Cosecha Roja.-
No es un domingo cualquiera para el barrio porteño de La Boca. Ese 28 de octubre, después de dos años de espera, el equipo de la Rivera vuelve a enfrentar a River. Boca es visitante, pero en el barrio hay ajetreo: después de una temporada en la segunda división, han preparado algunas sorpresas para sus primos lejanos. Desde muy temprano, en los alrededores de la cancha se amontonan cientos de hinchas, vendedores y turistas. En los puestos de la calle Brandsen humean los choripanes.
Ya están listos los cinco colectivos que alquiló La 12 para cruzar de sur a norte la ciudad. La 12, la barrabrava de Boca, los tribuneros para los vecinos entrevistados, se suben en dos envueltos en banderas de Boca que no tienen techo -como los de los rondines turísticos del municipio-. Cerca de las 14, la procesión enfila hacia Almirante Brown, custodiada de cerca por los móviles de la policía. Tal vez por ser un partido muy observado, no lleven -como cuando viajan al interior- drogas y armas ocultas dentro de las luces del techo. El peregrinaje jubiloso por la capital tiene esta vez una variante estética. Llevan coronas de flores para enrostrarle a su rival eterno la temporada que ha pasado en la B. Es una caravana fúnebre. El vecindario rescatará un detalle de esa postal: son algunos móviles policiales los que cargan en la partida las coronas y los bombos.
La hinchada de Boca es una organización de crimen organizado. A menor escala, como el “pizzo” de la Cosa Nostra sicialana, o el “impuesto de guerra” de las maras centroamericanas, cada actividad económica o comercio que irrumpe los días de partido en las manzanas que circundan la Bombonera, debe tributar para La 12. Hasta la sucursal de Nike del barrio negocia: le hace un descuento a ellos por ser de la tribuna, o ponen un crédito para que saquen ropa de ahí. “Los gorros y las banderas las maneja un tipo al que le dan un 20% de las ventas, que a su vez arregla directamente con el Mauro”, cuenta una joven. “Los puestos de comida, las peñas, los comercios de Caminito, hasta la señora que vende latitas de gaseosa labura para ellos”, enumera. “No hay nada alrededor de ellos que no pase por ellos”.
Para que los dejen hacer a sus anchas, una parte del botín va para la policía, como lo declaró –pública y judicialmente- Richard “el uruguayo” Laluz Fernández (procesado por el doble crimen de los colombianos en Unicenter), que alguna vez lideró la barra de Boca. A la Brigada se la ve recorrer el barrio en un auto blanco. Dos de sus miembros, son señalados por los vecinos como quienes tranzan con La 12: uno de apellido Tévez, a quien describen como “pelado, el más jodido, el segundo del comisario”, y otro llamado Alberto Casco, de quien dicen que es “gordito, parecido a Dany De Vito”. Y aseguran, además, que los días de partido de la Avenida Almirante Brown hacia la Bombonera, a la Prefectura tampoco se la ve.
Pero es el cuidado de los coches en eventos deportivos o musicales lo que representa el ingreso más jugoso para la hinchada. El cálculo más osado estima en 500.000 pesos por partido, aunque se ha visto diezmado algunos domingos de 2012 por un dispositivo del Ministerio de Seguridad. “Tienen los coches del Campito, los coches estacionados en las calles de alrededor, los coches de adentro del club”, dice una mujer que lleva una vida entera en los alrededores de La Bombonera. Hasta hace dos años, el estacionamiento del Campito -un predio que le pertenece al Hospital Argerich- era administrado por un grupo de familias del barrio que habían acordado con la cooperadora del Centro de Salud dejarle un monto para su mantenimiento. Los nuevos cuidadores responden a Mauro Martín y tienen otra política distributiva: según tres fuentes, de los 40 pesos que deja cada coche, 20 son para Martín, 10 para la Brigada y 10 para el cuidador de turno.
Las entradas son facilitadas a la barra, en parte, por la dirigencia del club, aunque el presidente Daniel Angelici haya despertado las sonrisas del mundo futbolero afirmando que no conocía a los barras de Boca. Pero el negocio es más complejo: la reventa tiene varios canales y tres fuentes aseguran que hay un tipo que imprime entradas truchas y las negocia con la barra. “Sabés la cantidad de gente que se vuelve con las entradas rebotadas”, dice una comerciante de la zona. Quienes las revenden en las cercanías de la cancha son pibes, aspirantes a integrar algún día las primeras líneas de mando, a quienes les queda un pequeño porcentaje. Los llevan para esos menesteres incluso cuando viajan a Jujuy, o San Juan. Otros negocios menores también son para los más jóvenes: las pequeñas estafas a los grupos de turistas a quienes prometen sortear las vallados y las largas filas.
Acerca de la participación de la hinchada de Boca en el narcotráfico del barrio, se dicen muchas cosas. Hace menos de cinco años participaban organizadamente de la venta de drogas. Un ex barrabravas confirmó para esta crónica que “eso se cortó”. Se dice que unos años atrás hubo un operativo en la esquina de Garibaldi y Coronel Salvadores, para reventarle la casa a un lugarteniente del jefe Mauro Martín, en el que intervino hasta el Grupo Geo. Que el transa arregló con un pibe de la cuadra para que se entregara en su lugar, a cambio de protección para su familia. Parece que fue aquel mal trago el que los decidió a apartarse del negocio.
Sin embargo, otros entrevistados dicen que regentea algunos transas que recaudan para ellos: en el Bajo, sobre la calle Pedro de Mendoza. Incluso uno –que tiene un hermano asesinado en un ajuste de cuentas- señala al “Cordobés”, un barrabrava cercano a Santiago Lancry –histórico barra de Boca, que trabaja en la Legislatura porteña-, como el hombre que bajaría la droga para distribuirla en la zona.
Un ex ladrón, que ahora milita en una organización social, se inclina por la primera versión y lo explica desde una lógica llana:
– Hoy te trae más negocio una entrada que una bolsa. Lo fuerte es la reventa, la entrada del turismo, el tener los viajes para los socios.
La guerra contra Pinocho
“Antes vos sacabas una parrillita a la vereda, o te ponías a cuidar autos, lo convenías con los vecinos y lo hacías. Ahora tenés que arreglar con ellos, porque sino te mandan a la policía”, se queja Cecilia Pérsico, dueña de una parrilla. La barra, a su vez, le paga a la policía. El esquema funciona, pero si uno de los vértices de ese triángulo incumple el pacto, el asunto puede terminar con detenciones o aprietes. Hasta con tiros. Eso fue lo que pasó con la parrilla de Pinocho. “Nosotros no le pagamos a nadie”, repite la dueña, aún sabiendo que ese fue el origen de todos sus problemas.
Pinocho era un vecino muy conocido en La Boca. Su mujer, Cecilia Pérsico, sostiene desde hace dos décadas el comedor “Copitos” que alimenta a más de doscientas personas por día. Marchando con otras organizaciones, lograron que el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) les cediera un terreno en Almirante Brown y 20 de noviembre, donde levantaron una parrilla que tuvo mucho éxito. En 2009, Pinocho murió y el negocio quedó a cargo de su mujer y su hija. En noviembre de 2011, el organismo reubicó el comercio en la calle Espinosa y Martín Rodríguez, un lugar menos visible. Que además tenía otro detalle: allí paraba La 12.
Mientras construían, varios vecinos –hasta el prefecto que cuidaba la esquina- les preguntaron si ellos “trabajaban para La 12”. Pronto el mensaje fue más explícito: “Si vos me pintás la pared de azul y amarillo, tenés todo lo que querés”, les propuso Diego Basualdo, que preside la Asociación Civil Casa Amarilla.
Diego Andrés Basualdo es el comodín: tiene menos de 40 años y además de presidir la Asociación, coquetea con todos los vértices del triángulo. Un vecino entrevistado –que pide el anonimato- jura haberlo visto el domingo 25 de noviembre, cuando jugaban Boca y Racing, dentro de un obrador del predio donde su Asociación administra la construcción de 438 viviendas hablando con Tévez, de la Brigada, y el propio Mauro Martín, y manipulando plata y entradas. Según tres fuentes del barrio, el domingo del año pasado que balearon a Martín en la autopista a Santa Fé, él mismo encargó un pasacalle: “Mauro, la Doce está contigo”. Lo firmó como “Michael Fox y su Delorean”.
Basualdo, que se mueve en una camioneta Volkswagen negra, trabaja para el Ministerio de Planificación Federal de la Nación –en la web figura un contrato de servicios al menos hasta diciembre de 2012-, pero los vecinos saben que además tiene llegada en distintas oficinas de la Jefatura de gobierno de Mauricio Macri. Apoyó públicamente la campaña de Daniel Angelici, su delfín en la interna dirigencial.
Cuando aún estaban en la parrilla de la avenida Almirante Brown, Diego Basualdo emplazó sin pruritos a Pérsico en una discusión telefónica: “si no te vas mañana, te prendo fuego la parrilla”. Un rato después, cuando llegó a la parrilla nueva –aún en construcción-, la encontró ocupada por Basualdo, gente de la Asociación y La 12 que comían un asado. Discutieron fuerte. Cuando llegaron otros colaboradores del comedor, los gritos subieron de tono. Según el relato, esa misma noche, cuando la hija de la comerciante volvía a su casa, dos tipos los corrieron a los tiros por Almirante Brown. Un policía federal apostado en la YPF vio todo, pero no intervino.
Ese episodio, denunciado sin resultado en la comisaría 24, fue el comienzo para la parrilla Pinocho de una cuesta arriba: no les han conectado el agua, y los agentes municipales han llegado a clausurar el local por las cenizas de cigarrillo del piso. Desde enero hasta septiembre de 2012 la robaron seis veces: siempre de noche, siempre después de un partido. Las primeras veces rapiñaron botellas de cerveza. La última emplearon una mayor logística: se llevaron una freidora industrial, garrafas y sesenta sillas. En la comisaría 24 no les tomaban la denuncia argumentando que debían hacerlo ante Prefectura y eran ellos quienes les elevarían un informe. Pero cuando siguieron ese protocolo ni siquiera los llamaron a ratificar los cargos. Cuando se presentaron en la fiscalía de La Boca, se ordenaron algunas medidas y se levantaran huellas en el local, pero nunca dieron con los autores. Fueron los colaboradores del restaurant los días de partido quienes hicieron su propia pesquisa. “No siempre fueron los mismos”, dicen. “Pero están todos conectados con La 12, o los conocen. No sé si trabajan para ellos”.
El déficit habitacional en La Boca es acuciante, más aún que en el resto de la ciudad. Aumentan los desalojos, y la precariedad absoluta de los conventillos provoca incendios y, a veces, muertes. En 2004, las organizaciones lograron el compromiso de Aníbal Ibarra de construir 1.200 viviendas en un predio lindero al polideportivo de Casa Amarilla. Un juez ordenó –por pedido de unas setenta organizaciones sociales- que ese acuerdo incumplido –y heredado por la administración Macri- se pusiera en marcha. El gobierno de la ciudad se negó: era casi pública la intención del jefe de gobierno de vender esas tierras a Boca Juniors. La Asociación Civil Casa Amarilla, que siempre había denunciado la maniobra, sorpresivamente en 2010 aceptó el acuerdo de construir 438 en lugar de las 1200, con un par de cláusulas: la asociación seleccionaría a los adjudicatarios –los detractores dicen que la mayoría de ellos no son del barrio- y administraría los consorcios de los edificios. El acuerdo está judicializado –se oponen más de setenta organizaciones- y debe resolverlo la Justicia administrativa porteña.
El 14 de noviembre, casi todas las organizaciones marcharon reclamando viviendas dignas. Cuando la manifestación pasó por el predio, lo custodiaba una guardia pretoriana de hombres de La 12 a quienes se sumó, mancomunadamente, la policía metropolitana. El aire estaba espeso. Cecilia Pérsico recibió entonces un llamado telefónico: ‘por qué no se dejan de joder, no se metan en eso’, dijeron. La mujer –que ahora lo cuenta para Cosecha Roja- reconoció la voz al otro lado de la línea. Era Diego Basualdo.
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