Frente a Anahí Rodríguez, las miles de mujeres que miraron el escenario en silencio. Cuando empezó a hablar revivió cada golpe y también cada paso que dio para huir de la casa. Antes de subir, caminó junto a los familiares y víctimas de violencia de género en la tercera marcha #NiUnaMenos en Córdoba. Alrededor, las adolescentes avanzaban con euforia, algunas con la cara pintada de la bandera del orgullo gay. Anahí recordó cuando tenía 15 años y la violencia empezaba a manifestarse: no la vio hasta que recibió el primer golpe.

Anahí cursaba el sexto año del secundario, vivía en Jesús María y desde los 15 estaba de novia con Fabricio Espejo. Una noche viajó con dos amigos a la ciudad de Córdoba para ir a un baile en el Estadio del Centro. Al otro día, cuando volvió a su casa, Fabricio le recriminó a los gritos que se había ido sin hacerle caso. Después la insultó, le gritó y le dijo “puta”.

De las palabras Fabricio pasó a las manos. A los 18 Anahí quedó embarazada: él le pegaba a medida que la panza crecía. “Recién me di cuenta de la violencia en el embarazo. Él era de autoestima baja y me hacía sentir culpable”, contó a Cosecha Roja  Anahí.

Fabricio ingresó a la policía cuando su primera hija aún no había cumplido un año. A veces volvía a casa frustrado o con problemas de trabajo y la golpeaba. Anahí lo perdonaba. Después, él sentía frustración otra vez y entonces otra vez aparecía el golpe, el llanto, el perdón.

Al atardecer, mientras caminaba por las calles céntricas de Córdoba rumbo al escenario junto a miles de mujeres, Anahí recordó la primera vez que lo denunció. Fue cuatro meses después de que naciera su tercer hijo. Vivían en casas separadas en La Granja, una localidad de Sierras Chicas. Él cuidaba a los hijos a la mañana mientras ella trabajaba en Jesús María. A la tarde él hacía recibía las denuncias en la comisaría de la ciudad. Un día, en uno de los ataques, Fabricio le corrió la silla en la que estaba sentada y la golpeó mientras estaba en el suelo.

– Te voy a denunciar – le dijo.

– Vení a verme a la comisaría que yo te la tomo – le contestó él.

En la comisaría de Jesús María le dijeron que volviera al día siguiente y se negaron a registrar los hechos de violencia que sufrió durante toda la relación y sólo pudo denunciar el último episodio. Le dieron una orden de restricción pero él seguía yendo a la casa a buscar a los hijos: los compañeros de trabajo lo llevaban hasta la puerta en el móvil de la policía.

Anahi 2

La última vez que Fabricio violó una orden de restricción fue en la Jornada Provincial para la Prevención y Abordaje en Violencia de Género, en Jesús María. Anahí participaba junto a la organización Sí Mujer, en donde es una de las referentes. La policía envió como seguridad del evento a su ex pareja. “En Jesús María no hay una guardia continua los fines de semana para que hagan órdenes de restricción o exclusiones de hogar. Además vivimos en un pueblo chico y cuando haces una denuncia el fin de semana la mujer tiene que volver a la casa porque no hay un refugio”, contó.

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Según la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de los 254 femicidios cometidos en 2016, el 61 por ciento de los victimario fueron las parejas o ex parejas de las víctimas. A veces, el hogar es una zona de peligro para las mujeres. En el interior de Córdoba, las mujeres en situación de violencia están más desprotegidas. De los 23 femicidios que hubo en el 2016 en Córdoba, 18 ocurrieron en el interior. En 2017, 6 de los 7 femicidios fueron en el interior de la provincia.

Ahora Anahí tiene un botón antipánico y una orden de restricción al hogar. Su ex está imputado por lesiones leves calificadas, desobediencia a la autoridad y amenazas desde 2015. Recién a fines de 2016, salió la elevación a juicio. En Tribunales le dijeron a Anahí que no deje de insistir porque sino su causa se va a estancar: “ hay otros expediente que tienen prioridad”, le dijeron.

Anahí bajó del escenario con la voz quebrada. Las mujeres que estaban en la marcha la aplaudieron, la alentaron a los gritos y se acercaron para abrazarla. Ella se perdió entre la gente. Como si eso -un abrazo, el aliento, los aplausos- fueran el escudo que la hace fuerte para seguir.

Foto de apertura: Julia Libertad – Foto interior: Irina Morán