Por Sipse | El Zócalo. México.
En pocos lugares como en Guadalajara saben tan bien lo que es el narco. La capital de Jalisco ha vivido bajo su sombra desde hace décadas, pero hasta ahora había escapado de la violencia que padecen otras ciudades de México.
Salvo excepciones, Guadalajara se veía “blindada” contra los narcobloqueos de Monterrey, las fosas comunes de Durango o los decapitados en las carreteras de Acapulco.
No por ausencia de narcotraficantes, sino más bien porque la hegemonía del grupo de Sinaloa y sus aliados había convertido a Jalisco en una plaza determinante para el tráfico de drogas en el occidente del país… en relativa calma.
Hasta que el pasado jueves, 26 cadáveres fueron abandonados en una de sus arterias viales, a unos minutos del centro histórico y a pocas cuadras de la Expo, donde tienen lugar algunos de los eventos más importantes de la ciudad, como la Feria Internacional del Libro.
Según las autoridades, se trató de una pugna entre delincuentes; según los analistas, una venganza de Los Zetas contra el cartel de Sinaloa por la aparición en septiembre de una treintena de muertos en Boca del Río-Veracruz.
En cualquier caso, un golpe al orgullo de una ciudad que se proclama “la más mexicana de México”.
26 cuerpos que sugieren un antes y un después para una de las urbes más tranquilas, la segunda más grande del país con cuatro millones de habitantes y una de las más pujantes en la economía de la región.
Un mensaje del crimen
“Es un mensaje del crimen organizado del que no tenemos precedentes en Guadalajara, un choque entre carteles inédito en esta ciudad”, le dice a BBC Mundo el periodista Diego Petersen Farah.
¿Es el fin de la calma tensa en una ciudad bajo el dominio de un solo cartel? ¿Es Guadalajara el próximo objetivo de los grupos rivales?
“Es difícil de predecir qué tan grande puede ser ese enfrentamiento y no parece que vaya a haber un combate real por la plaza como pasó en Monterrey, Juárez o Tijuana”, dice Petersen, coordinador de edición del diario El Informador.
“No tendría lógica que Los Zetas, con control en el Golfo, vengan a desgastarse contra el cartel de Sinaloa, que controla el Occidente”, añade.
En todo caso, apunta Petersen, “este tipo de eventos violentos recuerdan no sólo que el narcotráfico no se ha ido de Guadalajara sino que está en todo el tejido social”.
“Se ve lavado de dinero en algunas zonas de la ciudad, edificios completos que están vendidos pero habitados al 30 por ciento en las zonas más ricas de la ciudad, inversiones importantes…”, explica.
Al ritmo del narco
Durante años, la ciudad creció al ritmo que imponía el narcotráfico. Mientras México sufría las crisis económicas de los años 80, en Guadalajara seguía fluyendo el efectivo.
Por su cercanía con el Pacífico y su conectividad terrestre con el resto del país, era el lugar perfecto para instalar los centros de mando de los carteles o la construcción de narcolaboratorios. Era además la zona donde las familias de los grandes narcotraficantes podían sentirse seguras.
“Guadalajara vivió en una burbuja donde aparentemente había seguridad”, le dice a BBC Mundo Dante Haro, investigador de la Universidad de Guadalajara.
“Existían acuerdos tácitos entre los grupo delincuenciales para mantener la ciudad tranquila. Sus familias vivían aquí, los hijos de los líderes iban a las mejores universidades… Pero esos códigos ya se rompieron”, cuenta.
“En los años 80 -coincide Petersen-, Guadalajara se sorprendió ante la capacidad económica del narcotráfico. No solo lo recibió sino que lo aceptó: había una excesiva cantidad de liquidez, fuimos demasiado permisivos”.
El asesinato del agente encubierto de la DEA Enrique Camarena en 1985 evidenció el lado oscuro del negocio y empezó a cambiar el juego a este lado del país.
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