Gabriel Pompo.-

Pablo José Goncalvez Gallarreta nació en España, en Bilbao (Viscaya) el 6 de marzo de 1970 cuando su padre, el diplomático Hamlet Goncalvez, cumplía funciones representando a nuestra nación ante la Madre Patria. Desde sus nueve años se afincó en Montevideo, en el barrio Carrasco.

No obstante, parte de su niñez y su adolescencia la pasó fuera de Uruguay debido a la labor diplomática de su progenitor, conociendo varios países, a saber: Suecia, Brasil, Paraguay y Perú. En nuestro país cursó la primaria en el colegio Christian Brothers. Culminó sus estudios en el liceo público no. 15 de Carrasco, y posteriormente ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas. Su padre falleció el 16 de julio de 1992, hecho que habría repercutido en la eficacia de sus estudios, mermando su normalmente alto rendimiento curricular.

Hasta mediados de 1991 tenía novia estable. En su amplia casa sita en la calle Lieja había instalado un taller de reparaciones de motos en sociedad con otro joven.

Su inicial entredicho con la ley lo tuvo al ser denunciado por una empleada de veintiocho años de la desaparecida mutualista Cima España. La denunciante adujo haber sido violada por el joven, tras ser amenazada con un revólver y luego amarrada al asiento del acompañante del vehículo de aquél por medio de un juego de esposas. Ese día era feriado y no había locomoción pública, por lo cual ella aceptó la invitación del conductor, quien se ofreciera a acercarla hasta su trabajo

Como prueba la mujer presentó la cédula de identidad del acusado, pero el muchacho logró salir indemne al declarar que la relación sexual fue consentida, y que ella le había hurtado la billetera. Fue cuestión de palabra contra palabra. No quedó registrado antecedente penal, pero la policía tomó conocimiento del hecho, y esa tacha enfocaría las sospechas rumbo a la persona de Pablo Goncalvez cuando, tiempo más adelante, comenzaron las pesquisas emprendidas a raíz de una retahíla de homicidios.

A pesar de que terminó constituyendo el último de los crímenes en resolverse, el primero de ellos en orden cronológico lo representó el cometido contra Ana Luisa Miller Sichero. Ésta era una muchacha de veintiséis años, hermana de la renombrada tenista Patricia Miller, licenciada en historia y docente en ejercicio. Residía en Carrasco junto a sus padres y dos de sus hermanas. Estaba de novia con Hugo Sapelli, ingeniero de veintinueve años.

Su cadáver apareció denotando signos de haber padecido una muerte mediante sofocación, con hematomas en el rostro y arrojado sobre las dunas de la playa de Solymar a escasos metros de la prefectura naval, próximo a la hora 8 del 1 de enero de 1992. La habían conducido hasta ese lugar trasladándola en su propio coche, el cual horas más tarde resultó abandonado por su agresor a una cuadra de donde se asentaba el domicilio de Pablo Goncalvez.

La segunda víctima la conformó Andrea Gabriela Castro Pena, de quince años. Vivía con sus padres en Malvín, y cursaba cuarto año de secundaria en el liceo no.20. La asesinaron el domingo 20 de septiembre de 1992 luego de salir del club bailable England. También devino victimada en el interior de un coche, y falleció a consecuencia de la asfixia provocada por un agresor que practicó en torno a su garganta enérgicas maniobras de sofocación.

A manera de ritual, su matador le enroscó alrededor del cuello una corbata a franjas blancas y verdes. Cabe destacar que en una fotografía de niño el luego imputado lucía una prenda semejante a aquella, y en el allanamiento de su morada localizaron juegos de corbatas de la misma marca y estilo.

El cuerpo sin vida de la adolescente se descubrió parcialmente sepultado bajo la arena de una playa en el balneario de Punta del Este, yaciendo dentro de una precaria tumba que el ejecutor cavó con sus propias manos.

La última presa humana fue María Victoria Williams, de veintidós años. Era oriunda del Departamento de Salto, y por entonces residía a dos cuadras de la casa del luego imputado. Desapareció el 8 de febrero de 1993. Estaba aguardando el ómnibus para ir a su trabajo.

Según la versión que en un primer momento proporcionó Pablo Goncalvez a la policía y al juez de esa causa -Dr. Rolando Vomero-, la vio desde la ventana de su finca y, cediendo ante un abrupto impulso, salió a la calle a abordarla. La excusa: la abuela del victimario estaba “enferma”, había sufrido un repentino “ataque”, se encontraba desmayada y no reaccionaba. El nieto necesitaba ayuda urgente, y la solidaria chica aceptó acompañarlo presurosa.

Una vez dentro de la casa, su vecino le habría pedido que tomara el teléfono a fin de llamar a la emergencia, mientras él subía al segundo piso para “reanimar” a la anciana. Cuando la joven intentó realizar la llamada resultó agredida por la espalda y, al cabo de un desesperado forcejeo, terminó siendo reducida a través de una férrea maniobra de sofocación manual que le hizo perder la consciencia. Acto seguido, su ofensor le colocó una bolsa de nylon en la cabeza y la ató a su cuello, asegurando de esa forma el óbito.