El alegato de León ‘Toto’ Zimerman les pone la piel de gallina a los que aún hoy lo rememoran. A viva voz y delante de los policías acusados, el abogado de derechos humanos recordó el escrito de Rodolfo Walsh en el que se refería a la Policía Bonaerense de finales de los 60 como la “secta del gatillo alegre”. “Estos, más bien, son la secta del gatillo fácil”, acuñó el viejo Toto.
La diatriba de Zimerman se produjo al final del juicio por la Masacre de Budge, un brutal triple crimen en un barrio de Lomas de Zamora, del que se cumplieron 30 años. Esa noche de mayo de 1987, un grupo de suboficiales acribilló a balazos a tres jóvenes que tomaban cerveza en una esquina. No fue el primer caso de crímenes en democracia en barrios pobres de la Provincia, pero la ferocidad del ataque provocó que los medios los llevaran en sus páginas como no había sucedido con otros ocurridos en la post dictadura.
Ayer, en un nuevo aniversario, la Compaña contra la Violencia Institucional y otras organizaciones protagonizaron una jornada en un centro cultural de Villa Fiorito, Lanús. Durante todo el día cientos de jóvenes, familiares de víctimas de la represión de las fuerzas policiales compartieron experiencias sobre lo que padecen en los barrios.
Junto al hermano de uno de los asesinados en Budge y vecinos que sostuvieron los reclamos de Justicia estuvo Carlos Zimerman, el hijo Toto. “Era un momento muy delicado, mucho más delicado que ahora”, dijo. “Había pasado el levantamiento de Semana Santa. Se notaba que las fuerzas policiales continuaban operando con la dictadura. Era la Policía de Camps y Etchecolatz. El método que utilizaron, plantando armas, era muy de los años del Proceso. Llegamos a juzgar a los asesinos gracias a lo que hicieron los vecinos, que también por miedo y autoprotección, se quedaron juntos y juntos marcharon y exigieron que los policías fueran detenidos. Aunque hoy se repitan hechos de violencia policial muy graves, creo que el piso institucional es más alto que en el 87. Fuimos dando pasos hacia adelante”.
La Masacre
El Negro Agustín Olivera (26), Willy Argañaraz (24) y Pedro Ramírez (24), estaban en la esquina de Guaminí y Figueredo. Habían estado tomando varias cervezas y ya eran casi las ocho de la noche. Ramírez se tenía que levantar temprano así que rompió la inercia y rumbeó hacia su casa. Unos segundos después, sus dos compañeros vieron pasar a Oscar Aredes, de 19 años, que venía del kiosco. Aredes frenó en el medio de la calle y se acercó para tomarse un trago. No tenía ni idea de lo mala que había sido esa decisión.
De pronto frenaron un Fiat 125 y una F-100. Con un revolver en la mano, el suboficial mayor Juan Antonio Balmaceda bajó del auto y se acercó a ellos. “¡Al suelo señores!”, les gritó. Detrás suyo aparecieron los cabos Jorge Miño e Isidro Romero. Aredes, que quedó parado quiso explicar algo y recibió un culatazo. El primer disparo lo hizo Balmaceda, supuestamente luego de tropezar en una zanja, Miño escuchó el tiro y disparó al aire.
Después, dos largas ráfagas de ametralladoras dieron en los jóvenes. Aredes y Olivera quedaron empapados en sangre. Argañaraz, herido en una pierna, fue subido mientras protestaba a la F-100. Llegó muerto al hospital Gutiérrez con otro tiro en el pecho. En los cuerpos de las tres víctimas se contaron 30 proyectiles.
Tres horas antes del ataque, junto a Daniel Mortes, otro amigo, Olivera y Argañaraz pasaron por un bar, discutieron con la dueña, patearon la puerta del negocio y estalló un vidrio. Al rato, llegó el hijo de la mujer y al enterarse del incidente fue a denunciarlos a la comisaría del Puente de La Noria.
Minutos más tarde, con la camioneta y el Fiat, los cuatro policías junto al hijo arrancaron hacia el bar. En el camino levantaron a Mortes en el depósito donde trabajaba, pegado al Riachuelo. Fue entonces que clavaron los frenos en la esquina de Guaminí y Figueredo.
El barrio
Esa noche el barrio no podía dormir. Los vecinos se trasladaron a reclamar a la comisaría. Cuentan los vecinos que a los pocos minutos de que mataron a los tres jóvenes mandaron una orden que hizo que cortaran la luz en el barrio y que llegaron 30 patrulleros, carros de asalto. “Decían que había una pueblada, que era incontenible”, recuerda una de las vecinas.
“Los vecinos salieron en la búsqueda. No toleraron lo que había pasado”, explica Claudio Aredes, el hermano de Oscar, que tenía apenas 13 años cuando mataron al hermano. Oscar Alvarez, uno de los vecinos que estuvo desde el principio, también agrega: “La lucha nació la misma noche de los crímenes. Nos fuimos encima de los policías, nos golpearon y nos llevaron presos. La gente salió de las casas, no toleró quedarse sin hacer nada luego de que mataron a los chicos”. Los dos participaron del homenaje en la jornada de Lanús.
Pedro Ramírez, que se salvó de la masacre, escuchó los disparos de ametralladora en su casa. Corrió hacia la esquina donde había dejado a sus amigos y se encontró a los policías frente los cuerpos de sus dos amigos. Muchos vecinos gritaban y él se quiso meter.
Recibió varios golpes y terminó internado en un hospital de Lanús. Cuando pudo caminar fue al juzgado a decir que podía reconocer a sus agresores. Un grupo parapolicial asaltó su casa cuando no estaba y su familia fue amenazada. También lo apretaron antes de declarar en los tribunales de Lomas. Una noche, al regresar de una marcha, fue golpeado y tajeado en la cara con una hoja de afeitar. “No te vamos a matar, te vamos a hacer sufrir”, le dijo un miembro de la patota que lo atacó. El fue sólo uno de las decenas de amenazados y atacados vinculados al caso. Al propio Zimerman le robaron el auto a punta de pistola y luego apareció incendiado. “Por suerte no había documentación importante de la causa”, dijo Toto sin dejarse intimidar.
El proceso judicial
Las pericias probaron que los jóvenes no se resistieron ni dispararon un solo balazo. Primero, en 1990, la Justicia sentenció a Balmaceda y a Miño a cinco años de prisión por homicidio en riña, mientras que Romero recibió 12 años por homicidio simple. Pero poco tiempo después, la Suprema Corte provincial anuló el juicio por un error técnico, por lo que en 1994 se realizó un nuevo proceso, en el que los tres policías fueron condenados a 11 años por homicidio simple.
Recién el 28 de mayo de 1998 se ordenó la detención de los suboficiales, que aprovecharon las demoras judiciales y se fugaron. Recién en octubre de 1999 fue apresado Romero, mientras que Miño y Balmaceda fueron detenidos en 2006, casi veinte años después del asesinato. Luego, este último fue beneficiado con la prisión domiciliaria.