Sol Amaya – Para Cosecha Roja.-

“Prefiero que lo goglees y escribas lo que se te cante el orto”, dice Claudia Sobrero cuando se le pregunta por la razón que la llevó a la cárcel, en donde pasó más de la mitad de su vida. Esta mujer delgada, de piel pálida, los brazos cubiertos de tatuajes, un piercing en la nariz y ojos celestes, está por cumplir 50. Hace apenas un mes abandonó la cárcel de mujeres de Ezeiza, su lugar de residencia durante unos 30 años.

Claudia es dueña de un récord del que no está nada orgullosa: es la mujer que pasó más años presa en la historia carcelaria dela Argentina. Sutiempo en un penal sólo se asimila al de Robledo Puch, que continúa en Sierra Chica.

Se siente feliz: considera que esta es su primera verdadera libertad. “El día en que me fui, llovía pila. Las chicas lloraban. Yo no: reía. No voy a extrañar nada de ese lugar”, dice.

No cree enla Justicia, ni en la cárcel como resocializadora. Su mayor temor de volver a la calle era el estigma, la marca de los años de encierro en el día a día en sociedad.

“El rollo central es convertir el estigma en emblema. No esconderse”, dice, mientras se prende un cigarrillo después del almuerzo en la casa de Haedo que comparte con Lucas, su novio.

“La historia de mí que cuentan otros no es mi historia. Cuentan lo que ellos se imaginan que es mi historia. A veces te da bronca, pero a veces decís que se vayan a la puta que te parió”, explica. “Yo a mi historia la cuento cada día, ya no me interesa reivindicarme ante los medios o la gente”.

No todo fue mala prensa. En 2010, se presentó el documental “Claudia”, de Marcel Gonnet, que trata sobre la vida de Sobrero dentro y fuera del penal. Una producción que buscó dejar atrás el estigma que se teje alrededor de un detenido.

Sobrero fue detenida en 1984 junto a otros dos hombres, acusados del asesinato del dibujante Lino Palacio y su mujer. En ese momento, tenía 21 años y dos hijas.

Como aún no existía el juicio oral y público, a Sobrero se la juzgó durante seis años por escrito. En 1990, fue condenada como coautora de homicidio doblemente agravado, hurto y robo,  y sentenciada a reclusión perpetua con pena accesoria de reclusión por tiempo indeterminado.

“Antes de que me condenen, el fiscal me dijo: Te vas a ir en libertad 48 horas después de muerta. Pensé, mierda, yo de la cárcel me largo, como sea. Apenas pude, me fugué”. Fue en el año 1986, una fuga breve, porque al poco tiempo fue capturada y volvió a la unidad 3 del Complejo Penitenciario de Ezeiza.

Después de ese intento de huir, comenzó un largo camino de recuperación en el encierro, algo que parala Procuración Penitenciariadela Naciónfue “un caso emblemático de resocialización”. Aunque ella no cree en eso. “No podés pretender resocializar a gente que nunca fue parte de la sociedad. La cárcel no sirve para nada. Lo que te salva es tu propio esfuerzo”, asegura Sobrero.

Su esfuerzo, como ella dice, la llevó a estudiar y trabajar dentro del penal. Por momentos, el agobio la vencía. “En la época de Dela Rúa, le escribía al presidente pidiéndole por favor que me maten. Porque si no  pensaban dejarme salir nunca, ¿Para qué me mantenían con vida? ¿Para qué tanta tortura?”.

Nadie respondió a ese pedido de un punto final. Claudia comenzó a ponerse pequeños objetivos, proyectándose una futura vida fuera de ese lugar, si es que eso llegaba en algún momento.

“Dejé la merca. Con la guita que ahorraba al no gastar en droga, invertía en pequeñas cosas. Hacía calor, necesitaba un ventilador. Era mi objetivo. Necesitaba recibirme, tenía que comprarme una notebook. Ahí centraba mi cabeza”, cuenta Sobrero.

Cursó la secundaria, estudió Sociología, participó de talleres y cursos. También colaboró con la creación del taller de serigrafía en el penal. Su obra y la de algunas de sus compañeras fue comprada por Amalita Fortabat y Pérez Celis.

Educación no fue lo único que recibió en prisión: también se contagió de HIV. Ella sospecha de una médica del penal, que la atendió una vez. Dice que no sabe cómo hacer para probarlo, pero está segura.

En 2004, llevó a cabo una huelga de hambre para protestar en contra de la supresión de sus salidas transitorias y por estudio.

Primera libertad

Su primera libertad condicional fue en 2006. Había pasado más de 20 años presa. Pero la vida fuera de prisión no le duró mucho: al año volvió a ser detenida por robo y fue enviada a terminar de cumplir su condena, otra vez a Ezeiza.

“Estaba sola, completamente sola, no tenía sostén, nadie que me ayude. Con 25 años en cana perdiste todo. Mi familia nunca estuvo. Tengo una hija que hace 25 años que no veo. La otra quedó bajo el ala de mi vieja, que es una hija de re mil puta”, dice.

“Estuve en situación de calle seis meses, debajo de un puente, en un lavadero abandonado. Hice lo que pude. Me metí a laburar con Schocklender: grave error”, explica.

“Yo tenía un compañero muy adicto a la pasta base. No tiene ni sentido que te diga qué carajo pasó la noche que nos detuvieron. Era una bizarreada. Yo perseguía a mi compañero Cristian, para que devolviera la cartera que se había robado. La policía me perseguía a mí”, recuerda. Así fue como volvió a caer presa.

“Schocklender me dijo que yo había ensuciado el nombre de las Madres de Plaza de Mayo ¿Podés creer?”, se ríe, tose y vuelve a encender un cigarrillo. “Nadie me daba trabajo, y eso que yo estaba capacitada. No lograba desengancharme de la cosa mafiosa. Así fue mi primera condicional: cagada de frío, de hambre, con HIV, sin trabajo y sola”.

El presente

Las cosas ahora se ven distintas. Desde hace cuatro años, Claudia está de novia con Lucas, que da clases en uno de los talleres del penal de Ezeiza. Esta vez, cuando salió, no estaba sola: Lucas la esperaba, y la recibió en la casa que comparten en Haedo.

Claudia tiene dos nietos, Lautaro y Micaela, a los cuales se está acercando para reforzar los lazos. Trabaja para montar un taller de serigrafía, para dar trabajo a quienes, como ella, salgan de prisión y necesiten una mano.

“La idea es generar laburo. Estamos planeando hacer bandanas,  remeras con consignas”, cuenta. Sobre el tiempo perdido en prisión, reflexiona: “Para qué nos vamos a poner a llorar ahora. Yo me proyecto, escribo mi propia historia”.

Lucas, su compañero, quiere hacer un collage con una foto de ella antes de entrar en prisión y otra actual.  “De epígrafe”, dice, “le voy a poner: Y todavía se ríe”.

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