Cosecha Roja.-
Condenaron a cadena perpetua a Reina Maraz, la mujer que estuvo tres años presa con su bebé sin entender por qué: es boliviana, habla quechua y nadie le explicó en su idioma de qué la acusaban. La semana pasada empezó el juicio y fue la primera vez que pudo dar testimonio en su lengua materna. La condenaron por haber asesinado a Límber Santos, su esposo, en 2010. La defensa dijo que no hay pruebas e insistió en que la mujer está en una situación de vulnerabilidad: es migrante, aborigen, pobre, analfabeta y sufría violencia de género.
Antes de la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Quilmes, había esperanzas de que “las juezas hayan escuchado la voz de Reina, que hayan internalizado la perspectiva de derechos humanos que contiene el caso”. Lo dijo a Cosecha Roja Margarita Jarque, directora de Litigio Estratégico de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).
En la primera audiencia la jueza Silvia Etchemendi dijo en castellano: “lo que el artículo dice es que usted tiene derecho a negarse a declarar sin que esto sea valorado como una prueba en contra suya. Le pido a la intérprete que le traduzca”. Silencio en la sala. La traductora, Frida Rojas, habló con la acusada. Nadie entendió nada: lo mismo que le pasó a Reina durante los tres años que estuvo presa. “Quiero aclarar algo de nuestra lengua. Lo corporal y la acentuación dicen cosas, es distinto. Asentir con la cabeza significa ‘te escucho, te respeto’, no quiere decir ‘te entiendo’ ni ‘estoy de acuerdo’”, explicó.
A Reina la detuvieron en 2010. Estaba embarazada y pasó siete meses en una comisaría. Después la trasladaron a la Unidad 33 de Los Hornos, en La Plata, donde nació su tercer hijo. Con el más grande -que tenía 5 cuando fue el asesinato- no se hablaba porque estaba con los padres de Límber. Con el más chico -que tenía 3- hablaba por teléfono algunas veces a la semana.
En 2011, la Comisión Provincial por la Memoria la encontró durante un monitoreo en lugares de encierro. “Estábamos haciendo entrevistas: así apareció Reina y el conflicto con el idioma”, contó Jarque. Desde entonces la visitaron varias veces con la intérprete. En abril de 2012 lograron que el Juzgado de Garantías Nº 6 de Quilmes anule la audiencia en la que Reina había declarado y pidieron que se tomara una nueva indagatoria con una traductora. “El tribunal aceptó por una orden de la Corte de la Provincia”, dijo Jarque. La CPM pretende que el caso de Reina sea un antes y un después y pidió a la Corte que implemente un registro de intérpretes de lenguas originarias. En septiembre del 2013 fue la primera vez que alguien del TOC Nº1 le explicó a Reina la situación procesal en su lengua materna.
La hipótesis del fiscal Fernando Celesia es que ella asesinó a Límber con Tito Vilca -un acusado que murió en prisión-. Entre los dos los ahorcaron con un toallón para robarle mil pesos que guardaba en un zapato: era para pagar una deuda que tenía con su hermana. “Sabían que esa plata estaba ahí”, dijo el fiscal. Después ocultaron el cuerpo y Reina fue a la comisaría a denunciar el extravío de su marido “para autoencubrirse”. Los delitos de los que la acusa son “robo agravado por convicción en despoblado y en banda” y “homicidio agravado por estar premeditado”. Además, agregó “uso de arma impropia” por utilizar “el toallón a modo de porra”. Por eso pidió perpetua.
El defensor José María Mastronardi pidió la absolución porque “no hay pruebas”. Según lo que contó Reina, al relato del fiscal le faltan partes. Durante el juicio declararon la familia de Limber (padre, hermana y tía), el comisario que estuvo ese día (que dijo que hablaban perfecto castellano), un testigo civil (que dijo que se comunicaban en quechua) y la administradora del lugar en donde trabajaban (“no decían más que hola y chau”). También habló el vicecónsul de Bolivia y relató un diálogo con Tito cuando estaba preso en el que el hombre se autoincriminaba.
En la causa se incluyó una declaración en Cámara Gesell que dio el hijo más grande de Reina cuando tenía 6 años. La defensa pidió que se anule: “Fue sin presencia de psicólogas, sin lenguaje simbólico, sin el juego del niño, duró sólo 20 minutos y fue con un método inductivo”, dijo la directora de Litigio Estratégico del CPM. Sobre esa prueba, opinaron tres peritos psicológicos. “Nosotros creemos que de caerse esa prueba, no hay ninguna sólida que demuestre culpabilidad”, dijo Jarque.
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“Saludo con respeto a ustedes”, dijo Reina en un castellano precario en la primera audiencia del juicio. Después comenzó el relato en su lengua y lo primero que dijo fue que confía en Dios. Cada tanto se detenía y la intérprete traducía: conoció a Límber en Avichuca, una comunidad kichwua cerca de Sucre, en Bolivia. “Éramos hermanos de la misma religión”, dijo. “Cuando se emborrachaba me pegaba. En el campo no es fácil vivir, solo dios sabe lo que pasa ahí”, contó. Él fue el primero en venir a la Argentina. Vino en busca de trabajo y plata pero cuando volvió a Bolivia llegó “con 25 centavos en el bolso”. El hijo menor estaba enfermo y Reina cocinaba para una feria para mantenerse. “A él no le importaba”, contó.
Reina nunca quiso venir a la Argentina, pero él la obligó: “Se llevaba a mis guaguas, yo tuve que venir”. Llegaron en 2009. Primero vivieron en lo de la hermana de Limber. Ahí, la maltrataban todos: Limber, la hermana y el padre. Ella no entendía nada: ni cómo comunicarse ni cómo cocinar. “Nosotros allá cocinamos distinto”, contó. Después se mudaron a lo de un tío y, ahí, un día “Limber se volvió loco y me quería matar”. Rompió todo lo que encontró: vajilla, ropa, todo. “Yo igual lo quería a él”, dijo con la voz entrecortada. “Si hubiera conocido una comisaría, iba”, dijo.
Más tarde se mudaron a “los hornos de Chacho”, en Florencio Varela: ahí vivían en una pieza sin baño. Límber trabajaba en la fábrica de ladrillo. Tito era un amigo con el que iban a las bailantas de Liners y con quien Limber tenía una deuda. Ella no sabe de cuánto ni por qué. Sólo sabe que su marido y Tito desaparecían varios días, se iban de gira. Una madrugada Tito llegó sin Limber y le dijo a Reina: “Tu marido tiene una deuda conmigo”. Y la violó.
Límber volvió recién a las dos de la tarde. “¿Por qué me mandaste a Tito? ¿Por qué no me avisaste lo que pasaba?”, reclamó ella. La respuesta de él fue golpearla hasta que perdió el conocimiento. El último día que vio a su marido se habian levantado a las 4 de la mañana para preparar la plata que le llevaría Límber a su hermana. Ella lo ayudó a ponerla en el zapato. En plena oscuridad apareció Tito: “devolveme mi dinero, tengo mi mujer y mi familia”, gritaba. Y se agarraron a las trompadas. La dejaron adentro de la casa: “pelearon entre ellos, entre hombres. Esa fue la última vez que vi a mi marido”. El cuerpo apareció enterrado a un metro de profundidad en el terreno donde vivían. Tito fue preso y murió antes del juicio.
En la audiencia estuvieron presentes Adolfo Pérez Esquivel (Comisión Provincial por la Memoria) y el embajador de Bolivia en Argentina, Liborio Flores Enríquez.
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Foto principal: Telam
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