Foto: Télam
Conocí a Carlos Busqued en junio de 2018. Estaba emocionada. Había leído hacía muy poco su segundo y último libro, “Magnetizado”, y quería conocerlo, escucharlo. Me parecía un libro de no ficción diferente. Una manera original en la que se metía en la vida de Ricardo Melogno, un asesino serial de taxistas que en los años ochenta, en plena dictadura, mató a cuatro hombres de un disparo en la cabeza desde el asiento de atrás del auto. Sentía que en la manera de narrar había encontrado otro género que todavía hoy me cuesta asimilar. Una forma de contar única, la de un narrador que se puso a bucear la historia de un asesino sin motivo.
La charla de Busqued se superponía con la presentación de “Putita Golosa”, el libro de Luciana Peker, así que sólo lo miré desde la puerta de la sala contigua del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, que estaba desbordado de fanáticas y fanáticos de Peker porque siempre la recibimos en Rosario como una verdadera rock star. Después de que ella terminó de firmar sus libros, fuimos a comer al bar El Cairo. A poco de sentarme en una mesa apareció Busqued y compartimos la cena. Le dije que había leído su libro y me contó que conoció a Melogno, el taxista asesino, en la cárcel de Ezeiza y que la falta de motivos que tenía el asesino para matar fue lo que lo inspiró. Pero me interrumpió y cambió de tema. Había llegado a la mesa la milanesa de cerdo con papas que había pedido y ahí me confesó que lo que más le gustaba de los festivales era comer gratis cosas ricas. Hablaba con una simpleza, como si no fuese el autor de esa obra gigantesca que no dejaba de reproducir en mi cabeza apurando preguntas que al rato entendía que no me iba a contestar.
No se me ocurre cómo salió el tema porno. Ah, sí, me acuerdo. Nos preguntó a Luciana y a mí, serio: “¿Qué piensan del porno?”. No sé qué dije, la conversación fue con Luciana; yo seguía con “Magnetizado” en la cabeza y el tema no me importaba. Carlos contó sobre sus encuentros con una actriz porno. Dijo que era rara y que salió varias veces con ella a tomar un café, pero que le desconfiaba. Que en su último encuentro charlaron mucho, y la acompañó a tomar el colectivo: “Nunca pasó nada, ella hablaba todo el tiempo de que no tenía plata y eso me aburrió”.
De ahí siguió con el porno. Hablaba como un especialista en el tema con tanto argumento y respeto que me asombraba. No le gustaba la estética de las mujeres flacas, eso no era porno. Era como si la moda de la mujer sexy sin curvas le agujereara la burbuja del deseo. Yo, pesada, seguía obsesiva con la historia de Melogno, hasta que sacó una libreta desprolija donde anotaba sus charlas con el asesino. La tuve en mis manos un rato, leí alguna que otra cosa pero no le entendía mucho la letra, y ya estaba: sabía que no me iba a enterar de nada más.
Me rendí y me metí en el porno. Con el flan de dulce de leche en la mesa nos contó a Luciana y a mí que daba clases en la Universidad, que era ingeniero y algunas cosas más sobre su vida. No tenía la pose de escritor ni le interesaba desplegar las plumas frente a una fanática. Era un tipo simple, pero su personalidad de a poco me empezaba a causar el mismo efecto que “Magnetizado”. Se volvió a Buenos Aires en remís con Luciana. Hoy, casi tres años después, creo que habrá seguido con la historia del porno, pero me olvidé de preguntarle a ella.
Con él siguieron los mensajes. Le envié una nota que había escrito el criminólogo Esteban Rodríguez Alzueta sobre Magnetizado en la cual contaba que con 22 años Ricardo Melogno había sido entregado por su hermano después de que su padre encontrara la documentación de las víctimas en una suerte de altar que Ricardo había improvisado en un galpón para evitar que regresen sus almas en busca de venganza. La nota es impactante porque si a mí como lectora me había deslumbrado la forma del relato, Alzueta había encontrado en el libro una síntesis del sistema penal:
“ Desde el primer momento de su detención Ricardo se hizo cargo de los asesinatos. Nunca dio otras explicaciones que le valieran algún beneficio. Pero su problema fue que nunca pudo explicar por qué hizo lo que hizo. Por más que indague en su interior con ayuda de psiquiatras y psicólogos no logró averiguar las causas que lo condujeron a realizar esos hechos, por qué eligió a los taxistas, y por qué a esos taxistas. Eso lo llevó a transformarse en una persona peligrosa para siempre. Si hubiese matado en ocasión de robo hace rato que Ricardo estaría libre. Pero sus asesinatos no tienen explicación y, si no hay razón, hay locura, hay asesino por naturaleza. Detrás de un asesino en serie hay un montón de películas que certifican ese veredicto social”.
La nota le gustó. Y ahí hablamos sobre eso. Cuando nombraba a Melogno le decía Ricardo y hablaba de él sin ninguna distancia, como algo cercano e inexplicable. Su Twitter se llama unmundodedolor y su nombre me dolió cuando lo vi por primera vez. Me quedo con algo que dejó fijo en esa red: “Mis palabras sólo pueden ser entendidas desde lo espiritual y me disculpo si ofendí a alguien. Se enojan por todo, cuando es el mundo el que debería estar enojado con ellos”. A veces no entendía sus tuits. Los releía, recordaba aquel par de horas en El Cairo y pensaba en la dedicatoria que me hizo en el ejemplar de “Magnetizado” que hoy volví a abrir casi tres años después: “Soy como un pescado, pero del lado de adentro”.