La niña tiene nombre de flor, la llamaremos Margarita. Está acostada en la cama de un hospital público de la provincia de Buenos Aires, viste bermuda tipo calza gris y una remerita que fue nueva hace mucho. El sector tiene un cartel que indica Maternidad, pero Margarita no tiene cuna a su lado. Su bebé nació hace 4 días tras 8 meses de gestación, cursa síndrome abstinencial y tiene la piel color carbón: Margarita ha fumado Pasta Base de cocaína desde que tuvo dos meses de embarazo, además de consumir alcohol, cocaína, marihuana o lo que hubiera.
Su bebé no ha sido nombrado aún: ella no pensó nombre, y el padre del bebé está enojado por lo cual se niega a verlo y menos que menos a apellidarlo.
Es el bebé sin nombre, de la sala de terapia neonatal.
Margarita lo ha visto un par de veces, siempre con la trabajadora social hospitalaria mediando. ¿Le molesta esto? No. “No sé bien si es mi bebé”, dice. Doña Fátima (curandera y señora poderosa del barrio) pronosticó que Margarita tendría una niña. El bebé sin nombre prematuro de la piel color carbón es un niño: lo marcan sus genitales, claramente. Y para el hospital eso es suficiente: varón.
Margarita no sabe mucho de hospitales: no pidió un turno en ocho meses de embarazo. Casi que no fue al médico en toda su vida, por cierto. En su barrio las gripes no se toman en cuenta, las eruptivas pican y dejan marcas y la fiebre se sobrelleva con paños fríos.
No es la primera vez que Margarita pare. A los 14 tuvo su primera hija: “ella nació sanita”, dice.
A los 15 y 16 fueron dos los embarazos que no pasaron de ese estado: los detalles quedaron en la pieza de doña Fátima.
Hoy tiene 17 años y su segundo hijo vivo está en neonatología lleno de tubos, sin nombre y sin pronóstico: en los hospitales aún no se sabe mucho del consumo de Pasta Base de Cocaína y las consecuencias del mismo.
Así conocimos a Margarita.
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Margarita tenía 7 años cuando sus padres la enviaron desde Santiago del Estero a Lanús a vivir con unos tíos mayores ciegos a causa del glaucoma producto de diabetes. Ella debía cuidarlos. A los 10 murió el tío, a los 12 la tía: Margarita quedó sola en una casa grande. Los vagos del poblado se acercaron, ella dejó el colegio y comenzó a consumir: algo de alcohol, unas pastis. Primer embarazo – ella 13, el “novio” 31-, bebé al cuidado de la familia del “novio” (a esta altura ex) y la casa fue ocupándose: todo el/la que no tenía donde vivir allí iba. Las fiestas duraban días, y Margarita fue probando todo lo que hubiera hasta llegar al Paco.
El Paco es considerado “un veneno no apto para consumo humano”, y tiene ciertas particularidades: un consumo que enseguida se transforma en excesivo (su efecto dura de 15 a 45 segundos y el bajón es insoportable); un efecto sobre el cuerpo atroz (el vidrio molido que se utiliza para “cortarlo” y que pese más, y los hilos de virulana que usan en las pipas para fumarlo, van comiendo las paredes internas de los intestinos y riñones; el solvente utilizado para su solidificación se va “estacionando” en las paredes de pulmones provocando neumonitis, neumonías y baja en las defensas; los dientes y los dedos suelen quedar negros y comenzar a pudrirse; las diarreas constantes –muchas veces con sangrado anal – se relacionan con la pérdida de peso abrupto por la ausencia de todo deseo de comer o dormir y el daño intestinal, entre otros efectos); la ruptura de todo lazo social que no esté ligado al consumo aisla por completo a los usuarios.
Y así al infinito, porque todo el tiempo se están generando nuevas “mezclas” y “cortes”: el Paco es un negocio que genera mucha ganancia ya que antes el residuo del proceso de preparación de la cocaína se desechaba, hasta que una mente brillante dijo “A esta la podemos vender más barata” y así comenzó todo.
El paco también introdujo un circuito desconocido hasta entonces entre usuarios de sustancias psicoactivas: el robo intrafamiliar o a conocidos del barrio (desde una afeitadora hasta un termotanque!) para canjearlo por dosis; el arrebato –los celulares son los que ranquean alto porque un smarphone de $5000 se “canjea” por diez dosis en una buena noche. Antiguamente para comprar cocaína, marihuana, psicofármacos o lo que fuera había que tener dinero. Una licuadora de la tía ahora son 5 bolsitas. Para empezar alcanza.
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En el hospital nos consultan si Margarita es “paquera”: no. Ella va de una sustancia a otra según con quién esté y lo que esa persona tenga. Margarita tiene 17 pero su mente quedó detenida en los 7. No saben el alivio cuando puede contarnos que desde chiquita no puede dormir porque sueña con sangre, que las voces a veces no paran por días, que al colegio no la mandaron más porque “no me da la cabeza”. Ella nunca habla con nadie de lo que le pasa, ¿ a quién le importaría? “Lo primero que creen es que una es loca”.
En el hospital es una guerra: las enfermeras no quieren atenderla. Mujer, pobre y adicta sumado a “mala madre”.
Si Margarita fuera un hombre, tal vez le dejarían las ropas debajo de la cama para que cuando pase el “bajón” se vaya del hospital. Pero Margarita no lo es: sobre ella quieren aplicar “todo el peso de la ley”.
Y a esto lo decoramos con una frutilla extra: Margarita tiene Hepatitis C y clamidias. Las campañas de prevención sobre enfermedades de transmisión sexual están ausentes en un país donde se elige ignorar la sexualidad en niños, niñas y adolescentes.
¿Es el caso de Margarita uno de consumo problemático? No creemos: en realidad es un caso de vulnerabilidad psicosocial o –si prefieren- es una chica en estado de abandono.
O una flor débil, a la que le cuesta mucho sostenerse de pie en los chiqueros.
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