Ya sabemos que Patricia Bullrich hizo de la provocación la manera de estar en la arena pública. El declaracionismo no es una marca registrada suya pero sí el patoterismo. A la ministra le gusta correr la línea y subir las apuestas, y siempre lo hace torciendo la comisura de la boca mientras pendula levemente la cabeza hacia los costados, y usando un lenguaje canyengue que lidia con una sonrisa que siempre quiere ganarle al rostro. Porque Bullrich se ríe cuando habla y cuando no se ríe no le sale bien. La risa torcida nos informa de su cinismo, su rencor, su puntería. A diferencia del presidente Macri a quien se le traba la lengua cuando habla, la ministra siempre anda con la lengua suelta, y más allá de que alguna vez –según dicen- se le patine, nunca perderá su pose pendenciera.
Por eso cada nueva medida que adopta el Ministerio de Seguridad está envuelta en un escándalo. Las resoluciones vienen con conferencias y con estas llegan las polémicas. Bullrich es una ministra políticamente incorrecta o, mejor dicho, alguien que hizo del escándalo una manera de hacer política. No es la única, es una corriente que tiene cada vez más seguidores en el país. Cuando ya no se trata de debatir sino de polemizar, no se trata de discutir con argumentos sino de encontrar la consigna más efectiva, no importará lo que se diga sino cómo se dice lo que no se quiere decir. Más aún cuando la única realidad es la posverdad.
Sucede también que el itinerario de Patricia por el mundo de la política es muy tortuoso y promiscuo, por no decir con partes oscuras. Alguien que no sabe de la lealtad o esta no forma parte de sus valores. De hecho no hay un solo partido, movimiento político o frente electoral que no haya traicionado. Estuvo en casi todos los lugares en el momento más o menos indicado. Si hay algo que no le falta es el sentido de la oportunidad. Conoce cómo piensa la izquierda porque alguna vez formó parte de la izquierda revolucionaria. Conoce cómo piensa el peronismo porque alguna vez integró sus filas. Y conoce además cómo piensan los progresistas porque ella también lo fue. Es decir, Patricia sabe los puntos flojos de cada quien, sabe dónde hay que apretar para que el chancho empiece a chillar.
Bullrich es oportunista y muy astuta porque sabe además cuándo poner los temas en cartelera. Más aún, sabe que la película que monta tiene la capacidad de ganarse nuestra atención. Si no fuera porque se trata de un funcionario no perdería el tiempo escribiendo sobre ella, pero como se trata precisamente de un funcionario, es decir, de una persona que tiene el poder de hacer cosas con las palabras, entonces no queda más remedio que sentarse a escribir. Porque a las palabras de Bullrich no se las llevará el viento y tampoco caerán en saco roto. La ministra le dice a la gente lo que mucha gente quiere escuchar. Le dice también a los policías lo que muchos policías quieren escuchar. Sus opiniones son testeadas en grupos focales. No hay improvisación y tampoco telepatía, sino la demagogia securitaria que caracteriza a Cambiemos.
Alguna vez dijimos en Cosecha Roja que las palabras son performáticas y no solamente descriptivas. Los funcionarios hacen cosas con palabras. De modo que las declaraciones de un funcionario nunca son inocentes, producen efectos de realidad, tienen la capacidad de correr las cosas de su lugar. Por eso, las palabras de la ministra son más importantes que las resoluciones administrativas que deben lidiar con la temporalidad de las burocracias.
Ayer nos enteramos de la resolución del Ministerio de Seguridad, publicada en el Boletín Oficial, que crea un área de derechos humanos para policías. La medida no es inocente, sobre todo si se la mira con las palabras utilizadas por la ministra para su difusión que, como venimos sosteniendo, están para generar mal entendidos y seguir echando leña al fuego. La ministra no está sola con sus bravatas: ¿Cuántas veces escuchamos al mainstream de la TV, o a los oyentes en los separadores radiales, o leímos en los comentarios del lector, frases como estas: “¿Y los derechos humanos de los policías dónde están?” “Los policías también tienen derechos humanos”?
La medida del Ministerio llega después de la doctrina Chocobar y las pistolas Taser, es decir, de aquella frase que se transformó en una marca registrada de la gestión y perfila el modelo de seguridad que tiene la Ministra en la cabeza: “Hay que cuidar a los que nos cuidan”. Por eso, días atrás, cuando estaba presentando el programa “Restituir”, la escuchamos decir: “Los organismos de derechos humanos nunca se ponen del lado del policía asesinado ni de la víctima”. Por eso twitteo ayer la ministra, después de que se conociera la resolución: “Los ddhh son para todos, y hasta hoy las fuerzas estaban excluidas. Además de ser garantes de los ddhh de la ciudadanía, hoy tendrán este derecho inherente a la condición humana”.
Los policías antes de ser policías son personas y, por tanto, les caben los derechos humanos como a cualquier persona. De allí que si el día de mañana fuesen llamados al banquillo de los acusados, imputados de cualquier delito, o tienen que pasar una temporada en la cárcel, estarán comprendidos por los estándares internacionales de derechos humanos. No obstante ello se trata de personas que tienen un estatus especial al desempeñar una función pública específica. Por eso, si matan a alguien, golpean o torturan, hostigan o verduguean, la pena que les tocará siempre estará agravada por su función específica. Son personas pero no son cualquier persona. Son depositarios de la violencia legítima del estado, es decir, especialistas en el uso de la fuerza letal y no letal. Son personas dueños de saberes específicos, actores profesionales, y por eso su quehacer está o tendría que estar protocolizado, es decir, ajustado a manuales de procedimientos para que no vulneren los derechos de las personas con las que se vinculan. No sólo eso sino que además, al tener a veces a otras personas bajo su protección, tienen en muchos casos la función de cuidado que también deben realizar respetando los derechos humanos.
Dicho esto tampoco estoy negando la importancia que tienen los derechos humanos durante la formación policial. Pero los derechos humanos no son un contenido curricular o una bonita clase. Cuántas clases o talleres de derechos humanos hemos dado a policías o futuros policías que después terminaron violando o formando parte de prácticas sistemáticas vulneradores de derechos. No basta con decirles a los policías cuales son los derechos humanos que deben proteger sino cómo deben hacerlo; no basta con enseñarles sus funciones sino que hay que guiarlos para que cuando las desempeñen no afecten los derechos humanos. Para eso están los protocolos. Ahora, de nada sirven los protocolos si al mismo tiempo los policías no son llamados a rendir cuentas por sus acciones, es decir, si las policías no son objeto de controles externos que, dicho sea de paso, no existen.
Por otro lado, soy de la opinión de que los policías además de ciudadanos también son trabajadores, por eso tendrían que tener derecho a sindicalizarse. La sindicalización le agregaría previsibilidad a los conflictos que suelen protagonizar los policías a veces muy legítimamente. Para que los policías puedan encontrar otro punto de apoyo para resistir el cumplimiento de una orden que está más allá del estado de derecho, el sindicato puede ser una herramienta. Quiero decir, si tanto les preocupa a los funcionarios los derechos humanos de sus trabajadores, que empiecen reconociendo la representación gremial.
Por último, y como decía Tato Bores, “atenti las neuronas”. Las palabras de la Ministra son un juego de prestidigitación: una vez más se busca desviar el centro de atención, desplazar la cuestión social por la cuestión policial, más aún, se busca alejarnos de la discusión sobre la trama inteligencia-justicia-gobierno que, dicho sea de paso, según la lengua suelta de Marcelito D’Alessio está rozando también a la Ministra y amenaza con borrarle la sonrisa electoral que lleva puesta.