Por Daniela Rea- Cosecha Roja.-
El pequeño Francisco lleva cinco horas esperando con el retrato de su padre. Es casi de su tamaño. Lo carga con ambas manos. A sus espaldas los vecinos levantan letreros escritos a mano: “no más muertos”, “no más fosas clandestinas”, “no más desapariciones”. Los agravios del país desbordan el camino. El último sol hace sombra en las montañas de roca.
La camioneta donde viaja el poeta Javier Sicilia frena a su encuentro. Detrás vienen los trece autobuses que cruzan México en la Caravana del Consuelo. El niño se acerca de la mano del tío. Una lágrima le llega a la punta de la nariz.
Se lo mataron. El minero Fernando Rodríguez Maturino apareció muerto hace tres meses. Su cuerpo enrollado en una cobija. Atado con cinta canela. Tirado en medio de un descampado. Sicilia tomó a Francisco en sus brazos, lloraron juntos. El poeta perdió a su hijo, el niño a su padre.
Dos meses atrás Sicilia preparaba su último libro titulado Los Restos. Estaba de viaje en Filipinas, a donde voló con una inquietud profunda: sentía que iba a morir. Por eso, antes de despedirse de su hijo Juan Francisco le encomendó sus cuentas, escrituras y demás papeleos. Pero fue el joven, un estudiante de administración de 24 años, quien murió. La mañana del 28 de marzo apareció asesinado en un automóvil deportivo con cuatro amigos y dos adultos. Asfixiados, torturados, la cabeza envuelta en cinta adhesiva, con las manos y pies atados.
Con su muerte el padre dio nombre a los 40 mil caídos anónimos de la guerra que el presidente Felipe Calderón declaró al crimen organizado. Lo empujó a las calles a exigir justicia para todas las víctimas y el cambio de la estrategia de guerra. Sicilia pudo encerrarse a llorar a su muerto. No lo hizo. Marchó en la ciudad de Cuernavaca donde Juanelo, como le llamaba, vivió y murió. Emprendió una caminata a pie de 80 kilómetros hasta la ciudad de México donde 120 mil personas se unieron a su clamor y continuó con una caravana de más de 3 mil kilómetros hacia Ciudad Juárez, “el epicentro del dolor”, donde se firmó el Pacto Ciudadano para refundar al país.
Sicilia no volvería a escribir poesía.
El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron por dentro
Como te asfixiaron
Como te desgarraron a ti los pulmones
La caravana lo trajo hasta aquí, a unos cuantos kilómetros antes de llegar a Durango, al encuentro con el pequeño Francisco que viste una playera más grande que su flaco cuerpo. Silencio. Sólo el llanto de los dolientes y el aleteo de las cámaras fotográficas que persiguen el abrazo.
-Me dice que quiere crecer para matar a los que asesinaron a su papá- interrumpe María Cirila Flores de los Santos, la madre. Se deja consolar por los desconocidos.
Alrededor el pueblo se guarda. No es lugar para vivos.
En medio de la noche Francisco y su familia se unen a la caravana que continúa su viaje de 7 días y más de 3 mil kilómetros. Durante el 4 y 10 de junio del año 2011 trece autobuses de turistas, unos cincuenta automóviles y ocho patrullas de la policía pasarán por los estados de Morelos, Ciudad de México, Michoacán, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Coahuila, Nuevo León y Chihuahua, donde fueron asesinadas 19 mil personas. La mitad de los muertos de esta guerra. A la cabeza va una campana de bronce que hace tres años cruzó el País por las muertas de Juárez y ahora lo vuelve a hacer por los muertos de México.
0 Comments on "Las voces de todos los muertos"