Por Matías Ortega
—La Contraofensiva va a quedar en la historia. Claro que sabíamos quien era el enemigo, así como los obreros de la Patagonia lo sabían. ¿Facón Grande y los peones de campo no sabían que venía el ejército y que los iban a matar? Sí, lo sabían. ¿Y por qué lo hicieron? Bueno, es el derrotero de las clases populares -dice Víctor Hugo “Beto” Díaz, una mañana de febrero de 2019.
Beto está sentado en una cafetería del barrio Congreso. Tiene barba blanca, una camisa a cuadros y un libro al lado del café: “Los hombres de Panfilov” de Alejandro Bek, un relato sobre la defensa soviética contra la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial. El libro lo inspiró a escribir sus propias memorias. Allí narrará su militancia en Montoneros, su secuestro en el Regimiento en La Tablada en el ’77, su escape cinematográfico después de simular un desmayo, su exilio y su regreso al país en el ’79 para participar de la Contraofensiva.
La Contraofensiva fue la última operación de Montoneros. Desde la ciudad de Cuernavaca, México, y desde Madrid, España, se diseñó un esquema basado en acciones armadas y de propaganda que -según la lectura de la conducción de la organización- ayudaría a voltear al régimen militar. Esta lectura se apoyaba en el crecimiento de los conflictos gremiales y sindicales durante ese año. El 27 de abril del ’79, por ejemplo, se realizó la primera huelga general contra la dictadura.
La operación se organizó en dos estructuras: las Tropas Especiales de Agitación (TEA) y las Tropas Especiales de Infantería (TEI). Mientras las TEA tenían el objetivo de intervenir señales de televisión y radio con proclamas montoneras y mensajes contra la dictadura, las TEI atentarían directamente contra miembros del equipo económico de José Alfredo Martínez de Hoz.
Entre febrero y mayo de 1979, Beto salió del país y se entrenó en México para reingresar a la Argentina a cargo de un grupo de las Tropas Especiales de Agitación. El objetivo era realizar interferencias en el sur del conurbano bonaerense. En ese entonces, Víctor Hugo Díaz tenía 25 años. Hay un documental dirigido por Horacio Rafart, llamado “La victoria de Beto”, que cuenta su historia. En el afiche de la película hay una imagen suya: un joven de pelo largo estilo Led Zeppelin con pantalones oxford, camisa manga larga apretada y un crucifijo colgando del pecho.
—La primera transmisión la hicimos en Berazategui, en un edificio abandonado de 12 pisos. Hay gente que la escuchó hasta en Bernal. Usábamos unas radios chiquitas, que tenían FM y podías agarrar la señal de la tele. Eso me permitía salir a ver, desde la altura, cuando se hacían las transmisiones. No me olvido más de una transmisión sobre el conflicto de Chrysler, ¡salían los coches viejos de las patotas a ver si podían detectar de dónde venía!
A diferencia de otros grupos TEA, su grupo no transmitió la proclama de Mario Firmenich, es decir, el lanzamiento oficial de la Contraofensiva. En cambio, elegía un horario nocturno para intervenir la telenovela de moda protagonizada por Andrea del Boca, el programa ‘Los hijos de López’ o los partidos de fútbol de primera y transmitía una grabación casera en apoyo a los obreros de la zona. “Atención, atención…transmite Radio Liberación, voz de Montoneros”, comenzaban las intervenciones. El conflicto más resonante sobre el que intervinieron ocurrió en septiembre del ’79, durante la señal televisiva a favor de los trabajadores de Peugeot, que amenazaban con marchar a Plaza de Mayo sino obtenían mejoras salariales.
—Nosotros fuimos 13 compañeros que entramos y salimos todos vivos —recuerda Beto, con hablar pausado—. Y cumplimos con todos los objetivos: hicimos más de 20 interferencias en conflictos gremiales en Quilmes, Florencio Varela y Berazategui. La zona sur fue una de las que más resistió la dictadura. Nosotros nunca perdimos el vínculo, aunque sea mínimo, con la gente. Yo estoy vivo por la ayuda de esas personas.
La vigilancia absoluta de la dictadura obligaba a buscar métodos creativos para sortear a la policía y a los servicios de inteligencia. Entonces escondían la batería, el grabador y la antena entre plantas de acelgas que llevaban en bolsas de supermercados. Para el grupo de Beto, además, fue fundamental realizar las interferencias en un territorio conocido de antemano.
La estrategia de la Contraofensiva sufrió duras críticas al seno de la organización. En especial, en manos del grupo encabezado por Juan Gelman y Rodolfo Galimberti, quienes destrozaron a la conducción nacional en un “pronunciamiento disidente” de febrero del ’79. Allí calificaron a la Contraofensiva como una aventura “militarista, foquista y putchista”. Sin embargo, para militantes como Beto, lo primordial era combatir la dictadura, antes que desangrarse en discusiones internas.
—Lo interesante de la Contraofensiva es si, ante un avasallamiento de sus derechos, el pueblo tiene derecho a la resistencia —reflexiona Beto—. Hay una pregunta que yo siempre me hago: cuando supimos de la masacre de Trelew, cuando empezamos a saber de las desapariciones… ¿nosotros podríamos haber sido otra cosa distinta de lo que fuimos? Fuimos eso. No podríamos haber sido otra cosa.
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Gloria Canteloro vive en Rosario. Tiene el pelo corto oscuro, una remera negra con flores blancas y anteojos de marco fino. Vino a Buenos Aires a reunirse con ex compañeros de militancia con motivo del inicio del juicio Contraofensiva, que comenzará este martes 9 de abril en el Tribunal Oral Federal N° 4 de San Martín. El tribunal investiga 94 crímenes de lesa humanidad en el marco de la Contraofensiva. La causa está enfocada principalmente en el rol de Campo de Mayo y del Batallón de Inteligencia 60 y hay nueve imputados que fueron integrantes de alta jerarquía en el aparato de inteligencia.
En los ’70, Gloria militó en la Unión de Estudiantes Secundarios y estuvo presa tres años en Devoto, hasta que obtuvo la opción para irse del país, en noviembre del ’78. Exiliada en España, formó parte de la convocatoria inaugural de la Contraofensiva.
—Fue en el predio “Casa de Campo” que tenía el PC español en Madrid. Estaba abierta a todos los exiliados, no era sólo para peronistas. Me acuerdo que estaban Roberto Perdía y Oscar Bidegain, que fueron los que hablaban. Y había una urna en la que poníamos nuestra dirección y después iban a pasar a profundizar los detalles de la operación.
—¿Y qué se transmitió en esa reunión?
—Que la idea era volver. Había alrededor de 200 personas, era grande el local. Yo tenía 21 años, no estaba muy segura. Recién salía de estar en cana, quería disfrutar un poco la libertad. Pero Manuel, mi pareja, dijo inmediatamente que sí. Yo lo pensé mucho. Me sentía parte de Montoneros y formar parte de la Contraofensiva me devolvía una identidad.
Gloria aceptó ser parte del operativo. Su primer destino, entonces, fue El Líbano. Como parte del entramado político internacional, Montoneros tenía un acuerdo con la Organización para la Liberación de Palestina. De modo que las Tropas Especiales de Infantería (TEI) se entrenarían en el pueblo libanés de Damour, antes de emprender el camino a Argentina.
—En Damour hacíamos instrucción militar todos juntos. Estábamos en un pueblo prácticamente destruído. Dormíamos hacinados y nos tuvimos que mudar al subsuelo de una iglesia porque hubo un bombardeo. Nos bañábamos una vez por semana.
—¿Y cómo te llevabas con el entrenamiento militar?
—Me costaba una eternidad. Siempre tuve una vida sedentaria, trabajé de costurera desde los 14. En el entrenamiento me dolía todo, me exigían igual que a todos. Me prohibieron fumar pero fumaba a escondidas. Me acuerdo de que tenía el pelo muy largo y haciendo un ejercicio me engancho con las ramas de un árbol y no había forma de desengancharme. Entonces Miguel -nombre de guerra de Osvaldo Olmedo-, comandante a cargo, me dijo: “Usted se tiene que cortar el pelo”. Con todo el dolor del alma, me senté y una compañera hizo trak, trak, de un tijeretazo. Imagínate cómo me quedó. Encima Manuel se enojó porque a él le gustaba el pelo largo.
Desde El Líbano se diseñó la ruta para entrar en el país. En Buenos Aires, Gloria y Manuel se instalaron en una pensión y luego consiguieron trabajo en Remedios de Escalada. La premisa era hacer una vida “lo más normal posible”. Ella volvió a trabajar de costurera y él consiguió unas horas en un taller mecánico. Mientras tanto, preparaban los detalles de su misión. Gloria participó en uno de los tres ataques contra funcionarios de José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de la dictadura, aunque prefiere no revelar en cuál.
—¿Coincidís con la idea de que la Contraofensiva fue un fracaso?
—Creo que no se puede hacer un balance en términos absolutos: no fue ni exitoso, ni fue un fracaso. Algunos objetivos se cumplieron. Mostramos presencia, hubo contactos con políticos y sindicalistas que después fructificaron en el ’82 con Intransigencia y Movilización. Hay que verlo desde distintos ángulos. Creí que en la calle íbamos a ver más movimiento, pensaba que había un poco más de rebeldía. Pero no.
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—Nosotros teníamos el derecho a la resistencia. Lo que queremos reivindicar es la entrega de los compañeros y la auto-determinación individual, esto enmarcado en el contexto de la violencia política que sufrimos en nuestras casas—dice Gustavo Molfino. Lleva el pelo corto y barba grisácea, una remera negra y jean.
Con 16 años y exiliado junto a su familia en España y en Francia, Molfino formó parte de la Contraofensiva desde la Estructura de Comunicaciones, enlace entre la conducción de Montoneros y otros oficiales de rango menor.
—Yo no me veía quedándome en Francia, terminando la secundaria y convirtiéndome en un señorito francés—agrega—Sí me veía combatiendo la dictadura.
Molfino es sobreviviente de una familia que sufrió la persecución, el exilio y la muerte en la dictadura. Su historia personal está vinculada a la Contraofensiva. Su madre, Noemí Esther Gianetti de Molfino, protagonizó en Europa las denuncias que los militares denominaron “campaña anti-argentina” y participó en la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Poco tiempo después, comenzó a involucrarse con Montoneros y se unió a la Contraofensiva.
Noemí fue detenida en Lima, en el marco del Plan Cóndor. Luego fue llevada a Bolivia y, posteriormente, al centro de detención clandestino de Campo de Mayo. El 18 de julio de 1980 fue trasladada a un hotel de Madrid, donde fue asesinada por enviados de los militares argentinos. Su caso es parte de la causa que investiga el Tribunal Oral Federal N°4 de San Martín. En esa causa, Gustavo también busca saber qué sucedió con su hermana, Marcela Molfino, y su cuñado, Guillermo Amarilla, ambos militantes de Montoneros que se encuentran desaparecidos.
—Juicio y castigo a los culpables, aunque sea una frase hecha, realmente esperamos eso. Es una sensación muy fuerte, una gran esperanza, realmente estoy muy conmovido —sintetiza Molfino.
En la actualidad, Molfino es fotógrafo de represores. Les monta guardia hasta que los encuentra y los registra violando el régimen de prisión domiciliaria. En marzo de 2015, tras meses de seguirlo, logró una secuencia de fotos que devolvió a la cárcel al coronel Jorge Gerónimo Capitán, procesado por violaciones a los derechos humanos en el marco del Operativo Independencia, en Tucumán.
En la causa que lleva el tribunal de San Martín, se investiga además el entramado internacional de la estructura de inteligencia de la dictadura, que le permitió a la represión llegar más allá de las fronteras de Argentina. Hubo casos de personas secuestradas en Brasil y Perú, están involucrados sectores del ejército de Bolivia y de Paraguay e incluso la causa Contraofensiva indaga en lo ocurrido en Madrid, a través del caso de Noemí Esther Gianetti de Molfino.