Dante Leguizamón.-
El martes pasado, a minutos de comenzar el quinto juicio por delitos de Lesa Humanidad cometidos durante la última dictadura en Córdoba, un grupo de acusados comenzó a tapar su rostro mostrando libros de autores reconocidos por promover la teoría de los dos demonios.
Uno de esos acusados, que mostraba el libro El Vietnam argentino, la guerrilla marxista en Tucumán (de Nicolás Márquez) era el ex policía Miguel “El Gato” Gómez. Aunque “El Gato” intente mostrarse -al igual que los otros criminales acusados- como un supuesto “preso político” su carrera policial (paralela a la delictiva) deja en evidencia que estos autores de Lesa Humanidad eran criminales sanguinarios que cometieron los más variados delitos bajo el abrigo de la Policía y el Ejercito.
Gómez es hoy por hoy fajinero en la Cárcel de Bowuer (donde están alojados la mayoría de los 45 imputados en este juicio) y se queja de que estos procesos son “una farza”. Al mismo tiempo le ha dicho a los guardiacárceles que se siente una víctima del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, pero olvida que su pasado lo pone en evidencia.
Una sentencia del año 1979 confirma que el hombre juzgado que junto con Menéndez -en el juicio anterior también estuvo sentado junto a Jorge Rafaél Videla) era tan ladrón y delincuente, como policía.
Un delincuente común y de la peor calaña. Un violador serial. Un hombre acusado de amenazar y extorsionar a los familiares de sus víctimas. Según una sentencia del año 1979 Miguel Ángel “el Gato” Gómez fue condenado a diez años de prisión por varios delitos cometidos en Córdoba y Río Cuarto mientras todavía ejercía como policía y cuando aún la dictadura implementaba el terror en el país. La sentencia es pública, pero mucho tiempo permaneció perdida en los anaqueles de la Justicia de Río Cuarto. Está firmada los jueces de la Cámara Criminal y Correccional de aquella ciudad el 4 de setiembre de 1979.
En aquella oportunidad al “Gato” Gómez se lo acusó de varios delitos de vejámenes más dos hechos de violación, uno de abuso deshonesto, nueve de extorsión, tres por amenazas con arma de fuego, un hurto y varias amenazas calificadas. Aunque la prueba era contundente en todos los casos, sus abogados lograron que en algunos de esos delitos se lo declarara inocente.
Uno de los dos abogados de Gómez en aquel proceso fue José Vicente Muscará, quien por ese entonces era reconocido como un excelente penalista, integrante del estudio de Oscar Roger (que supo ser abogado de Carlos Menem). Muscará con el regreso de la democracia ingresó a la Justicia Federal (en épocas de Menemismo) y se convirtió en 2008 en uno de los tres jueces federales que en el año 2008, condenaron por primera vez a cárcel común a Menéndez por sus crímenes de lesa humanidad en Córdoba.
Los delitos del Gato
El primer hecho que se le imputó en aquel juicio –y por el que fue encontrado culpable– es en perjuicio de una mujer cuyas iniciales son: E. S. R. Esa señora estaba detenida en la comisaría de Laboulaye (ciudad del sur de la provincia) y su situación estaba resuelta hasta que tuvo la mala suerte de que llegase, recién enviado desde Córdoba, “el Gato” Gómez.
Según quedó probado en la causa la mujer (que había sido detenida junto a su marido) no tenía militancia política. Ambos eran ladrones atrapados mientras intentaban robar un automóvil.
Pese a que no había nada más que investigar en esa causa, Gómez aprovechó el día siguiente a su llegada a Laboulaye (fue recibido con un gran asado en el que participó toda la cúpula de la Departamental en aquellos años) para pedirle a uno de sus subordinados que trasladase a la mujer a su oficina.
Una vez que se quedó solo con ella, el policía la maniató por la espalda, le vendó los ojos y le bajó los pantalones. Lo que hizo a continuación demuestra su brutalidad: “el gato” se dedicó a producirle dolor tirándole los vellos del pubis.
Ese hecho ocurrió el 19 de enero de 1979, a las 16 horas. Al día siguiente, a la misma hora, “el Gato” hizo que el jefe de guardia le trajera a la misma detenida y, tras atarla y vendarla otra vez, la obligó a practicarle sexo oral. Posteriormente la sometió obligándola a tener sexo con él. Unos días más tarde, Gómez repitió hechos similares contra ella en al menos dos ocasiones.
Resulta interesante porque en la sentencia no se nombra a la D2, pero se hace referencia en varias ocasiones a que Gómez se “desempeñó como empleado de la Policía afectado al servicio antisubversivo”.
Las extorsiones.
El otro hecho por el que se lo juzga es en perjuicio de la familia de una joven víctima de la dictadura militar a quien Gómez violó y dejó embarazada. Un día, el padre de esa mujer recibió la visita del policía. El Gato le sugirió que como él había iniciado una relación con su hija, le pedía que el padre le prestara una habitación para vivir.
Aterrado, pensando que así protegía a su hija detenida en manos de los represores, el propietario aceptó ceder una pieza que desde allí en adelante fue ocupada por aquel inquilino. En tres ocasiones el policía amenazó de muerte al hombre mostrándole su arma cada vez que el padre intentó conocer algo de las condiciones de detención de la hija detenida.
No son los únicos hechos que se le atribuyen al Gato en los años más feroces de la dictadura en Córdoba. En la causa contra el policía también hay hechos denunciados por un hombre llamado Golfredo González a quien el Gato Gómez citó a la D2 (la sede del grupo parapolicial más temible de la provincia) para decirle que su hija (María Adelfa) tenía supuestas relaciones subversivas.
En realidad, Gómez utilizaba su poder de policía (bajo la tutela de muchos de los que hoy se sientan junto a él en el juicio que se realiza en Córdoba) para extorsionar a González y sacarle dinero. Según testificó González en el juicio, en el año 1977 el gato le sugirió que, como su hija tenía un novio judío corría riesgos de muerte. A continuación le pidió dinero para reparar un auto y le sacó 80 millones de pesos de la época. Después –siempre con la amenaza de encarcelamiento o muerte hacia su hija– le sacó quince millones de pesos “para comprar armas contra la lucha antisubversiva”.
Con la misma metodología “el Gato” le pidió más tarde tres millones para gastos “de farmacia” y el 13 de mayo de 1979 obligó a González a salirle de garantía en la compra de dos pasajes aéreos a Chile (que Gómez nunca pagó y terminó afrontando su víctima) para irse de vacaciones.
Más.
La tercera víctima de extorsiones habría sido un hombre llamado Néstor Omar Zapegno, cuya hija fuedetenida por Gómez, llevada a la D2 y luego liberada. Desde aquel momento, Gómez extorsionó al padre bajo amenazas de una nueva detención y en tres oportunidades hizo –según la denuncia– que la víctima le entregase al policía 200 mil, 100 mil y 130 mil pesos. En ninguna de esas tres extorsiones (las sufridas por Zapegno) la Cámara, integrada por los jueces Julián Bravo, Alonso Canca López y Francisco Di Santo, halló culpable a Gómez.
Si bien hay que tener en cuenta que no debe haber sido fácil en plena dictadura juzgar a un asesino con permiso como “El Gato”, sí resultan difíciles de digerir algunos de los argumentos por los cuales “el Gato” no fue condenado. En este sentido los jueces consideran “endeble” las pruebas contra Gómez y eso sólo puede entenderse de una manera: para condenar a Gómez los jueces debían indagar en el poder del reo sobre sus víctimas y ese poder sólo era “entendible” reconociendo que en el país había una cultura del terror impuesta por las mismas fuerzas de seguridad.
El último hecho por el que se lo juzga y por el que también es encontrado culpable, tiene como víctima a otra joven que fue llevada por Miguel Ángel “el Gato” Gómez a mediados del año 1977 a una dependencia policial de la zona de Río Cuarto. Esa mujer fue encerrada en una habitación donde le vendaron los ojos y la ataron. Después de armar esa “escenografía” el Gato comenzó a acariciarla, besarla y bajarle los pantalones. Ese nuevo ataque terminó con Gómez eyaculando sobre su víctima sin llegar a accederla carnalmente.
El actual fajinero que es reconocido por su buena conducta en la cárcel de Bouwer fue condenado finalmente a diez años de prisión por los delitos de violaciones reiteradas, hurto simple, abuso deshonesto y amenazas calificadas.
Por más libros que use para esconder su rostro, lo cierto es que su verdadera cara salió a la luz hace muchos años.
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