Sergio Gómez Maseri, El Tiempo.-
El 29 de marzo del año pasado, a Javier Sicilia le cambió la vida. Ese día, mientras se encontraba de viaje en Filipinas, le llegó la noticia de que su hijo de 24 años acababa de ser asesinado junto a otros seis compañeros en Cuernavaca, estado de Morelos, en México. Al parecer, fueron eliminados por un grupo de narcotraficantes que los acusaba de haberlos delatado ante las autoridades.
Aunque Sicilia, un reconocido periodista y escritor mexicano que colabora con la revista Proceso y el diario Reforma, siempre había usado sus columnas para oponerse a la llamada ‘guerra contra las drogas’, el doloroso incidente lo llevó a transformar sus palabras en acción.
Lo primero que hizo, aún en medio del luto, fue fundar el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, organización que ya cuenta con un buen número de adeptos y que no solo se opone a las políticas de seguridad que implementa el Gobierno, sino que exige justicia para las miles de víctimas que está dejando la guerra contra el narcotráfico en su país (60.000 muertos desde el 2006, según estadísticas oficiales).
Y si bien su movimiento sigue muy activo en México y ya es reconocido a nivel internacional -la revista Time lo nombró como uno de los personajes del año 2011-, Sicilia decidió que la protesta tenía que ser sentida en Estados Unidos, donde, a su juicio, está la raíz del problema.
El pasado 12 de agosto, y con 120 compañeros de causa, se embarcó en un bus en Tijuana -frontera con EE. UU.- para liderar lo que ha sido bautizado como la ‘Caravana por la Paz’.
Tras recorrer más de 10.000 kilómetros y visitar 25 ciudades propagando el mensaje, la caravana llegó esta semana a Washington, última parada de su periplo. EL TIEMPO conversó con él en la capital estadounidense.
¿Qué lo llevó a tomar la decisión de marchar en protesta por la guerra contra las drogas?
Es que ya son demasiados los inocentes muertos en esta absurda guerra. Como sucedió con el caso de Colombia, las libertades fundamentales se están perdiendo, la democracia en México y otros países de Centroamérica se está deteriorando. Y la responsabilidad final está acá, en Estados Unidos. Las armas que nutren esta guerra, que empoderan a la delincuencia, se venden como dulces. Estamos viendo una barbarie y es hora de que los gobiernos asuman la responsabilidad y tomen acciones contundentes.
¿Qué tanto influyó la muerte de su hijo?
En todo. Esa fue la razón última. Mi hijo era una buena persona. Nunca consumió drogas; ni siquiera fumaba. Era un gran deportista y se estaba pagando sus estudios con becas que había obtenido gracias a ello. Como sus amigos, que también murieron, tenía sueños que fueron truncados de una manera absurda. Fue víctima de una estrategia errada en la lucha contra las drogas. Por eso salimos a las calles a responder. La idea de la caravana fue mostrar los rostros de las víctimas de este conflicto. Para que se sepa que detrás de cada muerto hay familias y un inmenso dolor.
Visitaron 25 ciudades de EE. UU. ¿Qué ambiente percibió a su paso?
Arrancamos en esto más de 120 personas. Pero en el camino nos fuimos uniendo con organizaciones de latinos, afroamericanos y otros estadounidenses que comprenden la problemática. Hemos tratado de penetrar la conciencia ciudadana y los núcleos políticos de este país para que entiendan la tragedia que se vive en mi país. Hemos sembrado una semilla y esperamos ahora que florezca.
¿Pero ustedes qué proponen en contraposición al statu quo?
Creemos que es necesario legalizar las drogas, controlar de una vez por todas el tráfico de armas y plantear una política efectiva que ponga freno al lavado de dinero que genera la venta de drogas y armas, porque, hasta ahora, lo que hay son multas mínimas. Hay que entender que la paz es el camino y hay que convencer a los gobiernos de que es necesario invertir en el tejido social para reducir las causar del narcotráfico.
Siendo realistas, ¿creen que esta marcha sí puede cambiar en algo la actual dinámica de la lucha contra las drogas?
Yo soy de la idea de que es preferible encender una vela que quedarse maldiciendo en la oscuridad. No sé si vayan a presentarse cambios o no. Pero no podemos, como sociedad, quedarnos quietos. Nuestras conciencias están tranquilas porque hemos hecho lo que teníamos que hacer. Tratar de que las personas en este país abran sus ojos y sus oídos a lo que está pasando.
En la pasada Cumbre de las Américas, de Cartagena, los países acordaron explorar alternativas distintas para combatir el flagelo de las drogas y se le pidió a la OEA adelantar esta tarea. ¿Cree que esta iniciativa tiene futuro?
No lo sé. Lo que nos compete a los ciudadanos como constituyentes primarios, y dado que las instituciones están en crisis, es hacer nuestro papel en la democracia. De la fuerza ciudadana, de su voz, depende que se cambien las políticas tan erradas bajo las que hoy vivimos. Esa es nuestra tarea.
¿Pero cómo cambiar un paradigma si el principal actor, en este caso EE. UU., se resiste al cambio?
Presionando, presionando y presionando. No nos queda otro camino diferente a este. Todos quieren soluciones definitivas, pero en este problema no hay soluciones absolutas. Hay que proponer cosas nuevas, ensayar otros caminos, porque el de la guerra, sin duda, no ha funcionado. Eso sí está claro.
En muchos países de América Latina hay una corriente favorable frente a la despenalización del consumo de drogas y que cuestiona la mano dura como estrategia para combatir el flagelo. Pese a ello, EE. UU. se resiste. ¿Por qué?
No quieren salir de su zona de confort. Tienen miedo al cambio, a lo que pueda llegar. Prefieren vivir con los muertos y la violencia que, ya sabemos, trae esta guerra, y no explorar nuevas vías, tomar algunos riesgos. Absurdo.
¿Pero qué tanto pesan los intereses económicos, como el de la industria de las armas en EE. UU., que es muy poderosa?
Muchísimo. Absolutamente. Por miedo, por intereses políticos, han decidido arrodillarse ante los capitales, tiemblan ante estos señores de la muerte. Por eso estamos acá, en Washington, haciendo sentir nuestra voz. Para que vean de frente los rostros de la violencia que ellos generan.
Ustedes dicen también que hay que suspender la militarización de la lucha contra las drogas. Pero Washington pone el ejemplo de Colombia para demostrar que con mano dura sí se puede. ¿Qué les responde?
No sé por qué lo dicen, si lo de Colombia es un fracaso. Llevan años combatiendo el narcotráfico, miles de millones gastados, y allí sigue, con sus muertos y con la corrupción. Y eso lo está repitiendo México. Son obstinados y no quieren reconocer ese fracaso.
La militarización es una consecuencia que llega cuando fracasa todo lo otro, cuando no quedan más caminos. Primero, hay que legalizar, suspender la venta de armas, invertir en el desarrollo social. Hay que apostarle el dinero a eso.
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