Kevin Hoistacher trasladaba droga en el auto, hablaba cinco idiomas -chino, ruso, inglés, finlandés y español- y tenía 50 sellos en el pasaporte: ese fue el perfil que armó la Justicia rusa para catalogarlo como narcotraficante y encerrarlo durante seis meses. Le prohibieron hablar español con su familia y lo llevaron enjaulado a declarar. Pero Kevin no es más que un mochilero argentino de 24 años que se casó con una artista finlandesa y que el 21 de julio de 2014 cruzó la frontera entre Rusia y Finlandia con medio gramo de porro encima. A fines de enero le retiraron los cargos.
El joven dio una entrevista exclusiva para la Revista THC, que acaba de sacar una edición especial sobre la política de drogas en Rusia y su proyección internacional. Leé en Cosecha Roja un adelanto de la charla en la que cuenta todo sobre la cárcel:
¿Sabías que podían darte entre tres y siete años de cárcel?
No. Me pusieron en una pieza, incomunicado. Fue bastante difícil porque sólo podía hablar con la persona que me llevaba la comida. Y un día le dije: “¿Cómo es la situación? Explicámelo en ruso fácil, por favor”. Y me dijo: “Los dos meses son de investigación, pero la causa es de tres a siete años”. ¿Qué? ¿Tres a siete años? Y ahí me volví loco. A todos los que pasaban les pedía que por favor me dejasen hacer una llamada, que me dejaran hablar con mi esposa. ¡Necesito un teléfono!, gritaba.
¿Estabas solo en la celda?
Sí, con una cámara que me filmaba todo el tiempo. Me vigilaban para ver cómo me comportaba. La comida me la pasaban por una ventanita pequeña. En ese momento estaba muy asustado. Pasaba todo el tiempo escribiendo lo que ocurría y lo que sentía, y hacía ejercicio. Podía hacer una especie de caminata diaria, que era ir a una especie de calabozo abierto, sin techo pero cerrado, de unos 15 metros cuadrados. Ahí te dejan caminar media hora y volvés a tu celda. Yo miraba por la ventana y veía que las personas se mandaban bolsas con cosas, a través de palitos que manejaban con el viento, algo muy interesante. Se pasan comida, cigarrillos, azúcar, café. Y pude hacer algunos intercambios.
¿Cuánto tiempo estuviste en esa situación?
Una semana. Cuando se cumplió una semana me hicieron radiografías para ver si tenía algo adentro. La verdad no le entendí la lógica. Era todo extraño. De ahí me transfirieron a una cárcel que se llama Kresty, en San Petersburgo. Me transfirieron en una cabina en la que apenas entraba, con todos mis bolsos con ropa. La cabina tenía un agujerito de 5 cm de diámetro por el cual podía mirar o respirar. No había aire y era en pleno verano, fines de julio. Hacía un calor terrible. Estuve como cinco horas ahí dentro con una cámara que me filmaba, y en un momento me desmayé. Una pesadilla.
¿Con qué te encontraste al llegar a Kresty?
Es una cárcel construida por la Reina Catalina en la época de los zares. Y la verdad es que desde ese entonces no tuvo muchas remodelaciones. Está en muy malas condiciones, en todo sentido. Muy sucio, lleno de bichos, garrapatas, ratas. Había gente con tuberculosis. Y ahí ya no estaba solo. Cuando llegué me dejaron en una celda provisoria con mucha gente.
¿Cómo fue tu relación con los presos?
En general si vas con respeto no tenés problemas con la gente. Hay quienes están medio locos, hay otros muy cultos, interesantes para hablar. Podés aprender muchas cosas. Hice algunos amigos. Les contaba de mis viajes, de otros países, les enseñaba español. Ellos me contaban historias de sus vidas, del servicio militar. En las celdas hay una especie de radio de un solo canal. A veces pasan alguna canción de Natalia Oreiro, les gusta mucho, son fanáticos. Y cuando juega el equipo de allá, el Zenit, empiezan todos a los golpes. “¡Pam, pam!”. Y cuando mete un gol, todos empiezan a saltar y a golpear las paredes. También hay un sistema de comunicación mediante golpes en las paredes, para luego hacer intercambios mediante las ventanas: pasábamos comida, cigarrillos, cosas que iba necesitando la gente. Había de todo pero se conoce buena gente, no todo es terrible. Pero los primeros días fueron muy difíciles.
¿Y con los guardias?
Principalmente, lo peor de todo eran las condiciones de la comida y la policía: son tipos totalmente brutos, te putean, te dan órdenes, si demorás en algo te empujan; te trataban muy mal. No tienen nada de tolerancia. Te agarran, te cagan a palos un poco, te meten en un calabozo especial una semana donde no te dan ni agua, hasta que se te van los moretones. Y si no te cagan a palos te dejan solo en una cabina una semana sin comer. A mí no me pasó pero lo vi y me contaban. Cuando vas a las duchas te dicen que tenés 20 minutos para bañarte y a los 18 minutos, o cuando se les canta, te dicen: “Bueno, ya está, afuera”. Y te ponen el agua caliente al máximo. Tienen unas calderas poderosas que la verdad te queman muy feo. A las 5 o 6 de la mañana te levantan y te hacen salir de la celda sin la remera. Todos tienen que decir sus nombres, como en la armada, como soldados. Entonces entran a las celdas para revisar si hay agujeros, si escondés algo, si tenés algún teléfono, porque ahí hay todo tipo de cosas de contrabando. Igualmente ellos mismos manejan el mercado… Y a la noche van tranquilos con unos aparatos especiales rastreando señales de celulares.
¿Qué te daban para comer?
Nos daban sopas, esas sopas rusas. Pero podés ver que las papas están violetas, que está todo muy raro, medio podrido. Y se rumorea en la cárcel que a la comida le meten bromo para calmar a la gente. Es un rumor pero yo lo creo porque, principalmente los fines de semana, luego de comer me quedaba detonado en la cama, no podía ni moverme.
¿Podías ver a tus viejos?
Las visitas eran dos veces al mes y duraban entre 30 y 40 minutos. No podía hablar con nadie en otro idioma que no fuera ruso. Cuando estás haciendo contacto con las visitas hablás por medio de una ventana con un teléfono. Y hay 5 o 6 policías escuchando todo. Y si no entienden lo que estás hablando te dicen que no podés hablar más y te cortan la comunicación. Las primeras veces me pasó. Los tipos no entienden inglés, no entienden nada. Sólo la última vez que me visitaron mis padres me pusieron un traductor y pude hablar con ellos en español.
*** Leé la entrevista completa en la actual edición de Revista THC
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