Cosecha Roja.-
Mirta tiene 35 años. Durante más de dos décadas, el padre la tuvo secuestrada. No la dejaba comer, le pegaba y abusaba de ella. El lunes fue la última vez. “Te voy a reventar, te voy a aplastar toda, te voy a agarrar, te voy a partir los huesos y te voy a tirar al río”, le dijo. Eran las 4 de la tarde. Estaba tan borracho que no se podía parar y como no había cerrado con llave la puerta del departamento, ella salió corriendo y gritando por el pasillo del edificio en el que vivían en Misiones. Una vecina la escuchó, la llevó a su casa y llamaron al 911. El hombre está preso y Mirta bajo tratamiento psicológico y acompañada por vecinos y conocidos que le donan ropa y comida.
¿Cómo hace alguien para retener a una persona durante 23 años? El papá de Mirta la violó por primera vez a los 12. Puso la música fuerte y la metió en la habitación. “La iniciación al sexo de manera violenta y sostenida en el tiempo llevan a un daño psíquico que deberá ser valorado por los psiquiatras forenses”, dijo a Cosecha Roja la criminóloga María Laura Quiñones Urquiza.
El maltrato fue ininterrumpido. El psiquiatra Enrique Stola dijo a Cosecha Roja: “Es una joven aterrorizada desde el inicio de la adolescencia: lleva a su dominador adentro, está paralizada”. También explicó que pasan muchos años hasta que la persona sometida puede hablar, “hay vergüenza, dolor, pánico y miedo, especialmente cuando hay una relación padre e hija”.
– Puta de mierda, puta barata
– Dejame, salí, dejame. No puedo ni sentarme en el inodoro. Me va a matar el dolor.
– Callate, puta de mierda, si vos te aguantás a todos tus machos, callejera, enferma de SIDA.
– ¿Cómo? Si yo ni siquiera sé lo que es eso, ni siquiera afuera salgo.
Así contó ante las cámaras de televisión los diálogos que tenían. La acompañó la vecina, que le acariciaba la espalda. Y ella relató desconcertada: “Si yo ni siquiera afuera andaba, no podía salir, no me dejaba tener amigos”. La mamá los abandonó cuando ella tenía 2 años, harta de que el hombre le pegara. Él, que era pescador, dejó a su hija al cuidado de la abuela, una empleada municipal que vivía en la chacra 149 del complejo Villa Cabello. Mirta creció con ella, fue a la Escuela N°1 Feliz de Azara y hasta empezó la secundaria. Tenía amigos, era buena alumna y le gustaba la música romántica. La abuela le enseñó a cocinar, bordar y tejer. Diez años después el papá, que había despilfarrado todo lo que tenía -incluso el valor de una casa que vendió- y se había quedado sin nada, se fue a vivir con ellas.
“Usted está sana, me dijeron los médicos, lo único es que tiene todo anal y vaginalmente muy destrozado”, dijo Mirta. Quiñones explicó que el lenguaje ansioso y la voz baja son consecuencia del terror que le tenía al padre. “El agresor parece haber minado la autoestima y el valor de la mujer al insultarla con una fuga de delirios como “puta barata”, “callejera”, argumentos sin fundamento en la realidad pero que tienden a desvalorizarla”, dijo.
A lo largo de los años se instaló el miedo. Según Stola, en mujeres que son sometidas durante meses y años, aparece el estrés postraumático, un trastorno cognitivo a modo de defensa psíquica que produce “dificultad para tomar decisiones, para hablar, para pedir ayuda, para tener la esperanza de que eso puede cambiar”. Eso, 23 años después, se nota en el relato de Mirta. “Se manifiesta la desconexión entre el afecto y el relato, porque parece que contara algo que le ocurrió a alguien que conoce. Por eso parece fantástico y viscoso por momentos”, dijo Quiñones.
En 2009 la abuela de Mirta tuvo un accidente cerebrovascular y quedó postrada. Durante los siguientes 5 años Mirta cuidó a su abuela: la bañaba, la alimentaba cuando había algo de comer, la higienizaba y acompañaba. El abogado Cristian López contó a Cosecha Roja que la jubilación era el único ingreso que había en la casa. “Cuando cobrábamos lo primero que él hacía era comprar whisky, vino, cerveza”, dijo ella.
El hombre las maltrataba a las dos. “El padre, en un marco cultural hegemonizado por la dominación masculina, es formado con la mentalidad de que las mujeres pueden ser de su propiedad”, explicó Stola. Quiñones dijo que la complicidad de la abuela, a modo de negación, es propia de la dinámica de abuso intrafamiliar.
Algunos vecinos dijeron que cuando escuchaban gritos pensaban que era por los ataques de epilepsia que solía tener. “Impresiona el poco sentido de comunidad y el estigma de los vecinos al pensar que los gritos que se escuchaban eran de ataques y no por el sufrimiento desgarrador al que era sometida”, señaló Quiñones. Stola dijo: “Hay una permisividad social al ejercicio de la dominación masculina”
El 16 de junio murió la abuela de Mirta. Poco más de un mes después, ella escapó. La ayudó una vecina llamada Nélida, que también fue víctima de violencia familiar y que hace poco logró una medida de restricción para que su agresor no pudiera acercarse al hogar. López se concentró primero en ayudarla como víctima. El lunes, cuando termine la feria judicial en Misiones, el abogado presentará la denuncia en el Juzgado Instrucción Nº1 a cargo de Marcelo Cardozo.
Mientras él continúa detenido en la comisaría 7ma, ella recibe ayuda de vecinos y compañeros. “En la casa no hay nada, el hombre vendía todo para comprar alcohol y drogas. La Dirección de Violencia Familiar y de Género le regaló a Mirta una máquina de coser para que sea su fuente de trabajo. Borda y teje impresionante bien, es lo que hizo durante el cautiverio”, dijo López.
Hoy empezó el tratamiento psicológico que le brinda la línea 102 -de atención a la víctima-. “Va a necesitar tiempo para bajar las alertas que debe tener instaladas, tomar consciencia de que eso no va a volver a repetirse y que va a disponer de su cuerpo y de su tiempo. Necesita contención afectiva y social”, dijo Stola.
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