Pérdida gestacional y muerte perinatal: el duelo del que no se habla

¿Cómo es perder un hijo que no nació? Para Rocío, Saray y Johana fue sinónimo de violencia obstétrica y falta de acompañamiento del sistema de salud. También les mostró lo poco preparado que estaba su entorno. En Argentina hay un promedio de 5.017 casos al año pero ningún protocolo ni ley que garantice atención y contención.

Pérdida gestacional y muerte perinatal: el duelo del que no se habla

15/10/2021

Por Luján Torrez

Rocío Otero siente el gel frío caer sobre su panza de un poco más de tres meses. Está acostada en la camilla en un cuarto pintado de blanco. Al lado, de pie, su pareja. Los dos miran el monitor de 32 pulgadas colgado en la pared. El ecógrafo mueve la sonda manual de un lado para el otro. Le pregunta si se sintió bien en los últimos días, si tuvo pérdidas o dolores. Rocío quiere saber por qué le hace esas preguntas. El ecógrafo le responde sin mirarla a los ojos. 

Lo siento mucho pero eso no avanzó. 

En la pantalla ve a su hijo con las dos manos sobre los ojos y no escucha latidos. Rocío no quiere llorar para no alarmar a las demás embarazadas que esperan su turno para hacerse la ecografía. Sale y lo primero que hace es escribirle a su ginecólogo, esos que están en la familia por varias generaciones. “Venite el jueves de 14 a 18”, le responde. Es martes y siente que falta una eternidad. 

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Lo que le pasó a Rocío no es algo inusual. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la muerte perinatal como la muerte del feto o recién nacido entre las 22 semanas de embarazo y la primera semana de vida. Según los datos más recientes de la OMS, en Argentina hay un promedio de 5.017 casos al año.

Ella sabía que no iba a poder hacer vida normal con la panza, sabiendo que su bebé estaba ahí, muerto. Intentó ir a la guardia ginecológica de su obra social pero no la podían ayudar hasta que su médico indicara los pasos a seguir.

El jueves Rocío llegó al primer turno para no cruzarse con nadie. La sala de espera ya estaba llena de embarazadas. Esperó una hora a que su médico la atendiera. “Necesito terminar con esto, no puedo seguir abrazando una panza donde no hay vida”, le dijo. El médico le respondió que lo había pasado era algo normal, que el 20 por ciento de las primerizas pierden sus embarazos, que no había nada de qué preocuparse.

Nadie le decía que era lo que tenía que hacer. En ese momento no lo sabía pero estaba sufriendo violencia por parte de su médico y de los administrativos del hospital que minimizaban su estado. Le decían que no entendían por qué tenían que internarla a pesar de que en la orden decía “muerte gestacional”.

La internaron en el piso de maternidad, rodeada de carteles que decían “bienvenido Mateo” o “bienvenida Lucia”. Las enfermeras entraban y salían de la habitación. Siempre era una distinta que le volvía a preguntar qué le había pasado, revictimizándola una y otra vez. Después de seis horas llegó un ginecólogo de guardia a atenderla. Le abrió las piernas sin avisarle y le puso un misoprostol. “Bueno ahora tenemos que esperar”, fue lo único que le dijo. En total fueron cuatro pastillas y más de diez horas de espera.

Como no había contracciones ni pérdidas a Rocío le hicieron un legrado, más conocido como raspaje. Se hace con anestesia y es un método que la OMS recomienda no usar desde hace 20 años. La técnica que sugiere, al igual que el Ministerio de Salud, es la Ameu (aspiración manual endouterina) que extrae los restos sin riesgo de perforación del útero ni de daño en las paredes uterinas.

El médico de Rocío apareció a las nueve de la mañana del otro día. Le comentó el procedimiento con una sonrisa que ella no puede olvidar. “Fue como si estuviera por dar a luz a un bebé vivo”. 

Hoy lo cuenta con voz suave y pausada. Toma aire entre recuerdo y recuerdo. Las imágenes que todavía tiene en su mente son dos: una antes del legrado, cuando el personal médico la recibió en el quirófano escuchando reguetón al mango. Y el otro, cuando despertó en la cama y su médico le dijo: “Flaquita, estas cosas pasan, en un mes lo podés volver a intentar”. Le dio dos palmaditas en la espalda y se despidió contento de que el procedimiento había sido exitoso.

Evitar las muertes gestacionales a veces es posible y otras veces no. “La mayoría de las pérdidas antes de las 20 semanas son por anomalías genéticas y no se pueden evitar”, explica la obstetra María Villarreal. Las que se pueden evitar son las que se pueden dar en cualquier trimestre del embarazo y que están relacionadas con infecciones de transmisión sexual, infecciones vinculadas a los alimentos o las que son por enfermedades preexistentes como la diabetes, hipertensión o trombofilia.

“En Argentina entre un 10 y 20 porciento de los embarazos clínicamente reconocidos  evolucionan en un aborto espontáneo” dice la médica. Hace hincapié en “clínicamente reconocidos” porque hay muchos casos en que la pérdida pasa sin que la mujer sepa que está embarazada, creyendo que en realidad lo que está teniendo es su periodo.

Hablar de muerte nunca es fácil y menos cuando incluye a un bebé, pero especialistas coinciden en que tiene que dejar de ser tabú porque es más frecuente de lo que se espera. Cerca de dos millones de bebés nacen muertos cada año, según las primeras estimaciones conjuntas de mortalidad fetal publicadas por UNICEF, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Grupo Banco Mundial y la ONU.

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Saray Camarero Amestoy vive en España y está sentada en una sala de espera junto a su mamá. El pasillo es largo y hay sillas de ambos lados. Cuando la llaman, entra y se acuesta. Le van a hacer una ecografía porque hace dos días que se despierta muy hinchada y no siente los movimientos del bebé. Está en la semana 22-23 y leyó en internet que eso puede ser normal.

El médico tiene cara de susto, ella está cansada y solo piensa en volver a su casa a comer paella. Ese día trabajó catorce horas. Ahora su mamá también está asustada, el médico les dice eso que nadie quiere escuchar: no hay movimientos ni latidos y que no se va a poder ir a la casa porque tiene que parirlo. Ahora lo único que quiere es llorar y gritar pero no se lo permite.

Después de diez horas y dos pastillas que inducen las contracciones logra parir. De las habitaciones de al lado se escuchan los gritos del trabajo de parto de otras mujeres y luego los chillidos de los bebés recién nacidos. Saray está ahí igual que las otras mamás pero con sus brazos vacíos.

Le ofrecen las huellas digitales de su bebé marcadas en un papel. Le molesta que no la hayan incitado a querer verlo y que decidan por ella que no es recomendable. Lamenta no haberlo visto, quería saber cómo era.

Esther Vivas es periodista, socióloga y autora del libro Mamá desobediente (Ediciones Godot). Desde su cuenta de Instagram explica que la pérdida gestacional es uno de los más grandes tabúes que rodea a la maternidad porque implica a la muerte cuando se espera vida. Dice que quienes pierden a sus bebés antes de nacer tienen derecho a verlo, tenerlo en brazos, despedirse a solas y hasta tomarle una foto. Pero en la mayoría de los casos tanto en España como en Argentina estos derechos no se cumplen.

Un duelo social pero solas 

“La sociedad en general suele darle la espalda a la muerte, es algo a lo que se le escapa o trata de evitar”, dice Diana Wechsler, directora del Proyecto Natal, un centro especializado en Maternidad y Desarrollo Humano. Como lo que no se nombra no existe, los familiares y amigos de las personas que atraviesan esta pérdida suelen hacer como que no pasó nada y apelan a frases hechas como “la naturaleza es sabia”, “sos joven, ya vendrá otro” o el famoso “por algo tenía que ser así”. 

Pero la realidad es que los cuerpos gestantes aún después de la pérdida quedan muchos meses con las hormonas propias de la gestación. “Entonces para la embarazada es un duelo social porque no encuentra el espacio y lo vive en soledad”, dice Wechsler.

La propia Saray lo vivió con su familia. No volvió a la casa que compartía con su pareja porque necesitaba estar en un lugar donde no tuviera que hacer nada. Se quedó con sus padres que a las semanas le decían que era tiempo de volver al trabajo porque la veían bien físicamente. Ella no quería porque había sufrido violencia por parte de su jefe, que le hizo de todo cuando se enteró que estaba embarazada. El alta la tenía para el mes de mayo, el mismo mes en que hubiese parido. “En un punto me terminaba creyendo eso de que ya estaba bien, pero las secuelas psicológicas me duraron muchos años”, cuenta Saray.

A Rocío la panza le tardó dos meses en irse y tenía leche calostro en las mamas. Al mes volvió al trabajo, le costaba conectar, estaba triste, nadie le preguntaba cómo estaba. El entorno, familia y amigos le decían que vaya al psicólogo porque tenía un problema, que lo que le había pasado ya estaba y que le pasa a todas.

Después vino la indiferencia del alrededor que pretendía que escondiera el dolor y volviera a la normalidad. Le llegaron a decir que estaba loca por llorar la pérdida de quien para ella era un hijo deseado y buscado.

Por una ley 

Lo que le pasó a Rocío fue el motor para ser doula: acompaña a mujeres que pasan por una pérdida y les da lo que ella no recibió: contención, entendimiento y apoyo emocional. Es una par que te toma de la mano y te acompaña en el camino para sanar y transformar el dolor en lo que cada una pueda. También es abogada y desde su cuenta de Instagram con más de 22 mil seguidores comparte información sobre las maternidades.

Este año la ex diputada nacional por el Frente de Todos y actual ministra de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Cristina Álvarez Rodríguez, presentó el proyecto “Ley Johanna”. Plantea procedimientos médicos y asistenciales para la atención de la persona gestante ante la muerte perinatal porque no existen protocolos específicos de atención integral en el sistema de salud. Busca legislar para que haya algo que debería ser básico: trato humanizado e información suficiente y necesaria para decidir qué hacer en ese momento. 

El caso de Johanna Piferrer fue el primero de muerte perinatal que se judicializó. Hace siete años en la semana 33 de embarazo parió a su hijo muerto. Su experiencia personal puso en evidencia la violencia y la vulneración de derechos que sufren las personas gestantes en la sala de parto tanto en el ámbito privado como en el estatal. “Le estamos pidiendo al estado que nos garantice duelos sanos y libres de violencia”, dice Johanna.

Rocío desde su rol de abogada explica que las personas gestantes que pasan por una pérdida gestacional o perinatal están alcanzadas también por la protección jurídica– legal de la ley de parto humanizado. “Todo incumplimiento de la ley de parto respetado en contexto de una pérdida gestacional y/o perinatal también puede ser denunciado así como la violencia obstétrica”, dice la abogada.

Johanna tejió redes junto a distintas organizaciones con las que milita para que el proyecto sea ley: “A todas las personas que les haya tocado atravesar una situación así, quiero decirles que con una contención adecuada, con un duelo sano, soberanía sobre nuestros cuerpos y una atención libre de violencia es posible es posible volver a sonreír”.