Reproducimos una columna de Marta Dillon, publicada en Página 12 el 3 de abril de 2009. Allí cuenta una entrevista del fallecido cantante “Pocho La Pantera”, con Rolando Graña, donde el primero se jacta de haber sido proxeneta y golpear mujeres para que trabajen.
Las historias de vida que retratan hombres o mujeres que han remontado desde el hondo bajo fondo donde el barro se subleva suelen encantar a la prensa. Más si esos personajes, aun con una dosis de brillo que haga pensar en la necesaria redención –necesaria para ser personaje–, habitan los márgenes del espectáculo, esos escenarios populares que pueden convertirse en altares si el personaje de marras tiene un final abrupto, como pasó, por ejemplo, con Gilda o con el mítico Rodrigo. Gente a la que los grandes medios apenas miran de reojo, artistas que suelen animar las fiestas de la farándula mejor acomodada como un toque de color, una excentricidad que habilita la hora de la payasada. Infancias pobres, trabajo infantil, el atadito de nada al hombro en busca del destino, el golpe de suerte, la fama repentina, el mareo de la misma fama, los riesgos de ganar dinero de pronto, la tentación de la noche, el misticismo religioso y por fin, la estrella madura ya asentada en su tiempo.
Desde Palito Ortega hasta cualquier boxeador que se recuerde, pasando por los personajes de la bailanta: Ricky Maravilla, Walter Olmos –finado, aunque no santo–, Rodrigo, Pablo Lescano y el personaje que nos ocupa: Pocho La Pantera. Apenas unos pocos condimentos fallan en el guión de su vida, pero nada de eso hará cambiar la mirada que se tiene sobre él. Nacido en Buenos Aires como Eduardo Gauna y crecido en Córdoba en un hogar de clase media al que frecuentaban músicos populares memorables –Atahualpa Yupanqui, por ejemplo–, de todos modos lo más se repite de él es que fue canillita –como Palito, oh casualidad–, empezó su carrera en cabarets cuando apenas tenía 16 años, mordió el polvo de la noche y el fracaso, se repuso con éxitos increíbles como ese tema “El hijo de Cuca” y, en fin, se convirtió al evangelismo, dejó las drogas y ahora es un hombre simpaticón, “un tipo de barrio, con códigos, siempre sonriente y con corazón de payaso”. Un tipo querible, según su entrevistador, la semana pasada, Rolando Graña, para su programa GPS –jueves 20.30–.
Tan querible, tan apegado al estereotipo del macho de barrio, “amigo de sus amigos”, que el inefable entrevistador no pudo reaccionar siquiera cuando Pocho empezó a contar sus comienzos como “fiolo”, según sus palabras, o proxeneta, para usar la figura jurídica, que es la que más se ajusta a lo que terminó contando en la entrevista. Frente a un Graña relajado y sonriente, Pocho asumió que en la década del ‘80 “regenteé a un grupo de mujeres que me hicieron ganar más que buena guita”. Mujeres a las que “había que darles una paliza de tanto en tanto para que laburen”. Mujeres que intercambiaba con otros “dones”, en el sistema de trueque o bien de compra venta.
Eduardo Gauna, alias Pocho, se jactó de que los demás “fiolos” le tenían bronca porque él era dueño de las mejores plazas –¡momento! Aquí sí hubo repregunta del entrevistador: “¿Qué es una “plaza”?– explicando enseguida que “plazas” eran los sitios liberados para que él hiciera su negocio a través de las mujeres, sea dentro de cabarets o en una esquina. ¿Y Graña? Lo pasó en grande, se rió con las partes escabrosas –esas en que, por ejemplo, Pocho usó la palabra “secuestro” para nombrar el castigo que se imponía a las que no querían cumplir con su “trabajo”–, hizo silencio para que el hombre de la noche y el jopo a lo Elvis Presley se explayase…
Es verdad, Graña le arrancó al cantante una primicia, hasta ahora Gauna, alias Pocho, no había encontrado la confianza suficiente para confesar sus pecados de juventud (sí, cada tanto decía: “¡Y bueno, era tan joven!”). Lo que no queda claro es si esa calidez que demostró el entrevistador al entrevistado era una estrategia o simple complacencia. Aunque, claro, si era una estrategia, no se sabe muy bien para qué sirvió ya que el “ex fiolo”, no dejó nunca de ser o aparecer como un personaje querible, “amigo de sus amigos”. Y lo que es más llamativo: “con códigos”. Muchos códigos, menos el Penal
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