Alex Villanueva – El mundo de Córdoba.-
Callejeros recorre la “ruta de la muerte” con un trailero que ya ha enterrado a varios de sus compañeros. Las detenciones se dan a cuentagotas y los asaltos no cesa.
Setecientos mil kilómetros recorridos. Casi un viaje de ida y vuelta a la Luna completada en 20 años, el tiempo en que Ray ha cruzado las carreteras de México a bordo de decenas de vehículos de carga. Desde que empezó, Ray no había visto nada igual. Circula a 60 kilómetros por hora sobre el carril derecho sin dejar de mirar hacia la orilla, un gesto ya rutinario. Ignora cuándo le lanzarán piedras o algún tronco para asaltarlo.
“Confiar es bueno, pero no confiar es mejor. Llevo años en esto y quiero morir de viejito, no ejecutado”, dice Ray mientras palmea la palanca de cambios de su actual tráiler, Titán.
Los operadores la conocen como “ruta de la muerte”, 83 kilómetros de carretera entre dos destacamentos de la Policía Federal: Carrillo Puerto y Río Blanco. Ray lo recorre tres veces a la semana, consciente de que más de 60 traileros han sido asaltados en distintos puntos de este tramo en lo que va del año. Cuatro de ellos fueron asesinados. Para referirse a esta ruta, los conductores usan una frase que dilapida: “Un trayecto mortal y tan peligroso como el mismo infierno”.
Diario El Mundo recorre al lado de Ray el tramo Cuitláhuac-Esperanza, donde sólo dos patrullas federales realizan recorridos rutinarios de vigilancia. Entrar y salir por estos dos puntos es todo un reto para los traileros. Y lo tienen claro: prefieren hacerlo solos. “Antes traíamos a la esposa o a los chamacos. Hoy ni de chiste me los llevo en el camión… Ni a la esquina”, lamenta Ray en un punto de descanso.
“Eliminan los rastreadores”
Conocido con el 10-28 de “Zopilote” en la frecuencia de banda civil, Ray sale de su base entre los límites de Tierra Blanca y Cuitláhuac. Checa su carga y revisa que no haya vehículos sospechosos cerca. “Cuando veo algo raro lo reporto a la base. A veces he acertado, pues cuando sale la banda, los malandrillos ya se pelaron”, explica durante el trayecto. En el tramo no olvida un punto: el kilómetro 14.
Su compañero José Humberto tenía 40 años. El 31 de mayo estacionó su camión en ese lugar, a unos cuantos metros de la caseta de peaje, en Cuitláhuac. Aunque la zona está resguardada por militares y uniformados del Instituto de la Policía auxiliar (Ipax), el hombre fue asesinado a pedradas cuando se dirigía al baño.
A un kilómetro de la caseta, el 1 de julio, varios sujetos asaltaron a Mario Alberto Pérez. Lo golpearon y lo encerraron en la caja seca de su camión. 17 horas después, en el mismo lugar, los delincuentes golpearon y asaltaron a Raymundo Villegas Velázquez. Lo ataron de pies y manos y lo arrojaron a la maleza, donde los cuerpos de rescate lo encontraron horas después.
El 10 de agosto, un hombre desnudo pedía auxilio cerca de allí, en el kilómetro 9. José Luis Alarcón pasó la madrugada tirado en los cañales atado de pies y manos. Cuatro hombres armados con pistolas le quitaron el camión y lo dejaron a su suerte. Cuando llegó al hospital tenía principios de hipotermia. “Me pudo haber mordido una víbora o pude morir de hambre. Pensé en mis hijos y tomé fuerza. Me arrastré hasta la carretera, aunque nadie me ayudaba”, narró el trailero mientras un policía federal lo subía a la patrulla.
En la Agencia del Ministerio Público sólo han capturado a cuatro personas que podrían estar vinculadas con los asaltos y homicidios en la “ruta de la muerte”, sin contar Orizaba y municipios colindantes; permanecen bajo investigación y en seis meses el juez dictaminará si son culpables o no.
Los delitos contra traileros, sin embargo, no han cesado en este tiempo. El gerente regional de la Cámara Nacional del Autotransporte de Carga (Canacar), José Ortega Herrera, explica que han denunciado alrededor de 60 asaltos contra camioneros desde enero, un 10 por ciento menos que en 2014, aunque el año no ha concluido. Las pérdidas ascienden a 27 millones de pesos y sólo han recuperado el 70 por ciento de las unidades robadas entre la flota registrada en Canacar, con más de 2 mil tractocamiones.
Ortega afirma que las cargas más buscadas por los asaltantes son los aparatos electrodomésticos, azúcar, huevo y cerveza. “La delincuencia abarca mucho. La policía hace su esfuerzo, pero los asaltantes se multiplican. Poseen equipos para inhibir los rastreadores GPS de las unidades, cuyo costo supera los 70 mil pesos”.
La Canacar ha denunciado el 100 por ciento de los asaltos y los traileros consultados por Diario El Mundo afirman que la razón del escaso patrullaje, ya ha dejado de tener sentido.
Según Héctor, conocido en la frecuencia como “Barrabás” (50 años, 30 de ellos al volante), las autoridades están cerrando los ojos. “Hoy veo menos policías que antes. Hace tres años me topé con un retén en Ciudad Mendoza y me preguntaron sobre mi carga; después me dejaron ir. Dos kilómetros adelante me cayó la voladora. Ellos mismos nos ponen, dependiendo de la mercancía que llevemos”, explica molesto mientras golpea el volante.
Espinas y clavos
Pasamos el kilómetro 40 y Ray se relaja poniendo un disco de la Rondalla de Saltillo. Cuelga su chamarra y se talla el rostro, ya curtido por los años. Él dice que su panza es el sello del volante y que no se avergüenza del “bulto”.
No lleva adornos, recuerdos, ni fotos de su familia en la cabina. Ray bromea un poco sobre mujeres y se fuma un cigarrillo, pero en el kilómetro 275 vuelve a guardar silencio. No deja de mirar hacia la orilla de la carretera.
Conoce los “puntos negros” y por nada del mundo se detiene en ellos. Frecuentemente los reportan por la banda civil: La caseta de Cuitláhuac, Rancho Trejo, el paradero de San Antonio de Río Blanco o Balastrera. Las principales víctimas son los conductores que no conocen el lugar y, sin darse cuenta, caen en “la boca del lobo”.
Los más experimentados han tomado sus propias medidas de seguridad. Viajan en caravana y hacen pocas paradas. Si tienen que orinar, lo hacen en botellas de refresco que van guardando en el camino. Otros quitan el escalón del estribo y arman los espejos retrovisores con tornillos y clavos. “No podemos traer un arma, si la encuentra la policía nos traba. Mis picos ya me han salvado dos veces y los morros salieron de pelada, no sin antes dejar un pedazo de carne en mi espejo”, afirma uno de ellos.
Al alejarse de Ciudad Mendoza, Ray pasa de 60 a 85 kilómetros por hora. Al igual que Cuitláhuac, es zona de alto riesgo. Modula su ubicación a sus colegas y uno de ellos bromea: “aguas que te chupa la bruja”, dice, y arranca la primera sonrisa a Ray.
“Muchos sueñan en terminar con su vida defendiendo su camión y su carga, o en un épico accidente. Yo estoy seguro de que moriremos jodidos del riñón por estar tanto tiempo sentados”, dice entre carcajadas.
Nos detenemos en una tienda de autoservicios en Esperanza. Ray toma un café y se alista para seguir el viaje a la Ciudad de México, solo. Ya no subiría con él a ninguno de sus familiares.
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