan de los críos mientras ellos/ellas generan ingresos y las jóvenes cuya maternidad penaliza su participación laboral con tasas escandalosas de desocupación y subocupación. El Pedido ya que necesitamos las mujeres es que se respeten nuestros derechos a trabajar y cuidar y que el Estado regule y provea lo que corresponde.
“No es amor, es trabajo no pago”, reza la frase de Silvia Federici convertida en grito de guerra en redes y murales feministas. Sí, la mochila frontal de la trabajadora de plataforma, sin casco y con niña en edad de deambular habla a todas luces del trabajo no pago. Pero además habla de la conjunción entre el trabajo pago y no pago que las mujeres cargan desde siempre y se agudiza en tiempos de máxima precariedad.
Pero ¿no es amor? La imagen de la niña impecable, de la joven sosteniéndola suave y firme con su brazo, los años entrevistando mujeres para conocer sus recorridos entre el empleo y la familia y mi propia maternidad de mujer malabarista me permite ampliar la ecuación de la enorme Federici. Muchas veces el trabajo no pago también es amor y es allí donde radica la mayor complejidad del tema. Es que en nombre del amor maternal el Estado se retira, los varones invierten dos veces y media menos de tiempo que las mujeres en la atención de sus hijxs, los jardines maternales cubren 1 de cada 4 niñxs en la CABA y 5 de cada 100 en el NEA –leíste bien- y se vulnera todo tipo de derechos. El problema es que, entrado el siglo XXI, mientras el capitalismo se tracciona a sangre el patriarcado late gracias al “corazón invisible” de las mujeres.