Fotos: Florencia Zurita
Crónica: Pedro Noli. Tucumán Zeta.
Aldo Molina está muerto, pero su nombre no figura en los registros oficiales de los asesinados durante los últimos días de sangre en Tucumán.
Las nubes están naranja en esta tarde de domingo en Los Ralos. Después de la lluvia, corre un viento fresco y los vecinos del pueblo toman mate y cerveza, acomodados en las sillas que sacaron a las veredas. Parece que no hay nadie dentro de las casas, parece que todos están afuera.
Entre la gente que conversa en el barrio Libertad, en una calle de tierra que no tiene nombre y donde se cruzan gallos y caballos, hay una mesa redonda de rostros cansados, de ojeras largas, donde nadie ríe, donde el silencio entre cada frase es más largo que en las demás mesas de la cuadra. Esta es una mesa de rostros tristes.
Hay una mujer de piel trigueña, de ropas sencillas, de cabello recogido que habla bajito; me parece que si es que esfuerza la voz no hablará más alto; se quebrará en lágrimas.
Su nombre es Claudia Paz y hace 26 años se casó con Aldo Molina, a quien le decían Cucha, entonces un joven albañil y delantero del Eudoro Avellaneda, el histórico club deportivo de Los Ralos. Tuvieron cinco hijos y tres nietos. Y el martes diez a la tarde, los compañeros de trabajo del marido le avisaron que había pasado algo terrible y que Aldo estaba en el hospital Centro de Salud.
Claudia se fue con lo puesto. La acercaron en un vehículo, pero desde el corte de tránsito en Banda del Río Salí siguió caminando hasta el hospital. Lo vio recién a las 21.30. Desde la cama de la sala de observaciones, alcanzaron a conversar.
-¿Pero qué ha pasado?, le preguntó la mujer.
-Es un policía el que me hizo esto. Me puso la escopeta en la pierna y me disparó.
Esa mañana Aldo había salido a las 6 de la mañana de su casa, en su moto Yamaha, negra. Se dirigió a una obra en construcción en Yerba Buena, a unos 40 kilómetros de distancia. Había conseguido esa changa porque unas semanas atrás la empresa constructora BH, en la que trabajaba desde hace 10 años, no le renovó el contrato. Quedó en la calle, pero con oficio. Y entonces salió a laburar donde encontró unos pesos en negro.
Cuenta su mujer que al volver de la obra fue por su camino habitual que incluye La Banda del Río Salí, uno de los puntos más críticos de los conflictos de los últimos días, originados por el reclamo policial que causó un caos en la provincia. Cuando pasó por la distribuidora Sancor, la calle era disparos y corridas. Por donde pudo siguió su rumbo, junto a su cuñado, y una moto más, y ahí, en ese despelote de disparos, salió para la Ruta 9. Una camioneta sin identificación policial lo detuvo en la ruta. Se bajó un hombre con el uniforme de policía y sin mediar palabras lo amenazó: “¡¿Qué andan haciendo ustedes?!”. Después clavó la punta del cañón de su arma de fuego en la pierna izquierda de Aldo. Y disparó.
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Hasta el miércoles, las cifras que se dieron a conocer sobre los muertos durante los robos y en los barrios de Tucumán alcanzaba a cinco personas. Con tantas armas en la calle portadas con tanta bronca en las personas y entre tanta convulsión, el número pareció siempre muy pequeño. El viernes, después de agonizar tres días, murió Aldo. Aún las autoridades oficiales no actualizaron el número de asesinados por vecinos, por policías y por delincuentes durante la semana pasada. Ni tampoco ningún medio periodístico demostró que ese número no es correcto. Y por eso, esta no es sólo la historia de Aldo; es la historia urgente y exclusiva que Tucumán Zeta escribe sobre los muertos que no se dicen.
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Mientras los niños juegan en la calle, Claudia acerca una foto donde se lo ve a Aldo: tiene la cara grande, de mandíbulas separadas y el cabello voluminoso. Otra foto: se lo ve agachado, con una camisa a cuadros, abrazando a sus nietos mellizos, con una gorra de River Plate. Claudia vuelve a mirar las fotos. Tal vez es la primera vez que ve una imagen de su marido cuando ya no está en la tierra.
En los últimos diálogos que tuvo con Aldo, le preguntó por qué siguió en la moto después de que le habían disparado.
-¿Por qué agarraste la moto así, desangrado?
-Porque tenía miedo que me mate o que mate alguno de los que estaban conmigo, le contestó.
Aldo siguió y pocos metros después se desvaneció y chocó contra las barandas de protección de la ruta. Los compañeros de trabajo que iban en la otra moto lo cargaron y lo llevaron hasta el Hospital del Este, de ahí lo derivaron para el Centro de Salud.
El miércoles estuvo bien. Y ese mismo día se anunció que había muerto un hombre en un accidente de tránsito en una moto, que tal vez tenía que ver con los saqueos, dijeron.
El jueves Aldo empezó a empeorar. Cuenta acá, delante de mí, Claudia, que los calmantes no le hacían efecto:
-Yo le hacía masajes en la pierna para que se le calme, pero no pasaba nada. Le dolía mucho, mucho. Dice y Alfredo, hermano de Aldo, el hombre de la foto que está junto a Claudia, mira al piso.
El viernes murió Aldo Molina, a los 45 años. Lo velaron en su casa. Todo el pueblo llegó a despedirlo y abrazar a la familia. En un perfil de Facebook que se dedica a contar sobre Los Ralos, (Los Ralos Raleñadas) se amontan los mensajes para él y su familia:
“Una pena deja la muerte del Cucha Molina, y el dolor en sus hijos y en su mujer. Para colmo fue un policía, los que tenían que cuidar a gente trabajadora, como él”, escribió Marta Inés Gómez.
“Que tristeza se fue un amigo, un compañero de primarias, un hombre muy respetuoso”, publicó Esteban Borquez.
Hay un pueblo que lo despide.
Aldo tiene que ser contado entre los muertos .
Está enterrado en el cementerio de Los Ralos.
Y mientras tanto, Claudia no sabe quién le disparó a su marido.
Este es el primer registro periodístico sobre los muertos que no aparecen en las listas oficiales. Una historia urgente y exclusiva de Tucumán Zeta.
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