Daniel Otero* [Fragmento de “Maten a Gutiérrez”]

23:55 hs. / El patrullero

La letra prolija del sargento Godoy estableció en el Libro de Guardia que a las 23.55 el subcomisario Gutiérrez se retiró de la 2ª. Ocupó el asiento delantero del acompañante en el móvil 81512. Tenía puesta la campera azul de nylon y sobre las piernas llevaba el maletín con la agenda y los papeles de trabajo.

El sargento 1º Oscar Di Lorenzo era el chofer y en el asiento trasero el suboficial Ramón Segovia viajaba como acompañante. En treinta minutos habrían llegado a Quilmes. Debían recorrer una distancia de 15 kilómetros. El itinerario preveía partir de Pagola y Giribone, en Avellaneda, y llegar a Corrientes y Urquiza, en Quilmes.

El viaje iba a ser rápido. A esa hora el tránsito es casi inexistente y todo el trayecto se puede realizar por avenidas que permiten viajar a buena velocidad: Pavón y Mitre, en Avellaneda; Franco, en Villa Domínico, Wilde y Don Bosco; San Martín, en Bernal, y 12 de Octubre, en Quilmes.

El subco dispuso que el personal cargara combustible en la salida que hizo en el móvil a las 21; sin embargo, apenas hicieron un recorrido de poco más de cien metros: desde la Comisaría 2°, en Pagola y Giribone, hasta la estación Avellaneda, en Giribone y Bosch.

En esos cien metros se definió la suerte de Gutiérrez, y perdió.

Existen dos hipótesis sobre lo que pudo haber ocurrido dentro del patrullero cuando el subco se disponía a partir hacia Quilmes.

En el Libro de Guardia no está asentada la salida del móvil a las 23:55, hora en la que se retiró Gutiérrez. Por lo tanto, iba a ser un viaje no oficial. Esto se explica por una cuestión reglamentaria: los patrulleros no pueden salir sin autorización o causa justificada de la jurisdicción a la que pertenecen.

Gutiérrez tuvo alguna razón fundada para volver a su casa en tren: es posible que a través de su teléfono celular le hayan hecho saber que alguna autoridad policial se iba a presentar en la 2ª, y por esa razón el patrullero tendría que encontrarse en las inmediaciones, como lo establece el reglamento.

Pero también pudo ocurrir que alguno de los pasajeros que compartieron el breve trayecto hasta la Estación le haya transmitido un mensaje. Ejemplo:

Subco, X lo espera en el tren.

 

00:31 hs. / El viaje

Gutiérrez subió al convoy 4101. El tren había partido desde el andén 7 de Plaza Constitución a las 0.31 con cinco minutos de retraso y llegó a la estación Avellaneda a las 0.36. Se sentó en el tercer asiento del segundo vagón del lado derecho junto a la ventanilla.

Los viajes después de la medianoche son tranquilos. Entre los pocos pasajeros mayormente hay estudiantes y empleados gastronómicos: mozos y cocineros de los bares y restoranes de Buenos Aires.

—Estadísticamente no hay homicidios en los trenes —dijo un oficial de la Bonaerense—. Puede que tiren a alguien, pero es una cosa de patotas…

En ese tren y a lo largo de los tres kilómetros que separan las estaciones de Avellaneda y Sarandí se cruzaron las vidas de cinco pasajeros, y ninguno pertenecía al standard de la medianoche.

Una mujer de unos treinta años y entrada en kilos se sentó del lado derecho, al fondo del vagón detrás de Gutiérrez y junto a la ventanilla. Viajaba hasta Bernal, tenía acordada una cita ciega con un oficial de la comisaría del Barrio Parque de Bernal. Su marido lo desconocía, cosas que pasan.

En el primer asiento del vagón siguiente y junto a la puerta viajaba un hombre delgado, morocho, de ojos grandes y saltones y mirada huidiza. Conocía el mundo de los trenes y estaba acostumbrado a sobrevivir entre aprietes y arrebatos. De profesión vendedor ambulante. Había subido en Constitución a las 0:31 y bajó en Ezpeleta a la 1:15. Después de lo que vivió en ese viaje por varias semanas no quiso volver a los trenes.

Dos pasajeros viajaban juntos, eran jóvenes.

Uno de estatura mediana, delgado, de bigotes y pelo entrecano. Vestía campera y pantalón de jean y su seña particular era la cara poceada.

El otro tenía cara de nene y vestía una campera oscura, negra o marrón. Era notablemente corpulento, morocho, y podía ser policía.

El quinto pasajero fue la víctima.

—El subcomisario Gutiérrez parecía dormido… —diría uno de los testigos una semana después.

Otro testigo recordó que antes de partir de Constitución dos de los pasajeros —el de la cara poceada y el grandote con cara de nene— recorrían los vagones inquietos y nerviosos y hablaban por handy en un lenguaje extraño:

—Decían Alicia, Beatriz, Cristina, los escuché hablando así antes y después del crimen…

El trayecto del ferrocarril entre las estaciones de Avellaneda y Sarandí es atípico. A diferencia del resto del recorrido que une Constitución con la ciudad de La Plata, el tren viaja sobre el nivel del suelo. Sale de la ciudad de Buenos Aires y entra en la provincia sobre un terraplén de diez metros de altura. A doscientos metros del Riachuelo se detiene en la Estación Avellaneda y a partir de allí viaja sobre el Viaducto.

Se trata de una construcción de hormigón y rieles que cruza la ciudad por el aire. Desde ahí arriba y hacia el oeste se ve un cementerio de vagones abandonados como un muerto. Hay cientos, la vista no alcanza a ver el último. Hacia el este se ve la cancha de Independiente y más atrás la torre del Cilindro de Racing Club.

El 28 de agosto de 1994 el maquinista redujo la velocidad unos metros antes de llegar a la Estación Sarandí. Exactamente en ese sitio uno de los testigos dirá que escuchó un ruido seco, como cuando se quiebra una madera.

Las vías estaban en reparación. Habían explotado unas cañerías de nafta que cruzan bajo el Viaducto. Una banda de punteros robaba el combustible y lo distribuía clandestinamente a través de una red propia de estaciones de servicio.

Al detenerse en la Estación el tren queda cruzado sobre la Avenida Mitre y los vagones iluminados se ven desde lejos. Cuando toma velocidad parece una fuerza fantasmal que avanza por el cielo nocturno de la ciudad.

A las 0.55 el tren partió del Viaducto de Sarandí y el subcomisario Jorge Gutiérrez estaba muerto.

***

* Es periodista. Escribió “Maten a Gutiérrez”, un libro que la Universidad de Quilmes acaba de reeditar. Saldrá junto con el documental del caso, que él también dirige.