Cosecha Roja.-
Marcelo Gauna tiene tatuajes de cristos, palmeras, mujeres, águilas, serpientes y duendes. Con sus parejas no fue tan metafórico: les hacía tatuarse su nombre. También las dejaba incomunicadas y las llevaba en una moto roja a prostituirse a la ruta, a whiskerías de Córdoba, a bares de Santiago del Estero y autos en Santa Fé. El Tribunal Oral Federal 2 lo sentenció a diez años por “promoción y facilitación de la prostitución”. Minutos antes él dijo que era inocente: “me dedicaba a la droga y no les hacía faltar nada: las mantenía, andaban en autos de alta gama, les compraba un bolso de ropa por semana, pedían comida de rotisería y postres de heladería”.
Gauna ya tenía una condena de cuatro años por tráfico de drogas. Durante la indagatoria reconoció que se dedicaba al tráfico pero aclaró que nunca prostituyó a nadie. Al contrario: dijo que una de ellas ejercía la prostitución cuando la conoció y que él le compró ropa y le enseñó a higienizarse. También denunció que la policía chantajeó a las mujeres y que le armaron una causa porque, durante un allanamiento, los oficiales le dieron un tiro por la espalda. Según fuentes judiciales lo llaman “cabezón”, es argentino, soltero, changarín y jornalero. Tiene 39 años y al menos 14 hijos. Dice que sabe leer pero no escribir.
El abogado de Gauna, Gustavo Adolfo Utrera Ramos, explicó los tatuajes como “algo natural”. Su defendido, dijo, es un Don Juan. “No es que él las marcara como reses” sino que lo hacían ellas mismas por estar profundamente enamoradas. Así, “como Wanda Nara”.
El responsable de hacer los tatuajes era “el brujo”. Durante el juicio declaró que conocía a Gauna, que sabía que tenía mujeres trabajando como prostitutas y que recuerda haber tatuado a tres de ellas. También contó que una volvió para tapárselo y le dijo que eran nueve las que tenían grabado al Cabezón en el cuerpo.
Una de las denunciantes contó que las amenazas empezaron cuando tenía 14 años. La llevaba a una whiskería en Santiago del Estero y la obligaba a tener relaciones sexuales con otros hombres. Ella nunca recibió dinero, le pagaban directamente a Gauna en sobres cerrados. Tampoco podía usar métodos anticonceptivos porque él insistía con tener un hijo. Hasta que lo tuvieron.
Gauna vivía en Sucre 840, en la ciudad de Monteros. En algunas ocasiones, a las mujeres las pasaban a buscar por ahí. Él se encargaba de organizar los traslados. También usaba hoteles (como “España”) o bares (como “Resistiré”, en Selva), lugares en donde el número de teléfono de Gauna era parte del directorio habitual. En otras oportunidades era él quien la llevaba hasta puntos estratégicos para hacer la transacción: ella a cambio de plata. Cuando se iba le dejaba un celular sin crédito. Así, él podía ubicarla en cualquier momento pero ella no podía hablar con nadie más.
Cuando cumplió 18 se fue de la casa y se llevó a la hija que tenían en común. Pero él las fue a buscar armado y volvieron. En otra ocasión se fue a Mar del Plata, donde estaban su madre y hermanos. Pero necesitaba plata para pagar el tratamiento de salud de su hija y le tuvo que pedir a él: Gauna le dijo que sí a cambio de sexo. Ella aceptó y quedó embarazada de nuevo.
Lo que siguió fueron dos tareas más: la llevó a San Guillermo -en Santa Fe- a vender drogas y, cuando se le complicó la causa y fue preso, le pidió a ella que se hiciera cargo de la casa porque él precisaba una familia para que la justicia le diera la libertad.
El 8 de marzo de 2012 la hija de la denunciante la llamó diciendo que se iba a escapar de lo de Gauna: cuando se encontraron en la terminal de Brinkmann estaba golpeada y tenía sangre en el ojo izquierdo.
La segunda denunciante contó escenas similares durante el juicio. Lo conoció a Gauna en una bailanta y, desde esa noche, no se separaron más: estuvieron juntos cinco años. Ella intentaba irse pero él siempre la volvía a buscar, le hacía promesas y se la llevaba a su casa de nuevo. La hizo trabajar en la ruta de prostituta, incluso una de las veces que estuvo embarazada. Otra vez le metió pastillas en la vagina porque, decía, le molestaba que el hijo no fuera de él.
Los jueces José María Pérez Villalobo, Carlos Lascano y José Fabián Asís lo condenaron a 10 años de prisión por promoción y facilitación de la prostitución de menores agravada por ser conviviente. El fiscal Facundo Trotta había pedido 12.
FOTO: Detectives sin frontera
0 Comments on "El hombre que tatuaba a sus víctimas"