Eugenio Raul Zaffaroni acaba de presentar su renuncia a la Corte Suprema de Justicia. En enero cumplirá 75 años y –a diferencia de algunos de sus colegas- decidió acatar las leyes y no seguir siendo ministro del máximo tribunal del país. Desde ahora, dijo en su carta de renuncia, se dedicará a la docencia. Alfredo Fernández, secretario ejecutivo del Instituto de Investigación sobre Jóvenes, Violencia y Adicciones (IJóvenes) analiza la obra del juez que con la acción y la teoría desnudó la naturaleza del poder punitivo.
Alfredo Fernández.-
“El poder punitivo es como la milanesa con papas fritas, nadie se pregunta por qué existe. Parece que siempre hubiese estado. Pero no es así”, escribió Zaffaroni para que tomemos dimensión que no debemos resignarnos a aquello que se nos presenta como natural e inmodificable.
Definió que “La característica del poder punitivo es la confiscación de la víctima”, es decir, que es un modelo que no resuelve ningún conflicto, porque una de las partes es excluida de la decisión. ¿Por qué confisca y no le interesa resolver? Porque el poder punitivo es una herramienta de verticalización social.
A partir de allí es que ha definido al sistema penal como el aparato que regula el poder punitivo operando la canalización de la venganza. Todas las agencias del sistema penal inciden sobre el poder punitivo, pero las que realmente lo ejercen son las policiales. Lo políticamente importante del poder punitivo es la vigilancia que las agencias ejecutivas ejercen sobre todos los que andamos sueltos.
También precisó que en América Latina eso adquiere mayor gravedad, por nuestro modelo policíaco de ocupación territorial, que padecemos no sólo en la corrupción, la ineficacia, la violencia institucional y el gatillo fácil, sino en la amenaza golpista que en los últimos años han asumido las fuerzas policiales frente a los gobiernos democráticos.
Dejó en claro que semejante modelo no sólo lleva a una clarísima violación de derechos humanos de los más vulnerables de la sociedad, sino que también lesiona los derechos humanos del propio personal policial, que sufre pésimas condiciones de trabajo.
“Ocurre que criminalizados, victimizados y policizados se seleccionan de los mismos sectores sociales”. Y si los pobres se terminan matando entre pobres, eso parece muy funcional a quienes ejercen poder con lógica antidemocrática.
La criminología mediática no registra esos cadáveres, salvo cuando los hechos son muy brutales y los muestra para naturalizar los restantes cadáveres, atribuyéndolos al salvajismo propio del segmento social al que pertenecen.
Estableció también que desde la inquisición hasta el fundamentalismo islámico, se sucedieron los discursos con idéntica estructura: se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria que pone en riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al mundo occidental, etc., y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier obstáculo al poder punitivo que se presenta como solución única para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerse u objetar ese poder es un enemigo.
Procuró identificar el componente neurótico de esta organización de la humanidad, recordando a Brown cuando señala que la civilización occidental, al no poder incorporar la muerte a la vida, desde el miedo y el egoísmo termina haciendo lo contrario, esto es, incorporar la vida a la muerte.
Puso sobre la mesa el sistemático silencio de la criminología frente a los asesinatos estatales o crímenes de masa, verificado no sólo en los grandes genocidios de la historia de la humanidad, sino también en una masacre por goteo que se da con cada muerte fruto de la instauración de la lógica del enemigo en la organización de la sociedad.
Denunció el neopunitivismo que impera en Estados Unidos, donde “uno de cada tres hombres negros entre veinte y veintinueve años se halla en la cárcel, un norteamericano de cada cien está en prisión, tres más están sometidos a vigilancia con probation o con parole, se inhabilita a perpetuidad para votar a cualquier condenado por cualquier delito, se difunde el three strikes and you are out (o sea, una pena de relegación perpetua para los simplemente molestos), se expulsa de las viviendas sociales a toda la familia del condenado, se lo priva de todos los beneficios sociales, se restablecieron los trabajos forzados, se ejecutaron unas 1.300 penas de muerte desde el final de la moratoria de los setenta (incluso a enfermos mentales y menores), los gobernadores hacen campañas para su reelección rodeados de retratos de los ejecutados a los que no les conmutaron la pena”.
Zaffaroni como ningún otro denunció la lógica de la criminología mediática. ¿Por qué las personas tienden a aceptar el relato de esa criminología, además de por el peso de su formidable aparato de difusión? “La disposición a aceptarlo obedece a que así se baja el nivel de angustia que genera la violencia difusa. Cando la angustia es muy pesada, mediante la criminología mediática se la convierte en miedo a una única fuente humana. Por eso, siempre ha existido la criminología mediática y siempre apela a una creación de la realidad a través de información, subinformación y desinformación en convergencia con prejuicios y creencias, basada en una etiología criminal simplista asentada en causalidad mágica, canalizada contra determinados grupos que actúan como chivos expiatorios”.
También enfatizó el efecto reproductor o criminógeno de la prisión, intensificado en nuestra región por el deterioro carcelario en una institución de carácter total en la que el preso sufre una complicada regresión en la que es regimentado y controlado como un niño, sin intimidad y sin obligaciones propias de los adultos.
¿Qué nos propone Raúl Zaffaroni frente a esta realidad? ¿Es un abolicionista?
Entiendo que no. Aunque la realidad le imponga una visión escéptica respecto del rol de la pena, su programa frente a semejante panorama lo formula en la necesidad de desarrollar una criminología cautelar preventiva de masacres.
Toma su táctica del camino que señaló en 1631 un jesuita poeta, Friedrich Spee, cuyo método consistió en “eludir las abstracciones con que el poder punitivo legitima sus desbordes e ir a lo concreto. Su única verdad era la realidad, y la realidad eran las cenizas de los cadáveres de mujeres inocentes”. Por eso señala a la idea mediática de seguridad como la máxima abstracción de nuestra época.
Con Raúl Zaffaroni hemos tomado dimensión que cuando alguien se moviliza contra la violencia institucional y sus víctimas, no sólo está llevando adelante un reclamo de justicia, sino que está confrontando contra la esencia misma del funcionamiento del sistema punitivo.
El pensamiento de Zaffaroni se nutre de la filosofía, la sicología, la sociología y del estudio del lenguaje y la comunicación para ponernos de pie como ciudadanos frente a ese formidable aparato de verticalización social y canalización de venganza. Más que un hombre del derecho, es uno de esos héroes que se meten en la fortaleza del poderoso para mostrarnos los mecanismos con los cuales nos controla y nos domina. No es un héroe solitario. Su conducta militante y su actitud docente lo emparentan con el héroe colectivo que encontramos en el Pocho Lepratti o en Néstor ataviado con el traje del Eternauta.
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