“Vos no te victimices”, responde el Secretario de Seguridad cuando una periodista le pregunta por la golpiza a mujeres en medio del primer paro nacional que, a poco más de un año, el macrismo supo conseguir.
Desde que el movimiento de mujeres ocupa el espacio público haciendo evidente la obvia alianza criminal entre capitalismo voraz y heteropatriarcado, el reflejo represivo se dirige hacia lo femenino como objeto privilegiado de su intervención. El cuerpo femenino es reconocido e impugnado en su presencia pública. Así fue siempre en las marchas del movimiento de mujeres, así fue el pasado 8 de marzo, así fue anoche con la travesti detenida arbitrariamente en el barrio de Palermo. La historia misma de las prácticas represivas puede contarse a través del cuerpo de las mujeres.
El funcionario político impugna la demanda de la periodista echando mano del estereotipo de la víctima y cierra perfectamente el círculo: de un lado las responsabilidades quedan en la cuenta de las manifestantes, del otro lado se ofrece aval político a la impunidad policial.
No iban a ahorrar el recurso justo ahí donde además de mujeres, son trabajadoras, militantes. La restauración neoliberal abandonó hace rato la hipocresía del modal, y se ostenta una ferocidad disciplinante, sin distinciones de género.
“El paro es ilegítimo y sin sentido; la medida de fuerza está quebrada”. La retórica bélica, del exterminio, del quiebre, de la destrucción, ante un paro que es producto de la confluencia de un conjunto de sectores que articulan demandas específicas de corte laboral y social encuentra, como principal contrafigura estatal, ni más ni menos que a la Ministra de Seguridad.
Las paros anteriores a 2015 tenían una agenda de reclamos que hoy parecen escandinavos frente al retroceso del empleo y las seguridades sociales mínimas, pero que también se inscribía en un escenario electoral. En ese momento hubo trabajadores que reivindicaban no parar. Aquello era consecuencia del posicionamiento político claro a favor o en contra del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
El escenario actual estuvo precedido por letargo en la conducción sindical que se vio compelida por la movilización de las bases a “poner” la fecha. La consigna “yo no paro” expresa ahora un posicionamiento reaccionario frente a la praxis política en forma de lucha popular. La impugnación es completamente antipolítica, no necesariamente promacrista.
Hay un retroceso notable respecto de otros momentos de la vida política donde la confrontación existía pero la retórica del exterminio no estaba presente, —¿quizás silenciada?— y mucho menos avalada por la conducción política.
No se trata sólo de la catarata de exabruptos protagonizados por personajes caricaturizables como los que poblaron las redes sociales desde el 1A en adelante. Lo más preocupante es el retorno del me da igual, son todos lo mismo, el aval implícito a la supresión de la conflictividad social para estar en “paz”, “tranquilidad”, sin reparar mínimamente. Antes el reclamo de policías para llegar a los puestos de trabajo no formaba parte de las demandas de quienes no los apoyaban. Ahora el gobierno es quien las ofrece.
Desde un Estado en el que la justicia redistributiva ya no tiene cabida se desprecian las mediaciones políticas, se aborrece la organización social y se forjan relatos dirigidos a reconceptualizar derechos de larga data como privilegios. Aquí y ahora, la única redistribución de recursos orientada privilegiadamente hacia los sectores populares es la del aparato represivo.
El recurso monocorde es cada vez más el palo, ni asomo de zanahorias. Algunos como la Ministra Bullrich, lo ostentan y se jactan. Otras referentes de imagen más edulcorada como la Gobernadora Vidal prefieren atacar bajo el disfraz del diálogo, invitando a los trabajadores a ser artífices de su propia humillación.
Así funciona, por ejemplo, el intercambio epistolar reciente donde los docentes fueron convocados extorsivamente a renunciar a ejercer derecho de huelga, mientras algún funcionario avanza en el trámite de suspensión de la personería gremial de SUTEBA.
Invocar la legitimidad de los votos para responder con Botas, una expresión concreta de democracia formal autoritaria que ordena todo bajo el código binario de la seguridad/inseguridad, que a su vez ordena su propio nosotros /los otros.
Cuestión de estilos, ambas tácticas pivotean en la criminalización e impugnación de los mecanismos políticos de lucha: evocan la eficacia del terror.