Santiago en la medida de lo imposible

El pueblo está unido y decidido. No hay bombas molotov ni cuadros políticos liderando el despliegue: es el pueblo autoconvocado.

Santiago en la medida de lo imposible

24/10/2019

Por Raimundo Echeverría*

Foto: Dani Zárate

Son las 11:30 en un barrio de Santiago centro. Poco antes tomé una micro que esperó mi corrida hasta que subí, pese a que hice el gesto para detenerla a media cuadra del paradero, y a que no había nadie más ahí. Estado de excepción: el chofer del Transantiago abandona la rutina, en la que me hubiese dejado tirado, y empatiza con mi urgencia, que es la de todo/as. Los pasos son cortos y veloces, los semblantes no dan lugar a la despreocupación, y las miradas van fijas al interior, a las angustias que dibujan esta forma tan particular de caminar. 

—¿Tiene un bidón de agua?

—Sí, es el último que va quedando…

La venezolana que atiende va a la bodega y me entrega los 5 litros, y luego le dice al señor atrás mío que en la tarde llegarán más. El precio es el usual, pese a que los estantes vacíos indican que la demanda no. Los almacenes y minimarkets ordenan la vida de estas cuadras que aglutinan cités y enormes edificios de departamentos. Lo/as santiaguino/as andamos por las veredas, en columnas, entre almacenes y nuestros hogares, como hormigas que se desplazan veloces entre su guarida y el alimento, con las antenas en alerta, atentas a la presencia de un depredador que pueda amenazar su supervivencia.  

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¡El pueblo, unido, jamás será vencido! es lo que gritamos para sacudirnos del humo tóxico que nos ahogaba recién. En Plaza Italia, centro neurálgico de Santiago, el enfrentamiento con la policía es directo. En primera línea, los encapuchados lanzan cualquier objeto contundente que encuentren y el carro lanza-aguas pretende intimidarnos con idas y venidas repentinas, escoltado por el inagotable arsenal de lacrimógenas que se nos arroja cada vez que los hacemos retroceder. El pueblo está unido y decidido, todo/as estamos en cada piedrazo que cae sobre el guanaco. No hay bombas molotov ni cuadros políticos liderando el despliegue: es el pueblo autoconvocado, con la polera en la cara, tomando la justicia por sus manos.

***

Giré la cabeza por los aplausos que se desataron al costado. Dos jóvenes, a rostro descubierto, trotaban con un sillón en sus brazos, directo a la barricada que se regocija con el material inflamable que la hace crecer. El tránsito está cortado por la columna de fuego y por los cerca de doscientos vecinos que a las once de la noche siguen resistiendo en Avenida Grecia, justo afuera de sus departamentos.


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La Villa Olímpica es un conjunto barrial de viviendas sociales inaugurado en 1961, en la comuna de Ñuñoa, orientado a satisfacer las necesidades habitacionales de grupos de las antiguas clases medias, como profesores o empleados públicos. En la actualidad sectores medios, heterogéneos en sus trayectorias sociales, y diversos en sus intereses, la habitan como diáspora de aquella clase originaria. Son familias populares, profesionales treintañero/as, estudiantes universitario/as, y algunos residentes de mayor data, lo/as que insistíamos en la percusión incesante de las cacerolas, anunciándoles a militares y carabineros que no nos moveríamos de ahí. Y así fue. Los pacos nos dispararon una cantidad irracional de bombas lacrimógenas, en parábolas que se dirigían exactamente a donde estábamos. Luego vino el piquete, las fuerzas especiales corriendo tras de nosotros como monstruos fascistas, cocainómanos. 

***

Hace una semana este escenario era impensado. Militares en la calle apuntando a una población insurrecta. Nadie lo hubiera creído. Pero la realidad porfía y las contenciones del neoliberalismo chileno no dieron para más. Bastó una chispa, la resistencia de lo/as estudiantes secundario/as en contra del alza de los pasajes de metro, para que se desatara una reacción incendiaria. 

Estas manifestaciones tienen un carácter marcadamente antineoliberal, porque expresan su rabia contra todas sus instituciones: contra el sistema de salud y educación; contra las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y sus multimillonarias ganancias; contra una clase política incompetente, que vela sólo por sus intereses; contra la impunidad que ofrece la justicia a las élites; contra un país fundado en la violencia con que reparte la riqueza; en definitiva, una protesta contra el naturalizado modo en que el mercado ha organizado la vida social en Chile.

Al ser consultados sobre la profundización de los siempre postergados procesos de democratización y justicia social, los políticos de la Concertación, coalición que profundizó el neoliberalismo y consolidó sus nichos de acumulación por 20 años (1990-2010), contestaban, al unísono, que los avances se realizaban “en la medida de lo posible”.  No existió voz más representativa que ese eco que pareciera estar estallando esta última semana. 

—¡Quema esa hueá, hueón! ¡Por favor! 

—¡Ahí está el plasma, ahí está el plasma! ¡Miren, miren! Qué bonito, ¿no?

—¡Por estas hueás estamos como estamos, es la vil propiedad!”

—¡Vamos!, ¡vamos! (suenan cacerolas).

En twitter circula un video de unas personas congregadas alrededor a una fogata, en la comuna de Puente Alto, una de las más pobres del Gran Santiago. Un plasma enorme, recién recuperado en un saqueo a una tienda del retail, en vez de tener como destino una habitación casi del mismo tamaño del televisor, terminó como combustible de lujo. Una catarsis anti-mercantil se apodera de las personas ahí presentes, vociferan gritos guturales como respuesta a la epifanía de reconocer el mal ahí, en el plasma, el mismo por el que se hubieran peleado a combos la semana pasada, y que ahora nadie quiere llevarse a su hogar. Es Santiago en la medida de lo imposible. 

*Sociólogo