pibes en la esquina

Agustina Sulleiro y Julia Varela – Cosecha Roja.-

Según un informe de la SEDRONAR, los pibes empiezan a consumir sustancias entre los 11 y los 15 años, en el medio de la secundaria. ¿Qué hacen las escuelas cuando se enteran que un alumno consume? Las instituciones desbordan, las infraestructuras son deficitarias y hay diferentes miradas sobre cómo trabajar con un adolescente que consume. La articulación en red como forma de abordar la temática.

– Qué cara que tiene ese gordo. ¿Quién es? – preguntó Pablo, el profesor de Educación Física de Quilmes, cuando pasaba con el auto cerca de la escuela.

– No es malo, eh. Es el que vende acá, el que reparte. Antes andaba por mi barrio y nos cuidaba. De noche, cuando no pasaban los micros, él me pedía un taxi y le decía al chofer que me cuidara – respondió la directora.

El “gordo” se para todos los días enfrente del colegio y espera a que salgan los pibes. Ellos lo saludan y a veces charla con alguno que pasa en moto. “Yo prefiero que esté, porque nos cuida el edificio. Si no nos entrarían a robar o les robarían a los pibes a la salida”, dijo.

Muchos docentes cuentan que el consumo y la venta de sustancias están presentes en las dinámicas cotidianas de las escuelas. Para María Fernanda Berti, docente en un colegio de Lomas de Zamora y autora junto a Javier Auyero de “La violencia en los márgenes”, los chicos están habituados a la temática del consumo. “Si bien están acostumbrados, eso no quiere decir que no sufran. El consumo no está naturalizado, los chicos hablan de eso, cuentan historias porque lo padecen, porque se trata de sus familiares, sus hermanos”, dijo a Cosecha Roja Berti. Ella enseña en el nivel primario y sabe que a veces son los mismos padres los que llegan a la escuela fumando marihuana cuando van a buscar a sus hijos.

“¿Viste que acá al lado hay una casillita donde venden?”, contó Iván, que tiene 16 años y vive en un barrio de La Plata. La casilla está al lado de su escuela, sobre un paredón que da a un terreno baldío, y la que vende es su tía. “Hice la prueba. Un día fui a ver si me vendía y sí, no se hizo ni cargo. Pero cuando mi tío me vio en su casa, me pegó una patada en el culo y me echó. Igual yo fumo y le compro a él sin que dé cuenta, le pido a un amigo que me compre”, dijo.

***

El Estudio nacional sobre consumo de sustancias psicoactivas en estudiantes de enseñanza media es una investigación anual que realiza la SEDRONAR en más de mil escuelas públicas y privadas de todo el país. El objetivo del informe es indagar sobre los patrones, la magnitud y las características de los consumos de los adolescentes que cursan la secundaria.

En 2014, el 70,5 por ciento de esos estudiantes había consumido alcohol al menos una vez en su vida. El 67,5 por ciento, bebidas energizantes; el 35,8 por ciento fumó tabaco y el 15,9 por ciento, marihuana. Sólo el 5,9 por ciento dijo haber consumido psicofármacos sin prescripción médica.

Otra variable que relevó la SEDRONAR fue el género. A través de las encuestas se pudo detectar que los varones fuman más marihuana que las mujeres: un 18,8 frente a un 13,2 por ciento. Con la cocaína pasa algo similar: consume un 4,7 por ciento de los varones y un 2,6 de las mujeres. Con los psicofármacos es al revés, las mujeres toman más tranquilizantes sin prescripción médica que los varones (5 y 4 por ciento respectivamente).

La mayoría de los chicos empezó a tomar alcohol entre los 13 y los 15 años, mientras que los que fuman marihuana comenzaron entre los 14 y los 16. “En el caso de los psicofármacos, se observa que la dispersión de la población es mayor, presentándose una distribución más uniforme entre los 11 años o antes y los 16 años”, dice el informe.

***

– ¿Cuándo vas a abrir cuarto año? – le preguntó Seba a Lucía Graciano, la directora de la escuela 66 de La Plata.

– Acá no se puede, no hay lugar. Necesitamos un edificio nuevo para poder tener la secundaria completa.

Seba terminó tercero el año pasado, cuando desayunaba mate con porro antes de ir a cursar, y en marzo se anotó de vuelta en el mismo curso. En la 66 no hay aulas para cuarto, quinto ni sexto y Seba no puede ir a otro lado: los otros colegios le quedan lejos y todavía es chico para anotarse en un FinEs. Entonces repite tercero.

El equipo directivo fomenta que vayan a la secundaria 78 o a la técnica 4. Pero como el pase lo tienen que hacer los estudiantes, muchas veces queda en la nada. Además, esas escuelas quedan a más de 20 cuadras y la técnica tiene un régimen tan exigente de cursada que los pibes que llegan de la 66 no lo aguantan, se van a los dos meses. Cursar en una escuela técnica no es lo mismo que en una secundaria común: tienen más horas de clases y pocos chicos pueden sostenerla. “Es el mismo sistema el que los expulsa”, explicó Carlos Pache, vicedirector de la técnica 4 de La Plata.

Según el informe de la SEDRONAR, muchos pibes en edad escolar se relacionan con alguna sustancia. Los colegios tienen que ser capaces de abordar la problemática, contener a los alumnos y leer cuál es la función que cumple el consumo en cada caso. Sin embargo, muchas veces las infraestructuras deficitarias y la falta de profesionales dificultan el trabajo. Y los pibes ya no ven a la escuela como un refugio.

“La escuela ya no es un espacio de contención. A partir de los 12, 13 años, los chicos abandonan y se empiezan a identificar con otras cosas”, dijo a Cosecha Roja Lorena, de la Asociación Civil Brújula, un centro de día en un barrio platense. Y agregó: “Muchas veces es la propia institución que los deja a la deriva en el momento en el que más hay que contenerlos”.

***

Después de que un alumno se quiso suicidar, la escuela 84 de La Plata empezó a trabajar con el Equipo Distrital de Infancia y Adolescencia (EDIA). El proyecto se llamó Fotografiando el silencio. “La idea era que los chicos sacaran fotos de sus contextos y que las expusieran delante de los docentes para conocerlos y saber qué les está pasando. Las coordinadoras del EDIA nos contaron que los pibes de otras escuelas les sacaban fotos a las plantas de marihuana”, dijo a Cosecha Roja Hugo Caro, el director.

Caro dice que en la escuela se dan cuenta cuando un alumno consume: “Viene o muy callado o muy exaltado y ese día causa problemas”. En la escuela 84, como en todas, no está permitido que los chicos fumen en los recreos: “No digo que los pibes no fumen cuando salen, pero adentro no se puede, y así están más acotados”, contó el director.

Las escuelas emplean diferentes -y a veces contradictorias- estrategias para tratar con los alumnos la temática de consumo de sustancias. Las perspectivas de los equipos docentes son diversas, como sucede en otras instituciones como los hospitales o los juzgados. Algunos directores creen que la mejor prevención es decirle a los pibes que las drogas son “malas” porque perjudican la salud, dificultan el aprendizaje y les quitan libertad. Otros dicen que adoptar una mirada tan rígida aleja a los adolescentes y, por eso, buscan abrir espacios de diálogo que generen confianza para reflexionar sobre el rol que cumplen los consumos en sus vidas.

Cuando los alumnos de un secundario de Tigre tuvieron un taller sobre prevención de consumo de sustancias, uno de los chicos dijo que las familias tienen que acompañar. “Algunas casi nunca ayudan, les entra por un oído y les sale por el otro”, respondió Brisa. Y agregó: “Mi papá mandó a mi hermano a un centro de rehabilitación y no funcionó, cuando salió volvió a agarrar las drogas”.

La Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires publicó una “Guía de orientación para la intervención en situaciones conflictivas y de vulneración de derechos en el escenario escolar”. Allí indica que, al momento de abordar un problema de consumo de sustancias psicoactivas, “no hay que ocuparse de la sustancia en sí misma sino del hueco social en el que la droga se instala señalando con su presencia otras carencias”. Ésa es una forma de pensar los conflictos con un abordaje integral, como plantea la Subsecretaría de Salud Mental y Atención de las Adicciones de la Provincia (SADA). La Guía propone abrir talleres culturales y deportivos para que los estudiantes puedan fortalecer su autoestima y generar lazos de confianza entre ellos mismos y con los adultos.

El equipo del Programa de Prevención y Asistencia en Adicciones de Tigre busca ir más allá de los dispositivos terapéuticos y promueve un trabajo en conjunto con diferentes espacios culturales y deportivos. “Buscamos espacios de inclusión y de contención para que los pacientes que están en situación de riesgo puedan tomar cierta distancia de los ámbitos de consumo”, dijo a Cosecha Roja Augusto Pfeifer,psicólogo y coordinador del programa.

Las intervenciones que el programa de Tigre realiza en los barrios se hacen siempre con los equipos que trabajan en los territorios. La idea es reforzar la red de contención entre las familias y las instituciones. “Nos reunimos con los espacios comunitarios y con los trabajadores de los Centros de Atención Familiar y de Salud – las “salitas” – porque antes que nada tenemos que pensar sobre la problemática en sí, indagar en las diferentes visiones sobre el tema y empezar a cuestionar ciertos prejuicios que, más que incluir a la gente que está en esa problemática, generan obstáculos para su alojamiento”, explicó Pfeifer.

Muchas veces los gabinetes de orientación escolar no están y las escuelas tienen pocos recursos. Pero los equipos docentes encuentran herramientas en los territorios, vinculándose con las demás instituciones estatales y comunitarias. Santiago Sanguinetti es miembro de la SADA y cree que hay posibilidades de atajar el conflicto de otra manera cuando existe un armado territorial fuerte: “Tal vez la clave no sea aumentar las redes institucionales, sino articular mejor las que ya existen”, dijo.

Así, las escuelas pasan a ser parte de estas redes donde se piensan proyectos barriales con las organizaciones sociales, los servicios locales de niñez y adolescencia, o las salitas. Entonces, la relación de los pibes con el Estado empieza con de los docentes, y ya no a través de un policía que los detiene o de un médico que los atiende por una emergencia en un hospital. El trabajo en conjunto puede reforzar los vínculos con las familias y acompañar las trayectorias de vidas de los jóvenes.

Nota publicada el 3/11/2015