El 21 de agosto de 2010, en el sur de la provincia de Buenos Aires, desaparecía Erica Soriano. Tenía treinta años y estaba embarazada de dos meses y medio. Su pareja, Daniel Lagostena, dijo que el sábado por la mañana la chica había salido de su casa –sin dinero ni documentos- luego de una discusión. Nadie sabía nada de ella desde la noche anterior. El 30 de mayo del año pasado, Lagostena fue detenido y acusado de asesinato. Entre las pruebas en su contra se cuentan los mails llenos de repoches que le enviaba a ella, restos de ropa quemada en la chimenea de la casa que compartían en Lanús y una serie de extraños llamados telefónicos entre familiares del sospechoso en la madrugada de la desaparición. ¿Cómo se transformó una historia de amor en pesadilla?
Por Gabriela Cabezón Cámara – Cosecha Roja.-
Hay que establecer un corte, una disrupción, interrumpir el fluido de los hechos, armar alguna arista de la que agarrarse para empezar a contar, porque casi nunca es claro cuándo empieza una historia. En este caso, ni siquiera es claro cuando terminó y ni siquiera si terminó para alguien, así que da lo mismo empezar, por ejemplo, por el video que está en YouTube: un tipo, una chica y una nena en un jardín que se adivina suburbano. Se adivina por lo que, poco tiempo después de la filmación, fue de dominio público, y también porque quedan pocos jardines en la ciudad.
En el jardín, el tipo arma poses como de danza, poses que podrían ser dignas para cerrar cualquiera de los adefesios de Bailando por un sueño y que en este caso son dignas de la risa de él, de la chica y de la nena que no se ve, apenas se escuchan la vocecita que dice “los estoy filmando sin que se den cuenta” y la risa. La chica también se ríe mientras trata de “adaptarse”, usa ese verbo y el vocativo “amor” cuando le habla.
Es el video de una familia feliz, de una familia tipo y, si las apariencias se hubieran sostenido, no lo habría visto nadie más que los protagonistas y algunos de sus íntimos, un número que difícilmente hubiera superado las dos decenas: “Todas las familias felices se parecen”, ya se sabe, lo escribió Tolstoi hace unos 130 años y tiene razón. Tolstoi también escribió una frase más larga, claro, porque ¿cómo escribir en el siglo XIX, o incluso hoy, una gran novela sobre una familia feliz parecida a todas las demás? La remató así: “pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”.
Y es por esa senda, la de los motivos, que no se sabe por dónde empieza esta historia, pero es probable que sea la senda que menos importa hoy. Se saben otras cosas. Por ejemplo, cómo fue que la familia dejó de parecerse a todas las demás familias felices: un 21 de agosto, hace hoy exactamente dos años, era sábado y era el día de ir a visitar a la familia de ella: mamá y cinco hermanos –el papá había muerto en marzo- desde esa casita con jardín en Lanús hasta Villa Adelina. Pero no llegaron nunca.
Ese día Erica Soriano, la chica, una mujer de treinta años, madre de una nena de 12, feliz empleada administrativa recién blanqueada en una empresa de cosméticos, embarazada de dos meses, desapareció. Completamente: no encontraron nada. No hay cuerpo. No hay nadie que la haya visto o hablado con ella, no hay cámara que la haya filmado. No hay nada de nada a partir de ese día. El tipo, Daniel Lagostena, un señor de 50 años es, si se mira su situación a vuelo de pájaro, una especie de prototipo de pelotudo. Vivía de un dinero que le daba el padre, empresario de pompas fúnebres, y de alguna que otra changa. Desde el 30 de mayo está preso: el juez de garantías de Lomas de Zamora, Gabriel Vitale, le dictó prisión preventiva por “homicidio simple en concurso real con aborto, en el contexto de violencia familiar y contra la mujer”. Y la nena, Florencia, vive sin su mamá, y, como ni siquiera hay cuerpo de ni tuvo un velorio ni un entierro para empezar a hacer el duelo por la muerte de su madre, podemos suponer que con una angustia enorme, hace 24 meses.
¿Cómo empezó este desastre? Como una historia de amor. Eso es lo que sabemos, porque la pregunta puede ir mucho más lejos, puede ir a los motivos y entonces quién podría decir cómo empezó. ¿Qué hace que un chico se transforme en un varón asesino?, ¿qué lleva a una nena a ser una mujer que tolera lo intolerable?, ¿cómo es que vivimos en una sociedad en la que un hombre mata a una mujer cada treinta horas? Hay bibliotecas enteras sobre este tema. No alcanzan, claro, y esas respuestas exceden el límite de esta y de cualquier otra nota.
A contar, entonces, esta historia que empezó siendo un amor. Y habrá sido de los que entusiasman mucho, porque se transformó en convivencia en poco más de cuatro meses. Se conocieron en diciembre de 2009. Fue en el programa “Hoy es tu día”, emitido por Canal 13 los domingos a las 21 y conducido por los ex modelos Horacio Cabak y Luli Fernández, uno de esos productos que sortean premios, regalan dinero a quien conteste bien algunas preguntas sencillas e invitan a participar a toda la familia. Allá fue Erica. Y ahí lo conoció a Daniel, que, haciendo una de sus changas, acomodaba handy en mano a la gente que iba a ver y participar del programa en vivo.
Mirados hoy, el nombre del programa convocante y el escenario del primer encuentro parecen casi proféticos: “Hoy es tu día”. Lo fue. Ese instante casual que los cruzó cambió la vida de los dos para siempre, y un estudio de televisión fue perfecto para un romance que tuvo un final tan mediático como podría desear cualquiera de los que sueñan con fama. Pero en Policiales, la sección de las noticias en las que no quiere salir casi nadie. A Lagostena la gustó la morocha linda, flaquita y alta. Lo demás no tiene archivo: se las habrá arreglado para sacarle el teléfono, habrán ido a pasear, habrán hecho el amor con felicidad, habrán delirado una familia, habrán vuelto a pasear ahora con la nena y reforzado la idea de familia. En algún momento, Erica puso a su familia al tanto del romance.
El le propuso que fueran a vivir a su casa. A la nena la convenció diciéndole que ahí podría tener un cuarto propio pintado del color que ella quisiera. Con Erica le costó un poco más; como el papá había muerto muy recientemente, ella no quería dejar sola a su mamá, María Esther. Así que un sábado, esto lo cuenta María Esther, se lo propuso delante de ella. La madre, claro, le dijo que decidiera lo que la hiciera feliz. Y Erica se equivocó: se fue a vivir a Lanús apenas cinco meses después de conocerlo. El señor que en adelante fue su concubino se convirtió en el padre de su próximo hijo: quedó embarazada al mes de iniciar la convivencia. A los dos meses y medio de embarazo, luego de una visita en pareja al médico, desapareció.
Alguna pista de lo que pasó en el medio la tiene la familia de ella. Especialmente la nena, que convivió un mes con la pareja antes de decidirse a vivir con su papá, explicándole a la abuela que no le gustaba “ese hombre”. Y algo más sabrá la familia de él, cuyo sobrino está imputado y su padre sospechado, pero huelga decir que esa familia no habla con los medios. De cualquier modo, las evidencias más fuertes son las escritas por los protagonistas en los mails que intercambiaban mientras ella trabajaba. Son mails en los que él reclama y se queja y ella se defiende. Entre las acusaciones de Lagostena, hay cosas como esta: le dice que se “desbocó” mirando a un flaco en el supermercado. Que dejó en el auto un papel con “exceso de rouge”. Que él había compartido como 70 situaciones con la familia de ella y ella cinco con la de él. Que, de los mails del día del amigo, le mostró sólo los de las mujeres. Que cantó muy feliz un tema de Tormenta que él vinculaba a una relación anterior de ella. Que siempre dejaba el celular con el cristal para abajo.
A los mensajes duros le seguían otros, amorosos y conciliadores, mails en los que prometía amor y cuidado y casi inmediatamente otras discusiones. Erica lo sintetizó así: “¿¿sabes cómo me siento?? Que me endulzás con las cosas más ricas y después me das un vaso de ácido muriático para bajarlo”. Ella le respondía defendiéndose, a veces enojada, a veces cálida, al final preguntándose si habría hecho bien en jugarse y mudarse con él: “¿Habré hecho bien en hacer la movida que hice, mudarme sólo por el hecho de amarte, y querer una familia con vos? ¿Era el momento? Ayer, si la nena no hubiese estado y hubiera tenido la casa de mi mamá más cerca, me hubiese ido”. Y tenía una clara conciencia del control al que era sometida: “Me decís que estuviste toda la semana angustiado y casi desesperado por hablar con alguien porque yo, en el súper, me desboqué por mirar un flaco, y lo seguí con la mirada, disculpame si en esta no nuevamente no me sumo, me parece ridículo e incomprensible”.
De los mails se deduce que sostenían largas discusiones en el poco tiempo que pasaban juntos durante la semana -ella se iba a trabajar a las seis de la mañana y volvía al atardecer- y que las disputas continuaban vía internet. Erica era una mujer controlada paso a paso. Por eso se sorprendió su madre cuando llamó a la casa de Lagostena el 21 de agosto de 2010 preguntándole por qué no habían ido a Villa Adelina. El le dijo que Erica había ido. Ella le contestó que no había llegado. Y ahí el le respondió: “se habrá perdido”, con una tranquilidad impensable en un tipo que se define a sí mismo como alguien que padece “paranoias”, “inseguridades”, “celos desmedidos”. Después les contó una historia sobre una discusión en la que él le había “tironeado” la cartera. En esa historia, Erica se iba de la casa.
Lo demás es el derrotero de la causa judicial, que supera las catorce mil fojas y terminó de tener título y acusado en mayo. Hoy, la hipótesis de la justicia es que Erica nunca salió para con su familia en Villa Adelina: creen que la mató Lagostena entre las diez de la noche del viernes 20 y la madrugada del sábado. La última que supo algo de Erica fue una amiga, a la que llamó a las 21.14 del viernes. Esa medianoche, Lagostena intercambió varios mensajes de texto con su sobrino Brian Poublan, un sobrino con el que tenía muy poco contacto pero, a juzgar por la decisión del juez, que también imputó al muchacho, complicidad suficiente para hacer desaparecer juntos un cuerpo. El oficio del patriarca de los Lagostena, Héctor, empresario de pompas fúnebres, les habría facilitado los medios.
La hipótesis del crimen se construye, como casi todas, como un coro con las voces de testigos, querellantes e implicados y con lo que los técnicos forenses pueden leer en los restos que se encuentran. Hablaron Lagostena y la misma Erica a través de los mails que integran la causa. Hablaron las ex parejas de él, que denunciaron violencia sicológica y física. Una de ellas, que vivió con Lagostena diez años, cuenta que a veces la despertaba con un baldazo de agua fría a la noche. Y que una vez la ahorcó. La otra, la madre del hijo de Lagostena, un chico de 20 años que no ve a su padre desde los cinco por una restricción judicial, habló también de malos tratos. Volvió a hablar Lagostena, esta vez con los peritos psiquiátricos de la bonaerense, que, cuando a su vez hablaron, fueron aplastantes: “Tiene una personalidad psicopática con rasgos narcisistas y egocéntricos. Demuestra una hostilidad reprimida, mucha agresividad y falta de preocupación por los demás. Intenta controlar el entorno y muestra indicadores de conflictos sexuales. No muestra culpa. Es duro, mentiroso, superficial. Es mediocre, engañoso y manipulador”.
Las cosas también hablaron: algo para decir tenía la chimenea de Lagostena ardiendo un día de 29 grados, y ese algo lo descubrieron los peritos en los restos de una bombacha que encontraron entre las cenizas. También decía algo la sangre en el piso, aunque la detectaron tarde y bien lavada y apenas se pudo saber que había pertenecido a una mujer. También dicen algo las prendas que según Lagostena vestía Erica al salir para Villa Adelina: fueron halladas, junto a la cartera, los documentos y el celular, en el dormitorio de la pareja.
Lagostena volvió a hablar hace poco, el 30 de mayo, cuando fue detenido. “Soy inocente y estoy viviendo una pesadilla”, dijo. Y le echó la culpa a los medios: “me condenaron y estoy preso por esa situación”, explicó y seguramente perdió un par de puntos más con el juez, que en su teoría no pasaría de ser un simple lector de diarios o un televidente o un cínico que actúa para ganar popularidad. Y siguió: “no entiendo todavía por qué la dan por muerta”. Claro, no hay cadáver. Lo buscaron. Con los sofisticados instrumentos que usan los antropólogos forenses para buscar a los desaparecidos. En la casa de Lagostena. En la de su padre. En el cementerio donde se enterraron los “clientes” de su cochería, La Paz, desde el día de la desaparición de Erica. En los campos de la familia. No está.
La ausencia del cuerpo suma a Erica a la lista de víctimas de esa tradición argentina, la de la desaparición. En los 70, los desaparecidos fueron las víctimas del terrorismo de estado. Hoy, parecen ser, principalmente, las víctimas de un terrorismo de género, ese que mata a una mujer cada treinta horas o que las secuestra para esclavizarlas y prostituirlas. Es un problema de estado. Necesita una solución de estado. Ya.
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