Rodolfo Palacios -Cosecha Roja.-
Los presos del pabellón de buena conducta de la cárcel de Campana parecen hipnotizados frente al televisor. Estan en silencio y no dejan de mirar la pantalla, como las abuelas que tejen mientras ven la novela de la tarde. En “El patrón del mal”, el actor que hace de Pablo Escobar Gaviria reparte amenazas y balas. La cadencia de su voz recubre de una perversa sensualidad hasta la frase más temible. Es capaz de matar a todo aquel que se le cruce en el camino. O de resucitar a la abuela de un coronel para volver a matarla. O esperar que la víctima se encariñe con un perrito para hacerlo trizas. Entre los tipos que miran la serie colombiana, entre ronda de mate y con una fuente llena de empanadas, hay una leyenda del hampa. Es el Gordo Valor, el ex líder de la superbanda que en los años noventa robaba camiones y blindados. Está fascinado por la historia. Y sólo hace un comentario:
–Al lado de este loco, soy un nenito de pecho.
Luis Alberto Valor siempre soñó con ser interpretado por un actor en una serie o una película. Se imagina protagonista de una historia titulada “El rey del hampa”. Le gustaría ser encarnado por Julio Chávez, a quien vio brillar como pistolero en Un Oso Rojo. Desde que recuperó la libertad, hace dos días, el mítico hampón quiere que su vida sea llevada al cine.
El Gordo Valor fue liberado por el juez de Ejecución Penal de San Isidro, Alejandro David. Como había cumplido los dos tercios de una condena de siete años, por un robo en un country de Pablo Nogués en 2009, le otorgaron la libertad asistida. Además de ser monitoreado por el Servicio Penitenciario Bonaerense a través de una pulsera, el ladrón retirado de 60 años no puede tomar alcohol, salir de noche ni juntarse con malas compañías.
Y debe conseguir un trabajo.
Volvió a su casa la madrugada del 1º de mayo. Su esposa Nancy lo esperaba con un plato de ñoquis y una bolsa de agua caliente para la cama. “Lo amo, es el ser más dulce que conocí en mi vida”, confiesa ella. En las malas, no hace mucho, tuvo que salir a limpiar casas por hora y vender cosméticos. Nada quedaba del botín de su marido. La plata se esfumó.
–A la gorda le debo todo. Dio la vida por mí, se peleó a sopapos y arañazos por mí. Es una leona que nunca dejó de visitarme. Espero disfrutar todo este tiempo con ella. Estamos mal porque murió su madre. Yo la adoraba porque me daba consejos para que yo hiciera el bien.
El Gordo habla pausado, en voz baja, como si contara un secreto. Acaso sea la costumbre de hablar en la cárcel sin que otros escuchen. Aún tiene impregnado en el cuerpo y en la ropa el olor a cárcel. No huele a pan recién horneado. Ni a humedad. Ni a papa hervida. El encierro huele a rata muerta mojada. Valor lo aprendió en quince años de cárcel. Hace dos días que está en libertad pero no puede deshacerse de ese aroma denso que pareciera haberse instalado también en sus fosas nasales.
–Quiero oler a libertad. A calle. A plantas. Me emocionan ver las hojas secas caídas en la vereda –dice el Gordo Valor, uno de los ladrones míticos de la década del noventa. La década del uno a uno, de la pizza con champán, del “me cortaron las piernas” de un Maradona en el ocaso, del Say no more de Charly García, de Menem sacándose fotos con Madonna, con los Rolling o subiéndose a una Ferrari roja. En la Argentina, decir Gordo Valor es sinónimo de ladrón pesado. Hasta los políticos lo usan como adjetivo descalificativo. Una vez, Elisa Carrió comparó a Néstor Kirchner con el Gordo Valor. También dijo que pactar con Eduardo Duhalde era lo mismo que pactar con Valor.
El famoso ladrón se ríe de esas frases. No quiere hablar de política ni de políticos. Pero piensa que hubo políticos que robaron con guante blanco y nunca fueron presos. Para muchos, Valor representa un estilo de ladrón que está en vías de extinción.
Odiado y amado por sus ex compañeros, Valor dijo haber robado más de 50 bancos y blindados. En 1994 protagonizó la histórica fuga del penal de Devoto: junto a otros presos, entre ellos Hugo “La Garza Sosa”, su lugarteniente, saltaron un muro. Pasó 13 años a la sombra, hasta que el 6 de diciembre de 2006 lo liberaron. Volvió a caer dos años y medio después por el robo en el country.
En el submundo del hampa no son pocos los que le quitan méritos delincuenciales al Gordo Valor. Dicen que fue inflado por la Maldita Policía del Chorizo Mario Rodríguez. “Necesitaban un peso pesado y le colgaron el cartelito a él. Pero el Gordo era uno más. No sabía usar las armas”, cuenta un ex miembro de la superbanda que formó parte en la época de “Tato” Ruiz, el primer caudillo. Para otro delincuente, Valor es un invento: “Es más, siempre se dijo que en Entre Ríos llegó a ser cana”.
Mito o verdad, hay algo indiscutible: la fama del bandido. En su época de apogeo criminal, cuando no dormía dos noches seguidas en un mismo lugar e invertía en grandes negocios, en su casa había escondites con gruesos fajos de billetes de cien de dólares. El Gordo Valor soñaba con abrir una cadena de bares que llevara su nombre. Registró la marca y por entonces tenía un representante que planeaba vender muñequitos suyos y remeras con su imagen. A Valor lo animaba saber que en varios países los restaurantes llamados Al Capone o Lucky Luciano, los reyes de la mafia en los Estados Unidos de los años 20, se habían convertido en la atracción de comensales y curiosos. El Gordo se imaginaba vestido con traje negro, sentado a una mesa del fondo, con un vaso de Martini en la mano y rodeado de retratos de Al Pacino –en la piel de Scarface, sobre todo en la escena en que dispara la ametralladora con furia – y de Marlon Brando en El Padrino, sus películas favoritas.
A casi 28 años de la formación de la superbanda, Valor dice que no le quedó plata, sino sólo un pasado delictivo que regó de tiros las calles calientes del conurbano. En los ochenta, la Policía lo catapultó como “Enemigo público número uno”.
–Nunca maté a una mosca –jura el Gordo Valor. Los tiempos cambiaron. Ahora te arruinan para robarte el celular. Y los que linchan a un carterista cometen un delito más grave que el que cometió el carterista. Hoy hay que cuidarse de todos. De la cana, de los chorros sin códigos, de los linchadores, de los que por el paco te apuñalan por un par de zapatillas agujereadas.
¿De qué está hecho el pasado de Valor? Nació en una familia humilde en el Tigre. Quería seguir el oficio de su padre, un tornero tuerto. Pero de pibe se metió en una bandita que robaba autos e inició en el delito un camino de ida. En los setenta robó para la JP y aprendió a usar armas. “Algún día hablaré de esa etapa de mi vida”, promete. En los ochenta vivió del delito común y en los noventa se perfeccionó. Dice que, en la actualidad, robar es más difícil por la tecnología policial. “Robos no organizo más. Lo único que organizo son fiestas infantiles”, cuenta. Es cierto. En la cárcel estaba a cargo de los festejos por el Día del Niño. Rifaba juguetes y alquilaba el disfraz del Sapo Pepe.
Valor está ansioso. Pasará su primer fin de semana en libertad. Le prometieron un asado al aire libre. El domingo tiene ganas de comer una picada para ver en la tele a Boca, su equipo. A su mujer y a sus tres hijos (dos de ellos estuvieron presos por robo), les hizo una promesa:
–A la cárcel, no vuelvo ni loco. Voy a enterrar la leyenda del Gordo Valor. Voy a ser Luis Alberto Valor, un tipo decente. ¿Quién dijo que no se puede ser honrado a partir de los sesenta años?
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