El epicentro fue profundo y muy cerca. El sismo de 7.1 grados en la escala de Richter que golpeó a la ciudad de México, revivió el fantasma del terremoto de 1985, el más letal que ha tenido la capital del país y que ocurrió el mismo día de hace 32 años. Hasta esta madrugada, el saldo era de 226 personas muertas en la CDMX, Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero. Además, 44 edificios de la ciudad de México se derrumbaron y muchos más quedaron inhabilitados. El equipo de Pie de Página recorrió distintos rumbos de la ciudad y encontró estas pequeñas historias

1. La necesidad de saberlas bien

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El sismo llegó cuando estaba en una junta en la colonia Roma. Tenía a mi hija de 8 meses en brazos. Corrí al centro de la calle. Con un brazo la cargaba, con otra me aferraba a la carriola. Un hombre nos abrazó y me dijo: “¡suelta la carriola, abraza a tu bebé!”. Supongo que era estúpido estar aferrada al carrito en medio del terremoto. Aún siento el temblor bajo mis pies. Aún veo las capas de asfalto moverse como pesadas olas. A lo lejos, el polvo y el estruendo de un edificio colapsarse. Al lado la explosión de algo. Hija, estamos bien. Estamos bien.

Caminé dos horas para llegar por mi otra hija a la guardería. Fue un camino apocalíptico. Olor a gas. Una explosión. De nuevo olor a gas. Calma, hija, todo está bien. El teléfono no funciona. Me urge avisar que estamos bien. Correr con ella en los brazos. Un edificio colapsado. Una mujer llorando al pie de los escombros. Otros, brazo con brazo, cargando pequeños pedazos de restos para desenterrar. Es tan grande el edificio y tan pequeños nosotros. Otro edificio quedó desnudo cuando el muro frontal se desprendió completamente. Desde la calle alcancé a ver la intimidad y la fragilidad: ropa, una cama, juguetes en una habitación. Aprisa, camina más aprisa. Miedo a la réplica. Al árbol, al poste, al cable de luz. Dos horas infinitas para llegar por ella. Su papá cruzó la ciudad en bicicleta. Llegó antes. Jugaba en el patio con sus compañeros. Saberla bien. Es de noche y ellas duermen. Yo tengo miedo. Es de noche. Los que aún esperan. Los que aún no vuelven a casa. (Daniela Rea)

2.- El caos

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Ya pasó. Terminó. Estuvo fuerte, pero al menos no duró tanto como el del 7 de septiembre, ese que apenas hace doce días arrasó con las comunidades pobres del sur del país, pero aquí nomás nos asustó. La gente en la calle se mira asustada, pero todavía pensamos que quizá podamos seguir con nuestras actividades normales. Los teléfonos no funcionan, el internet a veces. Seguimos creyendo que todo está bien.

Entonces comenzamos a caminar. Vemos edificios rotos y gente en los parques. El transporte público se detiene y el caos se extiende por la ciudad. Los taxistas se niegan a tomar pasajeros, quizás apurados por llegar a sus casas a ver a los suyos. La gente camina. Son miles, millones de personas que caminan por la gran ciudad. Algunos tendrán que caminar dos, tres horas para llegar a casa. Van con sus teléfonos en la mano. Grabando. En Viaducto y Xola, el chofer de un carro del Metrobús se apiada de los caminantes y abre las puertas. La gente se lanza sobre los autos para alcanzar a subir y el remolino sobre el vehículo pone en riesgo a todos. El conductor no volverá a abrir sus puertas en los próximos kilómetros.

En el Eje Central, el ruido de las sirenas abona al sentimiento de desastre. Son sirenas de ambulancias, de patrullas, de bomberos. Sirenas que anuncian emergencias y que provocan una fuerte opresión en el pecho.

Entonces, aparecen los voluntarios. Camionetas privadas y camiones de redilas improvisan taxis colectivos gratuitos que alivian los rostros de los que caminan. Uno de ellos, a contraflujo, se detiene a esperar a una mujer que apenas puede subir. “Yo voy para mi casa, voy derecho. ¡Pásele!” invita un hombre que va parando su camioneta gris con cada caminante que ve.

A media tarde, la bicicleta es el medio ideal para moverse por la ciudad. Entre autos estacionados a media calle, camiones de bomberos atravesados en avenidas, calles cerradas por peatones que avanzan desesperados a contracorriente. Sobre División del Norte y avenida Nuevo León los daños provocan angustia: edificios agrietados, colapsados. En Álvaro Obregón, hay un cordón de policías que impide pasar a la gente, desesperada por ayudar a los rescatistas que retiran escombros. También hay dos camiones de tropas de Secretaría de la Defensa Nacional, cuyos elementos se limitan a observar. A tres cuadras de ahí, sobre avenida Sonora, el servicio de urgencias del Hospital Durango está saturado con heridos que llegan de todos lados.

De hecho, varios hospitales de la zona son evacudos y los internos cargan sus oxigenos en las aceras. No hay luz. Insurgentes es un río de gente. Las tiendas Oxxo, Seven Eleven, y otros comercios están cerrados. Las estaciones de gasolina no están dando servicio. La mayoría de los restaurantes lucen cerrados. Nosotros seguimos caminando. (Daniela Pastrana y Ricardo Trejo)

3. Del Valle: los vecinos son los primeros que ayudan

 

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El edificio cabe en las cubetas que la gente lleva a los camiones de volteo. Allí va el zapato negro de mujer entre escombros, también va el tambor de una cama, un colchón, el azulejo de baño o una cocina, el pedazo de un muro, la gente pasa sobre una sábana verde que está en la calle (y pensar que alguien, alguna vez, se preocupó porque estuviera limpia). Un muchacho de lentes se derrumba en el piso a llorar cuando ve la construcción de 6 pisos que se cayó en la calle Gabriel Mancera y Escocia. El inmueble quedó compactado a un montículo de ladrillos, cemento y fierros retorcidos. Igual que el edificio que está enfrente.

La colonia Del Valle encabeza el boom inmobiliario de la Ciudad de México. En los últimos años, los vecinos de este barrio de clase media se han acostumbrado a ver trabajadores haciendo hoyos en la tierra para tumbar casas viejas y construir centros comerciales. Ahora, son los vecinos los que se acercan para rescatar a la gente que está atrapada. Con palas cavan en los muros y trepan en las puertas para ver entre los pisos si hay alguien. El auxilio aparece de inmediato, se improvisan colectas y acopios. El agua llega hasta los rescatistas.

Las personas que son rescatadas salen de los escombros llenas de polvillo. La sangre en los pantalones y en las faldas se seca hasta quedar negra. Cada vez que sale un persona viva, los rescatistas se entusiasman y todos aplauden. Luego entre gritos y con el puño en algo piden silencio para escuchar si alguien pide auxilio. En dos horas salen tres personas con vida. Mientras, los objetos siguen saliendo: un oso de peluche, el pedazo de una cortina, la llanta de un coche. (José Ignacio De Alba)

4. “Se les vino el edificio encima”

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La calle Amsterdam, en la colonia Condesa, es un mar de brazos y torsos que sotienen garrafones y botellas de agua. Los gritos aumentan y en coro se anuncia: “¡Abran paso, viene camión!” Dos camiones de basura se estacionan en la calle y la gente se amontona sobre el camellón. Algunos forman una cadena humana para organizar los víveres que no paran de llegar; otros ayudan con los escombros; otros observan y toman fotos. Lloran, gritan. El sismo arrancó de tajo media estructura de un edificio angosto de departamentos sobre esta calle, que desde hace algunos años, es uno de los sitios favoritos por corredores amateurs por su pista de dos kilómetros y los árboles frondosos que bloquean el sol. Pero hoy, estas características de la emblemática calle que forma un circuito alrededor del parque México, dificultan las operaciones de rescate. Soldados y marinos recorren el cuarto piso del edificio y acordonan la zona. Uno de los rescatistas levanta la mano y pide silencio. Busca señales de vida debajo del cascajo. Pero el silencio no se concreta en esta multitud.

Se corre la voz: hay una fuga grande de gas. Las fuerzas de seguridad delimitan el área y expulsan de ella a quienes no pueden ayudar. Los rescatistas piden extinguidores, cinta ashesiva y pintura en aerosol. Los vecinos buscan extinguidores en sus autos y en los restaurantes. Uno de ellos entra en un edificio aledaño y sale minutos después con un extintor pequeño.

A dos cuadras de Ámsterdam, sobre la calle de Álvaro Obregón los rescatistas trabajan en el derrumbe de un edificio de 6 pisos. La mole de metal y concreto se desplomó sobre más de 150 personas. “Se les vino encima, ninguno de mis compañeros pudo salir”, dice con tristeza uno de los trabajadores, en una escena que parece tomada de 1985. En esa ocasión, las colonias Roma y Condesa fueron de las más afectadas por el terremoto. Ahora, la lista de sobrevivientes es actualizada cada hora por los voluntarios, y también aumenta la lista de cadáveres. Los médicos y rescatistas trabajan contra reloj y piden a los transeuntes que recolecten materiales médicos como gasas y compresas, sal, cobijas, lámparas y baterías. El rescate se extiende toda la noche. (Ximena Natera)


 

5. La ayuda se mueve en dos ruedas

 

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Los ciclistas no dejan de recorrer las calles. Por decenas pasan sobre sus dos ruedas, todos con mochilas retacadas. Pasan chiflando, en grupos, para abrirse el paso. Llegan a un lugar y descargan las mochilas: aguas, lámparas, vendas. Cierran la mochila y vuelven a montarse y salen disparados.

Como hormigas obreras, que se escabullen entre cierres y calles acordonadas, los ciclistas y las motocicletas llevan artículos de primer auxilio por una ciudad colapsada por la falta de luz, semáforos y edificios derrumbados. Son tan veloces que hasta la Cruz Roja de México solicitó motociclistas para ayudar a trasladar paramédicos de su central en Polanco a las zonas de desastre.

Otros vehículos no se quedan atrás. Algunos autos de estudiantes de universidades que funcionan como centros de acopio provisionales, están trasladando ayuda y víveres a donde se necesiten. Entre los materiales que reparten hay baterías, lámparas vendas, agua, seguetas, palas, picos, gatos hidráulicos, cuerdas y otros materiales para continuar el rescate entre escombros. (Arturo Contreras Camero)

 

6. Las costureras. Un eco a 32 años

 

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Son los últimos minutos de la tarde y una luz tenue ilumina los escombros de un edificio colapsado por el terremoto sucedido horas antes. Decenas de hombres y mujeres en fila india pasan baldes llenos de escombros de mano en mano, hasta que alguien se detiene para gritar: “!silencio!”
Silencio.

Silencio, corean todos y alzan ambas manos hacia el cielo azul-morado, con los puños cerrados. Minutos después, una persona es rescatada de los escombros de lo que solían ser un edificio de cuatro pisos, más dos sótanos, en la esquina de Simón Bolivar y Chimalpopoca, en la colonia Obrera. En esta zona, que hace exactamente 32 años fue escenario de múltiples derrumbes de fábricas en donde trabajaban mujeres costureras, hoy se vuelve a vivir la historia: la construcción que ahora es solo una montaña de alambre y bloques de hormigón, solía ser un taller de textiles y ropa para mujer. La estructura colapsó sin dar oportunidad a los trabajadores de resguardarse. Pero ahora, quizás por esa misma historia, cientos de personas apoyan en el rescate de sobrevivientes desde los primeros minutos después del sismo. Muchos son vecinos de la zona. Es el caso de Uriel Rocha, quien cuenta que él lleva más de seis horas removiendo escombros y en este periodo escuchó de dos personas rescatadas. Mientras, en distintos medios de comunicación reportan un fallecido y entre 11 y 14 sobrevivientes de este derrumbe trasladados a hospitales. (Celia Guerrero)
  

7. #Ayuda #FuerzaMexico

  

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Las redes sociales son un espacio real de ayuda ante el sismo. Con los hashtag #Ayuda #FuerzaMexico y otros como #PuertasAbiertas #Aviso, las personas colaboran para ayudar a las víctimas.

Los usuarios de facebook y twitter liberan contraseñas de internet, ofrecen llamadas telefónicas para contactar familiares, servicios gratuitos de transporte, de maquinaria pesada como una grúa de 15 metros, de manos médicas y manos arquitectas. Abren espacios en sus casas para dormir o cargar pila, difunden los mensajes que familias envían para buscar a los suyos o que los propios sobrevivientes envían desde los escombros para ser rescatados, mueven imágenes de mascotas rescatadas o extraviadas, listas de hospitalizados, hospitales abiertos y gratuitos, refugios. Las redes sociales ayudaan para canalizar la ayuda, los esfuerzos: se necesita agua, palas, cubetas y cuerdas; hoy estamos cubiertos pero mañana necesitaremos manos descansadas.

La usuaria de twitter @PrincesaBathory convoca a usuarios a compartir información para hacer un mapa de daños, rescatados y heridos, Google realiza un mapa de los edificios colapsados, activa un servicio para contactar personas, similar al de Facebook para avisar que la gente se encuentra bien. @SignaLab analiza los datos de redes sociales y registra movimiento mayor en los #sismomx, #cdmx #terremotomexico #prayformexico y #sismocdmx. Este es también un espacio de solidaridad y consuelo. Para tener miedo juntos. Para abrazarse entre desconocidos. (Daniela Rea)
 

8. La tierra firme también se tambaleó

 

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En náhuatl Tlalpan significa “tierra firme”. Cuando éramos niños, en la escuela nos decían que el suelo volcánico en la zona amortiguaba los movimientos de la tierra y que por eso en el sur de la ciudad estábamos menos vulnerables que en el centro de la ciudad. Pero ahora, la tierra firme se tambaleó.

La información de lo que pasaba en el sur de la ciudad fue saliendo poco a poco, mientras el rescate en las delegaciones centrales avanzaba. Primero fue la noticia de que en el Instituto Tecnológico de Estuudios Superiores de Monterrey colapsaron los puentes que conectan edificios y había por lo menos un estudiante muerto y 40 heridos; también se reportó el desplome del Hospital General en Tláhuac, donde se cometieron asaltos por la noche. Pero la tragedia que marcó el sismo del 19 de septiembre del 2017 fue el derrumbe de la escuela Enrique Rebsamen, en la colonia Coapa.

El epicentro del temblor, en Axochiapan, Morelos, se ubica a 120 kilómetros de la ciudad; la cercanía tuvo como consecuencia que la alerta sísmica se escuchara mientras el temblor estaba en curso. La cercanía y la profundidad del sismo provocaron que este se sintiera más fuerte, aún en el volcánico suelo del sur de la ciudad. (Ana Cristina Ramos)
 

9. La agónico rescate de una escuela

 

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El nombre surge desde la montaña de escombros de lo que fue la escuela Enrique Rebsamen, en la colonia Coapa, al sur de Ciudad de México: “¡Diego Sánchez Rivera, tercero B!”, dice el coro, y de inmediato se repite en la cadena humana de policías federales y voluntarios, que lo mismo sirve para aislar el área de desastre que para mover medicinas, agua, suero y sobre todo, tanques de oxígeno. “¡Familiares de Diego!”, repite el coro. Y entonces aparece una mujer asustada con ropa deportiva oscura. Es su sobrino el rescatado. ¿Con vida? “No sé, no sé cómo está” y se agacha para cruzar bajo la cuerda que marca el último círculo antes de la escuela devastada. A unos metros hay una carpa blanca. Debajo de ésta se acomodan los 26 cuerpos de los niños que murieron en el desastre. Otros 30 permanecen desaparecidos, aunque aún no se sabe si están bajo los escombros.

Es el peor día para este sismo: hace 32 años, en 1985, un terremoto devastó extensas áreas de la capital mexicana. Y ahora, el movimiento telúrico que convirtió en escombros este colegio ocurrió dos horas después de un simulacro de evacuación en caso de desastre.

La primera vez que se encendió la alerta sísmica todo funcionó bien: los pequeños salieron ordenadamente de la escuela. No fue así con la segunda: los altavoces advirtieron del peligro segundos antes que la tierra empezara a sacudirse. Los niños abandonaban las aulas cuando la escuela colapsó. El techo y dos pisos cayeron justo en la ruta de evacuación.

Milagrosamente los escombros dejaron algunos huecos. Allí están algunos niños. Se comunicaron a gritos o enviaron mensajes con sus teléfonos celulares, a pesar de la incierta señal móvil en la zona. Pero no es fácil sacarlos de peligro. Un movimiento en falso y todo puede colapsar de nuevo. Piedra por piedra los escombros se colocan en cubetas que se mueven de mano en mano. Lo hacen paso a paso. Lento. Demasiado lento para los padres de los niños, que son testigos desesperados del agónico rescate en la escuela Enrique Rebsamen. (Alberto Nájar)

*Fotografías: Ana Cristina Ramos,Daniela Rea, José Ignacio De Alba, Mónica González, Daniela Pastrana, Celia Guerrero, Fernando Santillán y Greta Rico.

**“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie”